miércoles, 11 de diciembre de 2013

Ánimo recaudatorio.

Cerrada la Universidad por el temporal y me toca ir a currar porque al "Andy Warhol" Canario (Pepe Dámaso) lo nombran hoy Doctor Honoris Causa. ¡Enhorabuena! ¡Genial! No me importa, además para eso me pagan, por conocimientos y disponibilidad. Pero, esta mañana, llego a mi coche y papelito amarillo en el parabrisas.  Multa por aparcar encima de la acera. Lo reconozco,  estaba mal aparcado, pero sin estorbar el paso a nadie ni a nada. La multa me la pusieron a las tres menos diez de la madrugada. ¿No tenía otra cosa que hacer el puñetero agente del ayuntamiento? ¿No sabe que si hay varios coches aparcados de esa manera estamos en casa durmiendo como buenos vecinos y que mañana tenemos que ir a currar? ¿Que hemos llegado tarde a casa y que por desgracia cuando hicieron estos edificios no hicieron garajes ni plazas suficientes para todos los coches?

En mi barrio, La Feria del Atlántico en Las Palmas de Gran Canaria, aparcar ya es toda una odisea a ciertas horas y eso los municipales lo saben. ¡Coño si lo saben! Este novato gilipollas municipal, ¿No sabe que fijo en este barrio hay coches mal aparcados? ¡Sólo multó a los que estaban encima de la acera! ¿Y los del reservado de la entrada de La Feria del Atlantico? ¿Y los que ocupan el carril de bajada de la calle? ¿Por qué sólo a esos dos coches? Y con todo esto, el Cabildo no cede el gigantesco terreno de aparcamientos que tiene sin uso, ni la puñetera iglesia que tiene aparcamiento en exclusiva para sus feligreses.

Sólo me queda una explicación, ánimo recaudatorio del ayuntamiento.

Bueno ya me he desahogado. Ahora me queda la decisión de pagar como un gilipollas o inventarme una excusa para recurrir la multa. ¿Extraterrestres que me movieron el coche? ¿La ventolera del temporal me lo desplazó hasta encima de la acera? ¡Joder! con el agente de tráfico lo que ha conseguido es que me aumenten las ganas de que pase de una vez por todas este puñetero 2013.

¡Feliz Navidad!

Al agente de tráfico, también se lo deseo y... que se atragante con los turrones también...

¡Cabrón!




sábado, 30 de noviembre de 2013

Mosaicos escondidos en los muros de Las Palmas.

Observen el detalle del muro de la foto. Para los que jugaron en los PC's en los años 90 sabrán de qué hablo y está en el muro del paso de peatones por el que se accede al  C.C. El Muelle. También hay un "Marcianito" a la entrada del tunel que va a dar a la calle Rafael Cabrera dirección Puerto, pero ese es más complicado de fotografiar. Quizás desde el paseo de la avenida se pueda conseguir. Se que por la ciudad tiene que haber más mosaicos de este tipo. ¡Habrá que buscarlos!



lunes, 25 de noviembre de 2013

Una de zombis

Estimados padres;

Os escribo para que sepan que la situación aquí en la Tierra con el problema de los muertos vivientes está del todo controlada y que no os preocupeis de nosotros que estamos bien.

Los zombis son torpes, atrabancados, inútiles, tontos y lentos. Sobre todo, lentos. Si no, ¿Cómo estaría escribiendo esto sabiendo que no puedo correr? No son como los pintan en las películas modernas que pueden correr kilómetros y kilómetros a la velocidad de Usain Bolt.  La única ventaja es su número. Así que mientras no te pillen en un callejón sin salida puedes ir machacando cráneos con un martillo para abrirte paso entre ellos.

Con la práctica y después de un gran número de golpes. Es divertido darles en la cabeza y ver como caen como si fuera un cerdo en un matadero al que le meten la descarga en el cuello, a la primera.

Ya no llegan a ser un peligro. El problema fundamental de estos días no es que te muerdan, ya son raros los casos. Algún idiota ha sido mordido hace poco. Las autoridades esperaron a que se convirtiera y ¡plaf! Problema resuelto. La cantidad de cuerpos en descomposición, la pestilencia y las enfermedades que están provocando es el problema real de esta situación.

Una vez que la humanidad se repuso del susto y entendió la forma en que había que actuar volvió el orden, los reales decretos, las órdenes ministeriales y los impuestos. En definitiva, la vida normal. Los vendedores de martillos han hecho su agosto. Todo el mundo sale ya con uno colgado al cinto.

Existe una normativa muy estricta sobre la eliminación de R.H.M. (Residuos humanos móviles) Esta es la denominación que el estado central ha inculcado y así etiquetarlos de una manera que no recordase demasiado a las películas. Ahora llega a mi memoria Bill Murray y la escena más divertida sobre zombis que he visto en el cine. En un apocalipsis de este tipo y disfrazado de zombi intenta dar un susto a uno de los humanos que se habían colado en su casa. Mítica frase del chico, "He matado a Bill Murray" en la película: "Zombieland".

Volviendo al turrón y como os iba diciendo, el problema no es matarlos sino retirarlos. El Ayuntamiento ha establecido unas multas desorbitadas y si te pilla un municipal matando a un R.H.M., dejando el cuerpo en el sitio; ¡A rascartse el bolsillo! Han puesto un cuarto contenedor en las basuras, al lado del de reciclado de vidrio, de color morado, en el que hay colgando una sierra eléctrica Bosch. Todavía el juicio al alcalde anterior por presuntas comisiones con la empresa adjudicataria del mantenimiento de las sierras está por salir.

A lo que iba, la sierra. Está preparada para cortarlos en pedacitos e ir introduciendo los trozos por la apertura. Pues aún así, con esas facilidades que da el ayuntamiento, la gente los deja donde los remata, digo remata porque como ya están muertos pues...

Es una vergüenza que no sean capaces de llevarlos a estos puntos de reciclado, cortar sus extremidades y echarlos al contenedor. Incluso para fomentar la retirada de los cuerpos, se ha puesto una chica muy mona, con minifalda, escote y cruz roja en el pecho y un chico con el torso desnudo de esos que tienen tableta en el abdomen dando delantales de plástico para que te los pongas y así evitar cualquier mancha. No suelen salpicar porque la sangre está coagulada desde hace tiempo. Es como cortar un jamón serrano. Perdón se que estamos cerca de Navidad y ahora cuando cortes tu suculenta pata recordarás esto que te he contado, papá. ¡Mil perdones!

Y así están las calles. Llenas de cadáveres. La gente no es solidaria y ya ni se puede caminar, los que pueden, yo me torcí el tobillo ayer bajando la basura.

Está en Huelga en el servicio de limpieza que quieren un plus por RHM retirado y el ayuntamiento que no cede. Pues hasta los mismísimos de la situación.

Se despide tu hijo;

Blas.

P.D. ¿Cómo va todo por el planeta Transilvania? ¿Ya han pillado a este tal Drácula?



domingo, 24 de noviembre de 2013

La Casta (última publicación) Parte 2 capítulo 5


Hola queridos amigos;

Este será el último capítulo que publico de "La Casta" en el blog.  El libro completo está disponible en Amazon.es y pueden adquirirlo desde en los enlaces que tiene este blog a un precio muy económico, ideal como regalo de Navidad. Muchas gracias y que lo disfruten.

Un saludo;

Enrique Santamaría


5

Sofía le costaba moverse. Sus pasos no eran firmes como de costumbre. Cojeaba y caminaba ayudada por el mango de sus escoba. Normalmente a no ser que hubieran cosas que hacer, dejaba que Eva durmiera hasta la hora que quisiera. Pero la situación siendo tan grave decidió despertarla. Eva se hizo la remolona pero viendo la cara seria de su abuela se levantó sin rechistar. Le indicó con la mano que la siguiera y se sentaron en la cocina. La caja de Eva en la mesa y el puñal encima. La hizo sentar en una silla y Sofía se sentó frente a ella.

  • Circita debes intentarlo. Saca el antebrazo y hazte el corte.
  • ¡No puedo!
  • Necesito que lo hagas. Yo estoy muy débil y necesito que seas una bruja como lo hemos sido todas. Se que es lo que más cuesta pero debes hacerlo.
  • Abuela, ¡Me pides que me haga daño! ¡Me va a doler!

Comenzaba a sollozar y agarró el puñal y se lo puso nuevamente en la cara interna del antebrazo. Apretó dejando la piel colorada pero en el momento de intentar rasgar su carne aflojaba y se vino nuevamente abajo. Comenzó a llorar. Eva sentía frustración y se avergonzaba de no poder hacerlo.

  • Abuela ¿Y si no lo hago?
  • No te queda otro remedio, Eva. Tienes que cumplir con tu destino. Es la única manera que tengas poder. Si pudiera evitar el dolor del corte lo haría pero es lo único que no podemos evitar. Por favor. Circita tienes que hacerlo.
Rogó Sofía y continuó hablando.

  • Hija, El jerezano vendrá dentro de poco. Vamos a tener que luchar contra él y va a ser a muerte. Él nos quiere muertas porque nosotras somos las que evitan que Guayota quede libre y mientras una de nosotras esté con vida, Guayota no escapará. Sómos las únicas que pueden enterrarlo en vida. Si escapa esclavizará y diezmará la población y a aquellos que no mueran serán sus esclavos. Así eternamente. Debemos prepararnos y debes prepararte. Necesito tu poder, Eva. ¿Has pensado qué objeto quieres usar para poder moverte de lugar?

Dijo la vieja sonriente para despistar a la nieta.

    • Había pensado en el collar de mi cumpleaños.
    • Buena elección. Siempre contigo. Fácil de llevar y cómodo. Sabia muchacha. Enséñamelo

La niña fue a la habitación a por el collar y Sofía vio a Bartolomé curioseando por la ventana. La vieja puso cara de resignación y Bartolomé agachó la mirada y se marchó a sus quehaceres. La chica volvió con un collar de perlas amarillentas bastante antiguo colgado del cuello. Se lo sacó y se lo dio a la vieja. Lo agarró y estuvo mirando las perlas.

  • Tendrás que lavar esas perlas con leche y jabón. Luego con agua purificada y verás como recuperan el blanco.

Habló. Luego agarró el puñal por la hoja y se lo dio a la nieta. Le puso tímida sonrisa y asintió con la cabeza. Otra vez la chica agarró el puñal y lo puso en posición. Apretó pero otra vez no pudo y se echó a llorar. Sofía se levantó cojeando y la dejo sola. Salió al exterior. Bartolomé se encontraba sentado en el pie de la palmera tomando leche y gofio en un cuenco. Sofía llegó a su lado.

    • Bartolo, vas a tener que ayudarme. Eva no está preparada y “El Jerezano” vendrá muy pronto.
    • ¿Qué vas a hacer?
    • Ahora mismo todo el terreno está plagado de trampas. Lo atacaré desde la azotea de la casa. Tengo las lanzas que preparamos escondidas en varios sitios. Usaré la única ventaja que tengo. Volar.
    • Tengo miedo por ti. Sofía.
Sofía acarició la cara del enano y le sonrió. Lo abrazó y lo besó en los labios. Con lágrimas en los ojos continuó hablando.

    • Tendrías que haber tenido una vida feliz y yo lo estropeé. Tu perdón significó mucho para mi y luego que siempre estuvieras conmigo. Eva y tú son lo único por lo que no he perdido del todo la humanidad. Bartolo...

Intentó continuar pero el viejo la interrumpió.

    • Me has dado la mejor noticia de mi vida. Tengo una nieta. Algo nuestro. Me has dado algo que nunca imaginé. Esperanza. Ganas de luchar por alguien y no desaparecer en la nada con una vida sin objetivos. Es lo mejor que me ha pasado. Eva. Sabes que nunca superé lo de mi aspecto pero tu amistad me ha bastado para vivir una vida que ahora es plena. Sofía se que tú me convertiste en esto y aún así siento que te debo mucho. Una cosa vieja, te estás despidiendo de mi ¿no?

    • No te puedo engañar. Siempre fuiste un hombre listo. Por mucho que lo intente no podré detenerle. No puedo. No lucho sólo contra él, además es contra Caronte. Estoy muy débil. La linea de la vida es casi imperceptible y eso significa que mi hechizo sobre Caronte se ha quedado en nada y querrá venganza. Me querrá antes de tiempo. Cuando yo muera...

Bartolomé rompió a llorar. Sofía lo calmó.

    • ¡Tranquilo amigo! Cuando yo muera... Quiero que te quedes dentro de la casa. Lo importante es salvar a Eva. Dentro de la casa te he dejado varias botellas de cristal. Hará todo lo posible por entrar. Cuando esté dentro, desde el pasillo arroja la primera a sus pies. La de color negro. Eso lo detendrá durante el tiempo suficiente para que cojas a Eva y la saques por la ventana de atrás. Cruzas la acequia y arrojas al gallinero la segunda botella, la de color blanco. Huye de ahí corriendo las gallinas ya no serán gallinas. Cuando estés en la carretera busca un objeto, una rama seca, una piedra, cualquier cosa consistente. Derrama el contenido de la tercera botella sobre ese objeto. Agarra la mano de Eva y piensa en un lugar. Aparecerán allí. Sólo podrás hacerlo en una ocasión. Y escondeos hasta que Eva tome conciencia de que debe convertirse en Bruja.

Dejó el coche aparcado en la gasolinera y comenzó a caminar por la carretera. Llevaba a cuestas la mochila, el saco de los hechizos y otro saco de tela cerrado con un cordel a cuestas. Llevaría a cuestas unos cuarenta kilos de carga. Después de una hora de caminata. Después de un cruce observó unos matorrales de unos dos metros de altura completamente secos entre toda la exuberante vegetación. Sacó de la mochila el machete y cortó las ramas para ver lo que había detrás. Vio el inicio del camino de la cueva de Sofía. Avanzó unos cincuenta o sesenta pasos y abrió el saco de tela. Pedro se quitó la ropa. Quedó completamente desnudo. Sacó la espada y la dejó en el suelo a su lado un arcabuz de mano y un puñal. Una camisa blanca, pantalones de cuero, guantes con remaches metálicos, las botas de batalla y un yelmo. Sacó la botella y manchó con el líquido todos los objetos. Se vistió. Colgó del cinto a su izquierda la espada y a su derecha el arcabuz. El saco de los hechizos a la espalda. Luego empinó la botella y se bebió su contenido. Metió la botella en el saco. Sus ojos se volvieron negros como el carbón. Se agitó. Agarró el saco de los hechizos. Sus pies se elevaron unos tres centímetros del suelo y levitando comenzó a avanzar por el sendero. Mientras se dirigía por el camino fue creando una plaga que comenzó a seguirle. Lagartijas, ratas y ratones, cucarachas, grillos, saltamontes, langostas, moscas, abejas, avispas; corrían detrás de él formando una capa negra que cubría el terreno. Tras él cualquier vegetal, a los lados del camino, que rebasaba quedaba marchito.

El vuelo de Pedro de Vera duró unos quince minutos hasta llegar hasta el gigantesco muro de zarzas que había creado Sofía. Las langostas se adelantaron y comenzaron a devorar las ramas secas. Poco a poco iba desapareciendo el ramal. A medida que desaparecía la plaga volaba y marchaba hacia el fondo del barranco. Quedó a la vista de Pedro el muro de piedras. Al mismo momento que alzaba las manos en forma de cruz, levitaban tras él todas las lagartijas, rígidas como flechas. Poco a poco se inclinaron en ángulo con la cabeza hacia el cielo. Lanzó los brazos adelante. Y salieron disparadas por encima del muro.
Sofía miró horrorizada la nube de reptiles que comenzaba a pasar el muro a unos metros por encima. Gritó.

    • ¡Entrad en la casa! ¡Ya!

Eva y Bartolomé sentados bajo la palmera se levantaron como resortes y corrieron dentro. Cerraron la puerta. Sofía corrió cojeando hasta la pared lateral dónde tenía la escoba. Mientras corría, sacó de la funda en la cintura, el puñal. Se hizo un corte en el antebrazo. Lo enfundó. Agarró la herida con la mano derecha. Las lagartijas tiesas como flechas volvaban ya muy cerca de la espalda de Sofía. Cuando la sangre manó de manera que formara una gota grande. Separó la mano y las frotó quedando ambas palmas manchadas de rojo. Llegó hasta la escoba. Se giró y las puso en oposición a los bichos. Se formó un escudo invisible en forma de esfera en las que aquellas pequeñas bestias rebotaban. Las de alrededor se clavaban como tachas. Luego explotaban dejando manchada la pared. Otras que caían en el cemento corrían e iban rodeando la casa. Trepaban por sus paredes exteriores quedando completamente cubierta de reptiles. Duró la lluvia unos escasos dos minutos. Concluída, Sofía bajó las manos. Agarró la escoba y desapareció.

Pedro miró a un grupo de ratas que tenía a su derecha. Comenzaron a formar una montaña bajo sus pies que lo fue levantando hasta pasar por encima el muro. Como si de una ola lenta se tratara volvió a descender hasta llegar dentro del terreno. Siguió levitando y los roedores comenzaron a correr por todos los lugares. Del suelo, salieron cientos de ramas llenas de pinchos que iban atravesando los cuerpos de los animales enhebrándolos uno a uno como si fuera un collar de cuentas. Volvieron las langostas y aterrizaron sobre la enredadera y dieron cuenta de ella en pocos segundos. Una vez limpio el terreno de vegetales sólo quedaron los cadáveres de millones de ratas que cubrían el lugar. Pedro dejó de levitar y puso los pies en el suelo. Desenvainó su espada y comenzó a andar en dirección a la casa. Caminó unos metros cuando una risa histérica sonó tras él. Una nube se formó y de ella la mano izquierda de Sofía agarró el saco de los hechizos que llevaba colgado a la espalda y se lo arrebató. Pedro se giró rápido como si de un torbellino se tratase intentando cortar a la vieja. La risa se volvió a escuchar encima de la azotea. Pedro alzó la vista y vio a Sofía. Desafiante con los ojos brillando como focos. En una mano el saco y en la otra la escoba. Dejó el saco en el suelo y sacó el puñal de su funda. Volvió a dar un alarido de rabia y desapareció nuevamente. Pedro cerró los ojos. Las cucarachas comenzaron a formar con sus cuerpos un gigantesco cilindro que lo comenzaba a cubrir solidificándose en una pared ocre y viscosa. Sofía apareció a unos centímetros e intentó acuchillarlo pero era tal la velocidad que crecía el muro en vertical que chocó con el codo de la vieja y lo desplazó hacia arriba. El Jerezano sólo recibió un pequeño corte en la parte superior izquierda de la espalda. Sofía se retiró caminando hacia atrás unos metros. Pasaron unos segundos y rápido se abrió un hueco por dónde salió la mano de Pedro espada en mano intentando insertar a la vieja. Sofía repelió el ataque con el palo de su escoba que se partió en dos. Corrió unos metros atrás y apuntó con el trozo de escoba que le quedaba al palo partido en el suelo. Voló y volvió a reconstruirse el mango. El cilindro comenzó a crecer en altura y a estrecharse comenzando a inclinarse hacia Sofía. De la punta empezaron a caer tizones candentes encima de ella. La bruja, antes que ninguno la rozase, desapareció y volvió a materializarse a unos diez metros. El edificio quedó deshecho y Pedro se llevó la mano al bolsillo izquierdo de su camisa. Agarró un pequeño bulto que llevaba. La bruja desapareció y la nube se puso frente al hombre. Pedro estrujó el paquete. Se escuchó un grito de dolor y la nube desapareció. Sofía estaba paralizada con la mano en alto agarrando el puñal a punto de asestar el golpe definitivo. Abrió la mano y se le cayó el cuchillo. Pedro alzó la pierna, la encogió y con la planta del pie propinó un fuerte golpe en el esternón de Sofía lanzándola unos metros hacia atrás. Cayó de espaldas. Pedro se acercó despacio mientras la vieja intentaba sentarse en el suelo. Levantó la espada y le clavó la punta en el muslo izquierdo a la vieja que gritó de dolor.
    • ¡Tarde o temprano! Llegaría este día. Esta espada será el arma más poderosa que vaya a existir. Como una vez se hizo con la perdida Excálibur. La teñiré de sangre de bruja.

Clavó aún más la espada. Sofía tiró hacia atrás arqueando la espalda. Pedro le propinó una nueva patada en el costado y le sacó la espada de lado rasgando el fino muslo de la vieja. Su vestido negro se empapaba cada vez más. Se intentó poner a cuatro patas y arrastrando la pierna izquierda intentaba llegar hasta la escoba. El hombre le propinó una nueva patada que hizo que girase y cayese panza arriba. Caminando llegó hasta la escoba. Sofía estiraba el brazo para alcanzarla. Insertó la hoja en la mano izquierda dejándola sin poder moverse y volvió a gritar. Pedro cogió la escoba y sacó su puñal. Comenzó a cortar astillas del mango de la escoba.
    • ¡¿Qué ocurre? ¿porqué no te rehaces?!
Dijo Sofía con voz muy atenuada. Poco a poco Pedro deshacía el mango.

    • ¿Cómo dices? Sí, Sofía, tu escoba está a punto de morir. Todas mis armas están ungidas con la sangre de tu casta. No tiene remedio.

Soltó una carcajada histérica y continuó hablando:

    • Llevaba mucho tiempo buscando dónde guardabas los paquetes de tus obras. Y sabía que algún día cometerías un error. Juani fue el error, era cuestión de tiempo.

Sofía se agarraba con la derecha su mano insertada. Pedro deshizo completamente la escoba. Se agachó y separó la mano. Puso a Sofía con el otro brazo estirado cogió una de las astillas más largas y atravesó la otra mano. Hundió la astilla en la tierra. Sin fuerzas, respiraba con mucha dificultad.

Pedro vio el puñal de sofía. Lo cogió. Cerró los ojos y una nube de insectos voladores llegó hasta la azotea. Elevaron el saco y tras un corto vuelo lo depositaron a los pies de Pedro. Sacó del saco la botella. A Sofía le hizo corte en el cuello y puso la botella para que poco a poco se fuera llenando con gotas de su sangre. Se acercó a los pies y los puso no encima del otro. Levantó el puñal y los atravesó. Ella quedó como un cristo en el suelo. Por la convulsión de la vieja tras atravesarla la botella cayó. Pedro la agarró y puso su boca cerca de la oreja y comenzó a susurrarle con voz maliciosa.
    • Te tienes que estar quietecita. Sofía, poquito a poco llega tu hora. Pero mientras te desangras voy a por tu nieta. ¿Está dentro de la casa? No oigo nada.

Sofía, sacó fuerzas, abrió la boca y le mordió arrancándole el lóbulo. La botella cayó nuevamente. Pedro se llevó la mano a la oreja mientras gritaba de dolor. Cerró el puño y golpeó el estómago de la bruja. Del golpe la hizo vomitar.

    • ¡Jodida vieja! ¡Hasta en las últimas eres peligrosa! Ahí te quedas. Cuando tenga a tu nieta, tendré que decidir a quién mato primero. Igual os desangro a las dos al mismo tiempo. Ya veré. Por cierto, te habrás dado cuenta que con tanto bicho nadie habrá podido salir de esa casa.

Se rasgó la manga de la camisa y se la puso en la oreja para cortar la hemorragia.

- Así durarás hasta que encuentre a tu nieta.

Caminó hacia la puerta de la casa.

  • ¡No! ¡Cabrón! ¡Hijo de puta!

Sofía gritaba desesperada pero cualquier movimiento hacía que le dolieran las heridas y lo único que lograba era mover el cuello como un muñeco.

La puerta estaba muy bien trancada. Caminó unos pasos hacia atrás y corrió hacia ella. Con el hombro intentó derribarla. Volvió a intentarlo. Al ver que no podía miró hacia arriba. Comenzó a caminar por los alrededores curioseando. Encontró una viga de madera de unos metros. Lo llevó arrastrando hasta el borde de la casa y lo puso apoyado de manera que quedase poca distancia entre el borde y lo alto del muro. Corrió subió por la viga y saltó. Sus manos se agarraron al borde superior de la casa. Hizo un esfuerzo y se alzó. No había forma de entrar por el techo. Puso las manos en el muro y se descolgó al suelo. Caminó hasta la ventana trasera. Sin rejas pero cerrada con contraventanas de madera. Insertó el cuchillo haciendo palanca y rompió el fechillo. Consiguió abrirla. Entro en el cuarto de atrás. Pintado como toda la casa cueva de blanco. Tenía tiestos vacíos, muebles viejos. Se notaba que se usaba de trastero. Atravesó la habitación y caminó hacia la puerta. Se encontró a Eva en el pasillo. Frente a frente. Pedro sonrió diabólicamente y echó a correr al mismo tiempo que Eva huía de él gritando. Cuando estaban a medio pasillo Bartolomé saltó del baño haciendo que Pedro chocara contra la pared. Con el choque, el Yelmo de Pedro hizo arañazos a la pintura. El enano, cuchillo en mano, lo apuñaló en el costado izquierdo bajo las costillas. A Pedro se le pusieron los ojos negros y lo apartó con la mano haciéndolo volar del golpe. Bartolomé aterrizó contra el quicio de la puerta de donde vino De Vera, haciéndose una brecha en la frente. Quedó tendido inconsciente. Cada vez que pasaba el tiempo, Pedro perdía poder mágico, se le acababan los efectos de la sangre que había tomado.

    • ¡Cabrón lisiado! Me has hecho perder poder.

Se levantó y se dirigió a la cocina. Eva lo esperaba de pie, con su puñal en la mano. Blandiéndolo como una espada. Al verla, el Jerezano soltó una carcajada.

    • ¿Qué vas a hacer con esa Tizona?
    • ¡No te acerques que te mato!
    • ¡Buuuu!
Le hizo un aspaviento simulando tener miedo y dio un pequeño paso acercándose a la chica.

    • ¡Estás hecha ya casi una mujer! ¡Muy apetitosa!
Eva lanzó al aire una estocada con el puñal. Pedro haciendo payasadas y burlándose de Eva dio pasos atrás y volvió a reirse a carcajadas. 


....



Recuerden el libro completo está en Amazon.es
Un abrazo a todos.

martes, 19 de noviembre de 2013

Carta al hijo.

Querido hijo;

Por dejarte un mundo en el que cada vez somos menos libres. Por ser de los que damos el puñetazo en el bar pero sin salir a la calle a incendiarla. Por escribir una opinión de lo injusto que es este mundo en el Facebook y a los dos segundos olvidarme de todo, como si estuviera borracho; viendo un vídeo en el Youtube. Por dejarnos arrebatar los derechos por los que tanto lucharon nuestros abuelos. Por no querer cambiar este puto país de mierda, reaccionario, que lastra ya demasiados años de educación nacional católica con esa mal llamada democracia cuyos partidos se reparten el pastel mientras la sociedad agacha la cabeza para ver cual es el nuevo pescozón que le darán. Por tener miedo a perder las pocas miserias que nos dejan tener. Por dejar que tu educación, tu sanidad, tu futuro, tu libertad caiga en manos de empresas ávidas de beneficios a costa de unos derechos humanos cada vez más reducidos. Por dejar que la sumisión a los poderes sea la bandera enarbolada por la sociedad en que vivimos. Por no enfrentarme contra el ignorante trabajador que todavía vota y sigue defendiendo a la derecha que te está quitando todas tus posibilidades de una vida digna y todavía busca excusas para regodearse en su propia miseria. Por mirar hacia otro lado cuando veo un indigente en la calle. Por no abofetear a quién diga que la culpa es del inmigrante que nos quita el trabajo. Por no discutir. Por callarme. Por no llamar las cosas por su nombre: Bancos, ladrones. Monarquía y casta política, parásitos. Hipotecas, esclavitud. Rescate, robo. Nueva ley de protección ciudadana, dictadura. LOMCE, Discriminación. Recortes, más miseria para el pueblo.  España, anacronismo sin solución; al igual que cualquier país.

Te tocará a ti. Con las pocas armas que mi malagana me permita dejarte. Tu lucha será aún más dura que la que nosotros deberíamos hacer. Cada vez menos, para cuando llegue el momento de buscar las  soluciones y arreglar el mundo que te dejo.

¡La incertidumbre es tanta y la comodidad es tan agradable!

Mírame con recelo, la culpa será mía. Soy egoista. Me educaron para ser así. Si sirve de excusa, nos amaestraron para no morder la mano del amo que nos da las míseras sobras de su plato. Como padre te digo, te doy permiso para, cuando llegue tu tiempo y entiendas esta carta, me odies.

Te quiere y te pide perdón, tu padre.



Más que indicios de dictadura.

http://www.laprovincia.es/espana/2013/11/19/insultar-policia-podra-multar-30000/572246.html

Lo peor de que Europa se esté convirtiendo en una dictadura no es la dictadura en sí. Es la mala gana de los pueblos de ir en contra de estas medidas.  Se nota el peso de la derecha en toda Europa. Ya lo dijo cierto escritor con muy mala leche. "Aquí todos gritamos revolución pero somos los primeros que bajamos a ver si nos han quemado el coche". No seamos hipócritas. ¿De qué sirve "incendiar las redes sociales" si no salimos a incendiar la calle? Cada vez que hay un comentario de estos, la puñetera casta política se descojona viva de nosotros. ¡¡Vamos hombre!!! Tenemos lo que nos merecemos.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Sin nombre lo buscas.

Sin nombre lo buscas.
En sueños te raptará.
De la locura de Poe,

que entra como el cuervo. 
Y te dice "nunca más".
De los ángeles celosos, 
captores de Anabel Lee.
Sonarán sus tambores 
y creerás morir.
Son ritmos caóticos,
de paroxismo frente al mar.
Y cuando suenen más fuertes,
detén el tiempo.
Porque los amores volátiles,
que se mueren al alba,
sus recuerdos duran, 
la eternidad.


sábado, 16 de noviembre de 2013

La Casta. Parte 2. 4

4

Estacionó el todoterreno en la cuneta. Repleta de berros.
Subió por un sendero medio oculto entre los arbustos. Sus botas resbalaban a causa del barro de las recientes lluvias. Pero constante seguía adelante. Alguna zarza le hizo arañazos en los antebrazos cuando las apartaba para continuar avanzando. La cuesta se hacía cada vez más empinada y el esfuerzo para proseguir era cada vez mayor. Los matorrales poco a poco se hacían más densos. Se agarraba a todo lo que podía. Y frunció el ceño cuando cayó en la cuenta. Su bastón lo había dejado en el coche. Aún así, más que decidido a cumplir su misión y que aquel montículo no iba a poder con él, continuó. Llegó un momento que los matorrales eran tan espesos que era imposible continuar. Sacó su navaja y cortó algunas ramas pero fue imposible. Resignado, descendió nuevamente al todoterreno.

    • Sabía yo que no me lo ibas a poner fácil.

Cogió su mochila, el bastón, un machete que colgó a la cintura y un saco de paquetes donde guardaba los hechizos Sofía. Volvió a subir. La camisa estaba empapada en sudor y manchada de sangre en los antebrazos. Sucia del roce de las ramas. Las botas llenas de barro. El segundo ascenso le pareció menos tedioso. Conocía ahora el camino. No tardó la media hora del primer ascenso. En este en quince minutos llegó a la misma situación. A los matorrales espesos como una red. Agarró su machete y comenzó a cortar. Era un gigantesco muro de zarzas. Cada vez que se hacía un hueco más tupido era la vegetación y con más posibilidades de herirse porque las púas de las zarzas eran mayores y más afiladas. Gritó de desesperación y cortó con más rabia el amasijo. Pero no pudo. Cansado cogió su mochila y sacó el presente que Guayota le había hecho. Tapó con el dedo índice la boca de la botella y manchó la yema. Luego tocó las zarzas con el dedo manchado. De pronto. Pedro quedó entre ramas carbonizadas que las tocaba y se deshacían en polvo de ceniza. Así atravesó aquél muro tocando con el dedo y avanzando. El suelo se niveló y se fue haciendo más horizontal. Hasta que llegó al claro dónde se encontraba la cueva de Bartolomé.

Entró en la cueva. Apestaba a cadáver y las moscas revoloteaban en la oscuridad. Pedro sacó una linterna y alumbró la bajada. Llegó al lugar dónde se hayaba el cuerpo de Jorge.

    • ¡Que no sea tarde! ¡Que no sea tarde!
Habló a la nada.

Miró los arañazos en la pared. Volvió a meter la mano en la mochila y sacó una tiza. Dibujó un rectángulo y dentro de él símbolos extraños. Luego arrastró el camastro dentro del dibujo. Agarró el cuerpo y lo puso encima. Ungió el rostro de Jorge con sangre de la botella y manchó un trapo que dejó a los pies del muerto. Puso todos sus bártulos y esperó. Pasaron unas dos horas y el suelo de la cueva pasó del gris al azabache. Luego se licuó. Jorge abrió los ojos. El chapoteo del remo se oyó y de uno de los accesos de cuevas más profundas apareció Caronte en su barca. Remando despacio. Rítmicamente. Condujo la barca hasta la orilla del rectángulo y habló.

    • Hola Pedro. Es extraño. No estás muerto y en cambio te veo hablando conmigo. Se nota que eres novato en esto. Te faltan muchas cosas para completar este ritual sin peligro para tu persona. ¿Cómo te atreves a llamarme? ¿No ves que podría cerrarte el paso al mundo de los vivos y dejarte aquí en el limbo como a éste? Sí, éste no tenía monedas en sus ojos. Mira ves aquel que nada hacia aquí.

Señaló al cadáver de Jorge y al horizonte. A lo lejos una silueta que daba brazadas cansinamente y que luchaba por llegar a alguna orilla inexistente.

  • ¡El espíritu de éste zángano!

Al mismo tiempo que gritaba esto, Caronte se estiró como un resorte y acercó el rostro a Pedro enseñándole los dientes y mostrándole cómo sus pupilas de gatos formadas por cataratas de fetos cayendo al vacío. Salió una neblina de su boca. Acercó el remo y empujó la plataforma. La zarandeó haciendo perder el equilibrio a Pedro y cayó. Se agarró como pudo al rectángulo y gritó.

  • ¡Sofía! ¡Necesito encontrar a Sofía! ¡Yo pagaré el viaje del zángano!
  • ¿Sofía? Entre mis futuros viajeros no hay nadie con ese nombre.
  • ¡Caronte, recuerda! ¡La vieja bruja Sofía!
Pedro luchaba por aferrarse a la plataforma e intentar hablarle sin ahogarse. Mientras Caronte lo hundía empujándolo con el remo.
  • ¡Caronte, haz memoria! ¡Te tiene que haber hechizado!
  • ¡Pedro, Nadie burla al barquero! ¡Nadie!

Pedro llegó con la mano hasta el saco. Agarró un paquete y lo aplastó. De él escurrió un líquido verdoso.
En aquellos momentos en una habitación con las paredes sin encalar dentro de la casa y dónde guardaban los aperos, Sofía afilaba su puñal con una piedra de esmeril haciéndola girar mediante unos pedales. De pronto un dolor punzante se produjo en su estómago. Se dobló hacia adelante y lanzó un alarido que hizo eco en la casa. Luego se tiró de espaldas y comenzó a darle nuevamente convulsiones. Lanzaba espumarajos llenándose el rostro de baba blanca. Bartolomé y Eva se acercaron otra vez a la vieja y la agarraron para que no se hiciera daño. Conteniéndola entre los dos poco a poco se le fue pasando. Consiguió articular unas palabras.
Pedro lanzó el paquete aplastado a la cara del barquero.

    • Estoy bien. Vete Circita, tengo que hablar con tu abuelo.

Dijo Sofía.

Caronte contuvo los ataques. Pedro más calmado pero todavía con la respiración agitada pudo aferrarse con seguridad al rectángulo.

  • ¿Sofía, la bruja? ¡Es cierto! ¡Cinco años! No conseguía acordarme de ella. No se cómo lo hizo. Me borró todo rastro de ella en mi memoria. ¡Astuta vieja! Todavía no es el momento pero si ella usó un hechizo conmigo yo también romperé mi pacto. Tú serás la herramienta, el verdugo. Sofía morirá antes de lo dicho. ¿Qué quieres saber?
  • ¿Dónde está?, barquero. ¿Dónde está su refugio? ¡Dímelo!
  • Irónico que arriesgues demasiado para una petición tan mísera. Pero te ha salido bien tu jugada. Tus motivos deben ser muy importantes o tu señor debe ser muy poderoso para que arriesgues así tu alma. ¡Toma, te lo has ganado!

Apareció un papiro atado con una cinta negra en el rectángulo. Pedro conseguía al fin subir a la plataforma. Estaba manchado completamente de un líquido negro, pegajoso, por todas sus ropas. Caronte continuó hablando.

    • Es el mapa dónde se encuentra la cueva de Sofía. Siguen las ironías del destino, porque haces dos veces el mal. La segura próxima muerte de Sofía y el alma de su hijo, perdido para siempre, haces que cruce conmigo la laguna. ¡A ver las monedas!

Pedro metió la mano en la mochila y puso dos encima del cuerpo inerte de Jorge. Caronte extendió el brazo y las monedas flotaron hacia su mano. Las agarró y las depositó en una hucha con forma de cráneo colgado con dos cuerdas de cuero a su cinturón, se agachó y cogió un farol. Alumbró en dirección a la silueta y a lo lejos el espíritu de Jorge sonrió. Volvió a tener fuerzas y comenzó a nadar como él sabía hacerlo. Volvía a ser un pez. De la línea recta que trazaba desde la barca hasta Jorge se formó agua de mar. Azulina como la que está cerca de los arrecifes. En un momento abordó la barca. Caronte lo ayudó dándole la mano.

    • A ti también te queda poco tiempo. La próxima vez que nos veamos espero que tengas dinero para el viaje. No es agradable quedarse en la eternidad buscando una orilla.
Pedro se quedó sentado. Cruzó las piernas y vio como Caronte se alejaba con el espíritu de Jorge que empezaba a tener una conversación con él.

    • ¿Dónde vamos barquero?
    • ¡Todos me hacen la misma pregunta! ¡Es mi maldición, la de repetir a todos esto y hacerte saber la verdad! ¡Es mentira que las almas descansen! Desde el principio de los tiempos yo he sido quién he transportado las almas de todos los fallecidos. Allí te olvidarás quién has sido pero a todas horas recordarás quién quisiste ser. Perderás de tu memoria todo aquello qué conseguiste y recordarás todo aquello que perdiste. No habrá nada y desearás tenerlo todo. No hace falta que sientas dolor en tu cuerpo porque el desamor, el odio y la indiferencia te visitarán todos los días. Se presentarán y brindaran contigo. En un rato se marcharán y los olvidarás, y cuando los hayas olvidado, vendrán otra vez y recordarás, así una y otra vez. Sentirás eternamente la sensación de la muerte inesperada de tus hijos. La sensación de que un ser querido te descubra mintiéndole. La soledad, será tu compañera. Aquella que quema, que quieres olvidar, que te abraza y te llena de desasosiego y querrás hablar con alguien pero no habrá nadie. Una vez que me vaya quedarás allí sólo. Harás compañía a grandes de la historia como Nerón, Cristo, Mahoma, Budha, Claudio, Kennedy, Franco, Hitler, Ghandi, Stalin... Nobleza y plebe, señores y villanos. No existe la divinidad, ni la salvación. Porque todos tienen en algún sitio de sus almas algo oscuro, no hay nadie divino ni santo. ¡Para nadie! Allí sólo son el almuerzo para el devorador de almas que una y otra vez se los come, los digiere y luego los expulsa. Así una y otra vez. ¡Por toda la eternidad!

El pasajero comenzó a gritar desesperado e intentó saltar de la barca. Caronte se lo impidió dándole un golpe con el remo en la cabeza. Jorge quedó aturdido y tendido boca abajo. Un grillete aferrado al tobillo, hizo su aparición. Poco a poco Caronte remó y se perdió en el horizonte.

El suelo volvió a ser de cemento. Las antorchas colgadas en las paredes de la cueva se encendieron. Pedro bajó de la camilla con el papiro en la mano. Miro el cuerpo de jorge y poniéndole la planta del pie en un costado empujó hasta que lo tiró al suelo. Luego le lanzó un escupitajo. Agarró sus pertenencias y salió de la cueva.



domingo, 10 de noviembre de 2013

La Casta. Parte 2. 3

3

Esteban abrió la puerta y entró en el piso de Juani. Entró a la sala y abrió los armarios del primer mueble que vio. Curioseando entre vasos, figuras de porcelana y libros alguna pista con la que poder localizar el paradero de las dos mujeres.

Intentaba hacer el menor ruido posible pero su ansia por encontrar una pista hacía inevitable que alguna figura cayera al suelo. Cada vez que contemplaba una fotografía, buscaba con ávidez algo que reconocer, un lugar, una estatua, un paisaje, un cartel de carretera; algo.
Entró en el dormitorio. Abrió la cómoda y escarbó entre la ropa y así un cajón tras otro. Lo mismo en los armarios. No había nada interesante.

Ya en el cuarto de Eva, revisó su mochila, libros, apuntes. Escudriñó su armario desordenándolo y tirando al suelo los percheros. Se sentó en su cama y observó los pósteres de los cantantes favoritos de Eva. La mesa de estudios estaba vacía y al lado la papelera. Esteban metió la mano y rebuscó entre folios arrugados, envoltorios de caramelos y basuras variss.

Halló un sobre y leyó una dirección escrita a bolígrafo y que le remitía al barrio de San Cristóbal.

Pedro se levantó y bajó las escaleras raudo a su coche. Arrancó chirriando las ruedas. Cruzó la ciudad en pocos minutos llegando a la barriada. A pie, buscó el portal y entró en él.

Subió las escaleras y actuando con violencia mediante una patada abrió la puerta de la casa de Sofía. Observó el viejo piso y comenzó a andar por cada una de las habitaciones llegando al dormitorio de la vieja. Allí encontró el baúl dónde guardaba sus hechizos envueltos. Lo abrió y sacó un paquete que deshizo. Miró una raspa de un pescado atada con un lazo negro. Le repugnó y lo tiró a un lado.

Al mismo tiempo. Bartolomé, Sofía y Eva sentados llevaban una charla amena. De pronto Sofía puso cara desencajada y soltó un alarido. Eva y Bartolomé se asustaron y se levantaron de la mesa prestos cogieron las manos de la mujer. Volvió a gritar.

    • ¡Los ha encontrado! ¡El jerezano! ¡Nos ha encontrado!

Pedro rasgó el papel de otro paquete mucho más pequeño que el primero, eran dientes también lo tiró fuera del baúl. Lo agarró y volcó todo su contenido fuera. Miró los bultos en el suelo y los comenzó a pisotear.

Sofía comenzó a sangrar abundantemente por la nariz. Bartolomé cogió un trapo limpio de la alhacena y tendiendo la cabeza hacia atrás trataba de cortar la hemorragia. Eva había dado varios pasos atrás y contemplaba como su abuela se convulsionaba en la silla. De un manotazo soltado al aire, alcanzó a Bartolomé lanzándolo un metro hacia atrás cayendo de espaldas y dándose un golpe con la pileta. Sofía se puso rígida. Se elevaron sus pies seguido del tronco. Quedando vertical, tan rígida como una tabla y sólo apoyada por su nuca en el respaldar de la silla. Estuvo así unos minutos quieta hasta que abrió la boca y exhaló humo. La neblina provocada llenó la habitación. El frío se apoderó de la estancia. Seguido una cucaracha salió de la garganta y caminó hasta quedarse en lo alto del pómulo de Sofía. Luego abrió sus alas y salió volando hacia el rostro de Eva que gritó espantada. De la entrepierna manó orina empapando la silla y sus alrededores. La vieja comenzó a balbucear frases ininteligibles. Se convulsionó nuevamente en el aire haciendo bruscos movimientos con el cuello que la hacían levantar del único punto de apoyo que tenía. Golpeando la nuca una y otra vez en el borde superior del respaldar de la silla. Se abrieron las cicatrices de sus brazos y el espeso líquido rojo cayó al suelo.
Pedro se cansó de pisotear los paquetes y miró el viejo armario.

Sofía relajó el cuerpo y cayó a plomo en la silla. Bartolomé que a duras penas podía moverse del tremendo golpe se reincorporó y corrió a acomodarla.

    • Nos ha encontrado. Hay que prepararnos.
Repetía una y otra vez con voz apagada. Eva trajo un vaso con agua y se lo dio a beber. Bartolomé le limpiaba la sangre de la cara con el mismo paño. Le dolía todo el cuerpo y tenía muy pocas fuerzas para moverse.

Pedro abrió el armario localizando una vieja carpeta grande. Estaba llena de papeles. Se sentó en la cama y comenzó a revisarlos detenidamente. Eran viejos recibos, escrituras de propiedades. Todos amarillentos y desgastados del tiempo. Buscaba direcciones. Referencias a lugares pero no hallaba nada en concreto hasta que un recibo. El pago de un terreno situado en el Barranco de Las Goteras. La fecha era reciente de hacía menos de un año. Guardó todos los papeles en la carpeta dejando ese en la primera posición de la tonga. Sacó un saco de la mochila que llevaba consigo y guardó los paquetes que habían quedado intactos, la carpeta y salió de la casa.
Cargaron a la bruja. Eva por los hombros y Bartolomé por los pies, la dejaron en la cama. La arroparon. Eva se desplomó en una silla situada en un rincón de la habitación. Bartolomé se arrodilló cerca de la cabecera. Con mucho cariño y con la faz triste, acariciaba la frente de Sofía que se miró la palma de la mano. Su línea de la vida casi era imperceptible. Derrotada cerró los ojos y cayó en un profundo sueño.

Pasaron unos minutos. Bartolomé se levantó. Agarró la mano de Eva y la sacó de la habitación. En el quicio de la puerta Eva se volvió y la miró como se acurrucaba aferrada a la almohada. Miró el contorno que formaba y pensó que su abuela se estaba quedando en nada. Cerró la puerta y acompañó a Bartolomé hasta el lugar favorito de Sofía. Se sentaron, bajo la palmera, cabizbajos mirando el cemento.

Pasaron las horas y sobre las siete de la tarde la luz decaía. Se abrió la puerta de la cueva y sofía salió envuelta con la colcha de su cama y con su escoba al revés, se apoyaba en ella. Arrastraba los pies. Su mirada carecía de la agudeza que caracterizaba a la vieja. Su mirada apagada. El rostro serio. No aquella miraba altiva y al frente como de costumbre. La vista al suelo. Caminaba despacio. Los años la alcanzaron de golpe. Su poder estaba muy debilitado y llegó a la palmera.

- Abuela...?

Sollozó Eva, y la abrazó. Bartolomé se quedó sentado mirándolas.

- Bartolomé, déjame a solas con Eva. Tengo que hablar con ella.

Dijo Sofía.

    • Iré a hacer algo de cenar

Bartolomé caminó despacio hacia la casa dejándolas a solas.

- Siento lo que te dije abuela. Yo te quiero. No eres un monstruo.
- Eva olvídate de eso. Sí soy un monstruo. Pero lo importante es que él nos ha encontrado. No podemos huir pero aquí podremos hacerle frente. Es cuestión de días. Has aprendido muchas cosas de nuestras artes. Pero te tengo que enseñar lo más importante que tienes que saber. Sabes que nuestro poder está en nuestra sangre y que tendrás que cortarte para poder hacer los hechizos. Hasta ahora siempre lo hemos hecho con mi sangre y la que tengo almacenada en la cueva. Por eso no has tenido que hacerte heridas todavía. Pero mi vida se está agotando y tendrás que ir tu sola. Tienes que perder el miedo al corte. Duele pero con el tiempo te acostumbras.

Eva escuchaba a la vieja.

- No hará falta que me corte, ¿verdad?

Dijo la chica.

- Cuando llegue El Jerezano aquí necesitaré tu ayuda. Yo sola no podré con él. Necesito que pierdas el miedo al corte. Coge de la caja que te regalé el puñal y empieza. Es nuestro pequeño pago por el don que se nos ha concedido.

  • Abuela, no voy a poder. ¡No!
  • Debes y tienes que hacerlo. ¡Otra cosa! El primer objeto que toque tu sangre será el que usarás para volar agarrada a él. Piensa un lugar y te llevará volando.

Eva a regañadientes fue a la casa. Sofía quedó contemplando cómo el día iba muriendo. Igual que ella. Volvió a abrirse la puerta y la nieta regresó con la caja. Sacó el puñal.

  • ¡Cariño! Cierra el puño lo más fuerte que puedas. Tienes que hacer un pequeño corte en el antebrazo hasta hacerte sangre.

Le hizo caso. Cerró el puño. Puso el puñal en su antebrazo. Cerró con fuerza sus ojos y se dispuso a cortar. Pero aflojó en el último momento.

  • No puedo.

Empezó a llorar. Miraba a su abuela asustada.

  • ¡Circita...! Tienes que poder. Debes hacerlo.
  • ¡No!

Gritó y tirando el puñal al suelo y corrió sollozando a la casa. Sofía frunció el ceño y se llevó las manos a la cara.

  • Eva, ¡Tienes que hacerlo! ¡Es tu destino!¡Te necesito!

A la mañana siguiente. Sofía se había levantado temprano. Cambinaba por el perímetro del terreno. Con una botella en mano iba derramando unas gotas de sangre cada medio metro. Cada vez que tocaba la sangre la tierra una frondosa zarza seca brotaba haciendo imposible el acceso por esa zona. Bartolomé, en la palmera, hacía punta a varios palos convirtiéndolos en lanzas. Las puntas las echaba en una hoguera para que al carbonizarse cogieran mayor solidez. Sofía terminó de sembrar sus espinosos arbustos y volvió con Bartolomé. Echó otra gota en la hoguera. El fuego se avivó. Las puntas de las estacas se endurecieron aún más tornándose de un color metálico. Eva salió de la casa pero se mantuvo a cierta distancia. Sofía la miró de reojo y con la mano y una sonrisa la animó a reunirse con ellos. Tímidamente la chica fue hacia ellos.

- Abuela, He estado toda la noche sin dormir. Se que es mi destino pero ¿No hay otra forma? ¿Tiene que ser con un corte?
    • Hija, es así. Cuando acabe aquí lo intentarás otra vez. Te ayudaré a pensar en otra cosa. Verás que lo lograrás.
    • ¿Cómo fue tu primero?
    • Estaba aterrorizada. Yo tenía mucha más edad que tú. Me emborraché la primera vez que lo hice. Sola, no quería que nadie estuviera conmigo. Por lo que se ha hablado y escrito sobre brujas lo de volar en una escoba. Por la borrachera y por la broma use como primer objeto eso, mi escoba. Tu bisabuela usó un candíl y tu tatarabuela un zurrón. Me senté en el centro de la cueva, la que luego fue casa de Bartolomé, y allí me hice el corte. Brotó la sangre y regué con ella la escoba. Luego fui con mi madre, le enseñé la cicatriz y la escoba. Me olió el aliento y me abroncó por haber elegido un objeto tan grande y por lo borracha que estaba. Pero sigo pensando que realmente aquella bronca fue porque no la dejé que estuviera conmigo en el momento de la sangría.
Ahora Eva, vete al gallinero y coge la gallina más grande que veas y la traes.

  • ¿Vas a hacer algún hechizo? ¿La transformarás en algún animal feroz? ¿En un monstruo?
  • No. Bartolomé hará sopa con ella. Y un arrocito.



 La vieja miró a Eva con una sonrisa de complicidad. La chica ccorrió hacia el gallinero.

domingo, 3 de noviembre de 2013

La casta. Parte 2. 2

2
El acceso a la guarida de Sofía era agreste. Había que sortear un serpenteante, descendente y estrecho camino cuyo suelo era muy resbaladizo. Un peligroso pedregal, en el que era común las tibias rotas y esguinces de los caminantes que se atrevían a ir por aquellos pintorescos lugares. El sendero lleno de tupidas tuneras, lagartijas asustadas que corrían a esconderse en alguna grieta, canarios revoloteando, arbustos y aloes espigados.

El resto de cuevas del risco, usadas antiguamente como corrales para las bestias, las habían convertido en viviendas.
Al principio sin agua corriente ni luz eléctrica. Pero poco a poco llegó la modernidad a los barrancos. En la ladera dónde estaba la cueva de Sofía, la luz pasó de largo.

La fachada construida con trozos de bloque y cemento, estaba encalada y pintada de blanco. La puerta era de hierro y las ventanas protegidas con rejas. Las manchas de óxido, parecían pústulas, afloraban en la pintura verde del forjado. El muro de piedras redondas y argamasa en derredor de la cueva, contenían los desprendimientos de tierra del barranco y daban protección a incontables lagartos que, salían corriendo a esconderse, después de sus baños de sol.

Le daba sombra una palmera que había crecido junto a la entrada, lugar favorito de Sofía para hacer sus labores: Pelar las verduras para el potaje, tejer con pita, pelar almendras y observar como algún cernícalo flotando en el aire ávido de algún pichón despistado que entraría a formar parte del almuerzo.

Era casi mediodía. Sentada en un bloque de construcción, tejía con tiras y ya iba tomando forma el cesto. Con parsimonia los entrelazaba. Así podía estar toda la mañana. Pensativa, laboriosa y silenciosa. La sombra producida por las ramas que tenía a su espalda le oscurecía el rostro dejando ver iluminada sólo la barbilla. Vestía su vieja bata negra con pequeñas malvas. En sus pies dos viejas zapatillas de deporte de tela, en la derecha, un gran agujero en la punta por dónde asomaba el dedo gordo.

Una manguera de goma conectada a un grifo que salía de un lateral de la casa, cruzaba todo el lugar. En el otro extremo de la manguera, Bartolomé regaba las garrafas plásticas cortadas llenas de tierra, a modo de macetas, en las que había plantados geranios y otras flores. Más allá en aquella franja de tierra tenían papas, lechuga y pimientos.

Se abrió la puerta chirriando las bisagras. Y salió estirándose Eva.

    • Buenos días, ya se despertó la gandula de mi nieta.
    • Buenos días.

Refunfuñó la niña y sentándose con las piernas cruzadas a modo indio al lado de su abuela.

    • ¿Ya desayunaste?
    • abuela.

Se quedaron en silencio durante un buen rato y Eva miró en dirección a Bartolomé.

  • Abuela Llevamos mucho tiempo escondidas aquí. ¿Cuándo volveremos a Las Palmas?
  • Todavía te queda cosas por aprender y la más importante, perder el miedo al dolor.
Respondió Sofía. Eva miró al atareado Bartolomé yendo y viniendo en sus quehaceres por el risco.

  • Nunca me hablaste de Bartolomé. Trabaja aquí y todo eso pero ¿Quién es?
Sofía dejó el cesto en el suelo y miró a su nieta. Se levantó y la cogió de la mano e hizo que la acompañara dentro de la casa.

  • ¿Quieres café? Síentate es largo de contar...
  • Nunca me has dicho de tomar café.
  • Bueno, si ya haces algún hechizo que otro, un poco de café no te va a hacer mal.
  • Mi madre no me dejaba tomarlo.
  • Tu madre... Olvídate de tu madre. Ella nada más que fue una necesidad.
  • Lo se abuela. Pero me acuerdo de ella.
  • Eso pasará. Tus sentimientos cambiarán. Cada vez que seas más consciente de lo que somos olvidarás lo que significa una madre para las brujas.





Eva se sentó en el taburete y apoyó los codos en la mesa sujetándose la cara observando a su abuela preparar la cafetera.

  • Circita, es cierto que no quería contarte nada de él porque te va a desvelar ciertas cosas de mi desagradables. Cosas que me vi obligada a hacer. Tienes la edad suficiente para entender que nosotras estamos por encima del bien y del mal. Somos distinas al resto de mujeres. Tarde o temprano tenías que saber est. En los años sesenta. ¡Qué jóvenes éramos!

Se le escapó una sonrisita a la vieja y continuó hablando.

- Bartolomé era alto y guapo, no como ahora. En aquel tiempo trabajaba en una carpintería de Telde. Yo lo conocía desde que éramos niños. Me hizo trabajos en esta cueva.

Señaló la alhacena.

- Siempre que nos veíamos nos contábamos nuestras penas. Cuando tuvo unos veintiún años, conoció a la hija de un terrateniente venezolano que, después de hacer fortuna volvía otra vez a Gran Canaria. Primero llegaron su hija y su mujer. Bartolomé se enamoró perdidamente de esa chica, Gloria, más bien tendrían que haberla llamado Infierno.

La vieja prendió la cocina de gas y se sentó al lado de su nieta, y continuó.

  • Gloria lo único que quería era jugar con él. Lo toreaba y lo hacía sufrir. Le hacía promesas que en un futuro se casaría con él pero tenía que esperar por el padre. La madre vio todo el juego de distinta manera, pensando que su hija estaba también locamente enamorada de Bartolomé. Y como siempre, estas madres piensan que un pobre obrero no es digno de su princesa. Quiso quitárselo de encima. Habló con Bartolomé pero se mantuvo firme, estaba locamente enamorado de aquella chica.

Sofía suspiró y miró a su nieta. La cafetera bufó y el aroma a café recién hecho las invadió. Sofía se levantó, apagó el fuego y buscó unas tazas.

  • Sigue abuela.
Dijo la niña ávida de saber cómo continuaba la historia.

  • Doña María, así se llamaba la señora, mediante una de las criadas que tenía a su servicio supo de mi. Y esta se prestó a pedirme un conjuro para solucionarlo. La sirvienta me visitó y me contó el problema sin decirme quienes eran. Que a la hija de una amiga la rondaba un hombre. Que era pura inocencia. Que aquel sólo quería deshonrarla. Que ya había violado alguna que otra jovencita. Me lo describió como un animal sediento de niñas. Por aquel entonces era inexperta y confié en aquella alcahueta. No pregunté nada y pensé que aquel animal debía recibir un castigo. Preparé un brebaje y se lo di. Invitaron a Bartolomé a cenar en casa de su querida Gloria, y después regresó a su casa con la promesa de que cuando llegara el padre se casarían. Él no supo lo que había pasado. A la mañana siguiente se despertó así como lo ves ahora. Corrió a pedir ayuda a Gloria, y presente la madre, esta se burlaron juntas de él. Las dos reían una satisfecha de lo bien que había salido la jugada y la joven de las deformidades. En Telde todos los vecinos se horrorizaban al verlo. Los críos le tiraban piedras. Comenzó a salir sólo de noche. Semanas más tarde apareció por aquí, llorando sin saber que hacer. Inmediatamente comprendí todo y lo idiota que yo había sido. Sin pensarlo esa noche fui a la casa Gloria. No usé ningún tipo de conjuro. Esto no se trataba de magia. Lo hice igual que una persona, sin mis poderes. Entré con sigilo a la cocina y allí estaba la sirvienta. La estrangulé. Intentó gritar y sonaba como el cacareo de un pollo hasta que se ahogó. Agarré una sartén y pillé por detrás a María en camisón. La golpeé en la cabeza y la arrastré a la cama donde la até. Luego busqué a la hija, estaba durmiendo, la llevé a la alcoba y la amarré junto a su madre. A la madre y a la hija les saqué los ojos con una cuchara. El ojo derecho de la madre, luego el derecho de la hija, para que se vieran, luego a la madre el izquierdo y por último el izquierdo de la hija. Luego las solté. Las vi arrastrarse. Incendié la casa con ellas dentro. Y regresé a mi cueva satisfecha, pero me quedaba una cosa por hacer. Fue lo más duro. Contarle a Bartolomé que yo fui quién le deformé. Lloró amargamente, en un principio me pidió que acabara con su vida. Luego la ira se apoderó de él. Me dijo que estando así, qué mujer querría estar con el engendro en que se había convertido. Expié mi culpa y le dije que yo lo sería. Lo hice mi hombre y me quedé con él. Durante años, le hice compañía. Le di todo el amor que una mujer como yo, sin alma, puede dar. Después de unos años, me perdonó y se marchó a vivir lejos. Pero lo que nunca supo es que me había dejado embarazada de tu padre, él es tu abuelo, Eva.
    Me hacía falta su ayuda por eso contacté con él. Ahora, creo que después de todos estos años, se merece una alegría. Me gustaría que seas quién le des la alegría de decirle que eres su nieta.

  • ¿Cómo pudiste hacer eso? Las asesinaste. Mi abuelo.
  • Hay cosas que no me enorgullezco. La venganza es el camino por el cual las brujas nos quedamos sin alma.
  • Eres un monstruo y ¿mi madre?
  • Hay cosas que no se pueden cambiar. Circita. Soy tu abuela y tu mentora...
  • No quiero escucharte... Quiero irme de aquí.

Dijo Eva y se levantó perpleja. Miró aterrada a su abuela y salió al patio cabizbaja. La abuela la siguió hablándole.

  • Circita, tienes que comprender que nosotras no somos como los demás. Nuestra casta se rige por un destino que hemos de cumplir por eso te estoy enseñando nuestras artes. El día de mañana... ¡Circita! ¡Escúchame, ven!

La dejó con la palabra en la boca y se alejó corriendo hasta llegar al lugar donde estaba Bartolomé. Se detuvo delante del hombre y lo miró. Bartolomé levantó la vista y miró a la chica.

  • ¿Qué desea su alteza?

Eva se quedó en silencio durante unos momentos. Sofía llegaba a su lado.

  • ¿Eres mi abuelo?

Bartolomé miró extrañado a Sofía y esta cerrando los ojos movió la cabeza asintiendo. Le salió una lágrima que corrió por su mejilla. Nieta y abuelo se abrazaron. Sofía miró el horizonte apartando la vista del viejo y su nieta y disimuló sus sollozos dándose palmadas en las caderas como si de un pingüino se tratara.

  • Bueno ya está bien de ñoñerías. Cada uno a hacer lo que tengamos que hacer.

Se quedaron abrazados sin hacerle caso a la vieja que viendo la situación dio media vuelta y se marchó de nuevo a la casa pero antes de entrar gritó a Eva.

  • Eva, No tardes. Tengo que enseñarte algo muy importante. Nuestros Secretos.

Sofía, dentro de la casa apoyó la frente en los azulejos de la cocina. Pensó que era la última cosa que le quedaba para intentar revivir un alma que ya ni existía. Cerró los ojos y comenzó a llorar en silencio.