domingo, 27 de octubre de 2013

La Casta. Parte 2. 1

1

Lucía un día precioso. En el cielo ni una sola nube. El Teide se veía con claridad majestuosa. La cumbre con algo de nieve. Llegaba la primera guagua con los turistas rompiendo el silencio. El autobús paró. Los frenos actuaron e hicieron el clásico ruido parecido a un estornudo. Los turistas cansados de las horas de recorrido se levantaban de los asientos y se iban poniendo en cola para descender. El chófer accionó el botón pero las puertas no se abrieron. Volvió a accionar el botón varias veces. Intentó abrir la puerta de la cabina para bajarse y así abrir manualmente las puertas pero la palanca no cedía. Tras intentarlo una y otra vez, comenzaron los murmullos entre el pasaje. Agitó la palanca de apertura de puertas varias veces sin resultado. A lo lejos el Land Cruiser de Pedro llegaba a toda velocidad. Justo cuando rebasaba la guagua dejándola a su izquierda, el suelo comenzó a temblar violentamente. Los turistas comenzaron a gritar. Desde la cabina el conductor vio cómo se iba formando en el asfalto una grieta que se abría debajo del vehículo. La carretera se rasgó como si fuera papel y el autobús poco a poco comenzó a hundirse en la tierra. La desesperación por salir y el agobio era máximo Las manos golpeaban los cristales con desesperación. Seguía el descenso lento por la grieta. El suelo tenía la consistencia de unas natillas y poco a poco se iba tragando la guagua. Un turista cogió el martillo rompe cristales y golpeó la luna trasera sin resultado. Una y otra vez hasta que se le cayó de la mano. Comenzó a descender más la punta y los pasajeros comenzaron a quedar agolpados en la cabina. La parte posterior del autobús se levantó como si fuera la popa de un barco hundiéndose en alta mar. Se aceleró el descenso en el hueco. A lo lejos Pedro desde su coche, observaba cómo finalmente se tragaba la tierra autobús. Los gritos enmudecieron y volvió el silencio al lugar. Bajó del coche. Recorrió un largo trecho a pie hasta hallar un pequeño montículo de piedras que formaban una pirámide de metro y medio de altura. Se arrodilló. Los ojos se pusieron en blanco y una voz comenzó a hablarle:

  • Pedro. Han pasado los años y pronto tendré todas las energías para poder salir. Busca a las dos y acaba con ellas. Eva cada vez se hará más fuerte y Sofía le queda poco. Se va debilitando. ¡Ha llegado el momento!
  • Mi Señor. ¿Por dónde empiezo? - Dijo Pedro
  • El hechizo de Sofía es fuerte. Ni yo desde aquí logro ver dónde están. Comienza por la casa de Juani. Allí seguro que encontrarás pistas para localizarlas.

Una pequeña roca del montículo rodó cayendo al suelo. Brilló una botella de cristal con un líquido pardo dentro.

  • Coge la botella, es sangre de brujas como la de la vieja y su nieta. Ten cuidado. No lo malgastes, es lo que queda. Con ella podrás romper la magia de la vieja.
  • Gracias mi Señor.
  • ¡Corre a Tamarán! A mi me queda muy poco para volver a renacer pero las quiero muertas.


 Pedro tomó la botella y la guardó en su mochila. Caminó nuevamente hasta su todo terreno y a toda velocidad salió del lugar. Pasó al lado de la grieta. Frenó y miró el fondo. El autobús estaba enterrado casi por completo. Sólo el techo de la parte posterior quedaba al aire. Continuó su camino y la grieta terminó por cerrarse dejando el asfalto como si no hubiera ocurrido nada. 

domingo, 20 de octubre de 2013

La Casta. 11


11

Juani salió por la puerta del porche y Esteban fijó la vista en ella. Se levantó y caminó hacia la mujer rabioso, con paso firme y decidido. El macho cabrío lo siguió:

  • Debes continuar el rito. Tienes que llevarme al templo. ¡A Echeide!
  • te llevaré, pero primero jugaré con esa puta marioneta.

Llegó hasta Juani y le agarró del cabello. La arrastró dentro de la casa. Continuó hasta la derecha de la escalinata. Bajó una lámpara a modo de palanca que estaba colgada en una esquina y se abrió la pared. Bajó las escaleras. Juani no paraba de gritar.

  • ¡Juani! Voy enseñarte una cosa

Llegaron a un sótano. La tiró al suelo. Había una mesa y un portátil. El chivo llegó tras ellos y se quedó en la puerta. Su morro dibujó una sonrisa y emitió un balido. Ella se sentó en el suelo, mareada y sin entender todo aquello.

  • Ven, siéntate aquí.

Le dijo ahora amable y ayudó a que se reincorporara y la sentó frente al ordenador.

  • Lee.

Juani miró la pantalla y vio el perfil en el facebook de Ana. ¿Qué es esto? ¿Quién eres?

  • Es más divertido jugar contigo si sabes ahora cuál es tu sitio y tu destino. Ahora tienes miedo y estas confusa porque no estás bajo los efectos de ningún hechizo. Sabes que me has visto, que me has besado, que estabas locamente enamorada, que no entiendes porqué estás así. ahora, estás totalmente consciente.

Continuó hablando Esteban:
  • Encontrarás a alguien especialVerás niños jugar en burbujas. Te siento como una hermana que tengo que protegerte. Juani, yo soy Ana.

Rió Esteban.

  • Creé ese personaje para acercarme a ti. Has vivido en un mundo bajo un hechizo de Sofía. Su magia me impedía localizarte pero este increíble invento se salta toda esa magia, crea una nueva dimensión donde las reglas de la magia no funcionan como conocemos. Esto me permitió llegar a ti, convencerte para que fueras a un lugar neutral y sin que se enterase la vieja. Así estarías bajo mi dominio. Así conseguí que le quitaras el talismán a Jorge, huyeras conmigo secuestrando a tu hija

  • ¿Porqué todo esto?

Preguntó con amargura. Sin fuerzas.
  • Eres el último mono de la compañía.
Soltó una carcajada.
  • Sofía te ha llamado marioneta en alguna ocasión. Lo que te conté sobre Pedro de Vera, La Conquista, que no eres tonta y habrás deducido que soy yo. Es difícil de creer. Aunque por todo lo que has pasado. Has tenido la desgracia de ser la madre de una bruja y si todo hubiera seguido según las costumbres tendrías que haber muerto en su nacimiento. Pero el zángano de Jorge estaba loco por ti y quería llevar una vida como la de los otros mortales. Así que Sofía te ha mantenido hechizada para que fueras su mujer. Fue un error por su parte ser tan blanda y permitirlo. Cada vez que me acercaba a ti, el poder de Sofía disminuía y por eso sentías asco por ellos. Te sentías enjaulada, como si no pertenecieras a ellos y querías escapar. Te usé para coger a tu hija y a tu suegra. Satanás necesita la sangre de tu hija virgen para liberarse. He conseguido que beba la sangre de tu hija y con eso ha quedado liberado. Sólo queda llevarle al Teide. Allí recuperará todas sus fuerzas y podrá salir renovado a este mundo. Cuando deje a Guayota descansando, regresaré a por Sofía y a por tu hija y terminaré con todas las de su casta.

Juani escuchaba pasmada y con pavor toda aquella historia.

  • Ahora queda sólo una cosa.

Sacó una navaja que llevaba al cinto. Agarró del pelo a Juani. Echó hacia atrás la cabeza descubriendo la garganta y la degolló. La sangre brotó manchando el blusón blanco de Pedro. Pasó la mano por la herida.

  • Está calentita, amo.

Salpicó al macho cabrío que baló por la gracia.

  • ¡No hay tiempo para juegos! Necesito ir a mi morada.

Habló Satanás.

Dejaron el cuerpo, escapándose la vida, tirado en el suelo, aún temblando las piernas. Los dos monstruos subieron las escaleras. Apagaron la luz y cerraron la puerta tras ellos. Sus pasos sonaron en el picón. Caminaron hacia el todoterreno, aparcado bajo un toldo, detrás del caserón. Abrió el portón trasero y Satanás de un salto subió detrás. Se echó en la moqueta. Esteban lo ocultó cubriéndolo con una manta. Montó en el coche y arrancó. Salió a toda velocidad de la villa en dirección al Puerto de Agaete por el sur.

Esteban tomaba las curvas de la carretera a toda velocidad. De un modo más que temerario. Algún coche que venía de frente se vio obligado a realizar maniobras evasivas al echarse el  todo terreno encima. Otro coche sin sitio en la carretera tomó por equivocación la derecha y rompiendo la valla cayó por el precipicio. Continuó su carrera hasta llegar al muelle. 

Comenzaba a amanecer y el ferry estaba preparado para salir. Los operarios metían mercancía y algunos pasajeros subían por la escalinata. En el coche se cambió el blusón ensangrentado y se apeó. Compró el billete en la terminal. Guardó su turno para meter el coche dentro del barco. Una vez aparcado y asegurado el vehículo dentro de la bodega revisó si su amo estaba a gusto tumbado en el maletero. Subió a la zona de butacas y sentado junto al resto de pasajeros y partió a Tenerife.

El humo se disipó. La anciana, la niña y el enano aparecieron en un piso de cemento. Frente a una puerta de color verde. A sus pies, los rodeaban macetas con geranios.

Sofía palpó a Circita y comprobó que no tenía heridas. Sacó una botella y un pañuelo. Echó un líquido en él y se lo puso en el hombro. Esperó unos instantes y apartó el pañuelo. La bola de plomo salió del agujero formado en la carne y cayó al suelo. La herida cicatrizó al momento.

Mientras Sofía terminaba de limpiar su hombro, Bartolomé se desplomó entre ellas. Manaba abundante sangre bajo el vientre y manchaba los bajos de su blusón así como las perneras de sus pantalones. Sofía se agachó y le puso la mano en su frente.

  • !De prisa! Entra en la cueva. En la alacena hay trapos. Tráelos ¡Corre Eva!

La niña trajo los trapos de tela de sábana rasgada y la vieja taponó la herida. Enseguida se tornaron rojos. Bartolomé perdió el sentido. Sus ojos vidriosos contemplaban la nada. La vieja se puso en pie, sin dejar de ver la cara del enano, lo dejó tendido en el suelo.

  • Ven Circita. Hoy aprenderás algo. Ayúdame.
  • ¿Dónde estamos abuela?
  • En Teror, en una casa cueva, nadie conoce este sitio. Esta cueva es un lugar secreto. Aquí nos proveemos de material para nuestros conjuros y la magia. Es un refugio para todas nosotras donde podemos descansar y recuperar fuerzas.

  • ¿Conjuros... magia... abuela?
  • ¡Tú eres bruja también! ¡La última de nosotras! Hoy empieza tu aprendizaje. Lo que verás hoy, no deberías saberlo hasta dentro de unos años pero no hay tiempo y necesito a Bartolomé con vida.

  • ¿Qué vamos a hacer?
  • Un conjuro para traer a Bartolomé con nosotras.

La vieja agarró material: Un carboncillo entre sus dedos, botellines cerrados con extraños líquidos en su interior que bullían, un paño de color verde con inscripciones bordadas en dorado, una candelabro y cerillas, una máscara con forma de cabeza de cuervo. Salió fuera dónde se hayaba el cuerpo de Bartolomé. Estaba yermo, cenizo y amarillento. No respiraba.

  • ¡Está muerto!

Dijo Eva.

  • ¡No, todavía! La muerte, si hace poco tiempo, no es muerte. El alma espera la llegada de Caronte. Tarda horas en llegar y llevar el espíritu en su barca. En ese tiempo todavía puedes llamar al alma que espera. Pero debes pagar un tributo muy alto, quizás mi alma o la tuya o quizás se conforme con un alma menor. Eso ya no depende de nosotras sino del barquero. Ahora vete al gallinero.

Señaló una vereda a la derecha de la entrada.

  • Trae una gallina.

La niña marcho rauda.

Con el carboncillo dibujó un rectángulo alrededor del cuerpo. Vertió los líquidos formando otro rectángulo fuera del perímetro, el cemento gris se puso blanco cada vez que las gotas lo tocaban.

Eva llegó con la gallina agarrada por las patas. Aleteaba intentando zafarse de la niña. Con el paño verde cubrió la cara de Bartolomé.

- Eva, siéntate dentro del rectángulo. A sus pies. Y a partir de ahora no salgas de aquí.
La niña se sentó con las piernas cruzadas y colocó la gallina en su regazo. La abuela hizo lo mismo a la cabeza del fallecido. Puso el candelabro en el suelo y encendió las velas.

- ¿Qué va a pasar, abuela?
  • Caronte llegará y le pediré que deje a Bartolomé con nosotras.

Pasaron veinte minutos en esa posición.

- ¿Hasta cuándo vamos a estar así?
- ¡Paciencia! te dije que puede tardar hasta unas diez horas.
- ¿Y vamos a estar aquí todo ese tiempo?
  • Tiene que ser así, Eva. Todo esto lo aprenderás poco a poco. La paciencia es muy necesaria para los conjuros.

Pasó una hora. La noche era muy cerrada y las gallinas comenzaron a cacarear. De pronto callaron. Se hizo el silencio. Eva levantó la vista y vio a Bartolomé fuera del rectángulo a unos quince metros mirando al horizonte. flotando en el agua. Luego miró el espacio dónde debería estar el cadáver y el rectángulo de cemento también flotaba como una balsa.
La cueva, la vereda, los macetones habían desaparecido. Todo era agua, turbia, negra.

  • ¿Ves Eva? Te dije que vendría. No tengas miedo. No te muevas.

Dicho esto, Sofía se puso la máscara de cuervo. Se escuchó el chapoteo de un remo. Una barca con una figura delgada y alta que apoyaba el remo iba avanzando lentamente en dirección al alma de Bartolomé apareciendo de la oscuridad.

  • ¡Alto Caronte!

Gritó Sofía.

El barquero miró en dirección a Sofía. Y comenzó a remar hasta el cemento. Cuando su cara llegó a la luz del candelabro, se divisó su rostro dentro de la capucha. Lo formaba el vacío con dos avispas los ojos y un gusano retorcido como boca.

  • ¿Qué quieres Sofía? Hacía tiempo que no venías a verme.

Dijo el ser con voz grave.

  • Vengo a pedirte que aplaces el viaje de mi amigo Bartolomé.
  • ¡Qué extraño! Acabo de llevarme a tu hijo al otro lado y ¿pides por otro? Ese por el que pides lleva mucho tiempo en este mundo. Es hora que suba a mi barca.
  • ¡Te lo ruego, Caronte, no te lo lleves! ¡Necesito a mi amigo!

Dijo Sofía y Bartolomé comenzó a caminar lento sobre las aguas en dirección a la barca.

  • ¿Tienes algo para darme?
  • Tengo un alma menor.

Señalando a la gallina.

  • ¡Um! Veo que tienes una joven virgen. ¿Eso estaría muy bien?

Los ojos se clavaron en Eva y la mano intentó entrar en el rectángulo, retirándola enseguida como si le quemara.

  • ¡No Caronte! ¡No te encapriches con mi nieta. Sabemos los dos que no es la hora de la niña!
  • ¿Crees que una gallina vale este viaje? Bartolomé lleva viviendo muchos años. Pero tu alma si lo valdría.

Acercó el rostro a la vieja y le sonrió.

  • ¡Muy bien! Sabes que te entregaría mi alma por salvar a ese enano. Pero no puedo, sabes que tengo que enseñar a mi nieta las artes antes de ir contigo.

  • Te propongo un trato. Me siento generoso. Porque gracias a ti tengo mi bolsa llena de monedas. Dejaré a Bartolomé contigo. Pero... ¡Te doy cinco años más de vida y así adiestrarás a la próxima bruja! Pero cuando acabe ese tiempo, te vendré a buscar. ¿Aceptas?

  • Es justo, barquero. ¡Acepto el pacto!

Sofía fuera del rectángulo sacó su palma. Caronte con su uña le borró la linea de la vida de su mano.

  • Adiós Sofía, hasta dentro de un lustro.
El barquero se marchó remando. Silbando una extraña melodía. Y desapareció en la oscuridad.

Las primeras luces del alba despuntaron haciendo contraluz los rostros. Oscurecieron las laderas de los riscos y los picos. El agua volvió a convertirse en el cemento gris. Se escucharon gorgoritos de canarios silvestres. Y el canto de algún altivo gallo.
  • ¿Abuela, vas a morir?

Preguntó Eva.

  • No te preocupes Circita. Esta vieja tiene muchos trucos para que ese lustro sean más de cinco años.

Dijo sonriendo a su nieta.

Bartolomé comenzó a toser. Sofía levantó su blusón y la herida había desaparecido.

  • ¡Coño! Sofía qué arrugada estás.
  • ¡Jodío! Te salvo la vida y eso es lo primero que oigo. Al menos da las gracias.

Bartolomé fue reincorporándose hasta ponerse sentado. Sofía le puso la mano en el hombro. Eva soltó la gallina que comenzó a correr agitando las alas y dijo:

- ¡Pobre gallinita! Menudo susto se ha llevado.

Empezó a reír y contagió su risa al enano y a la bruja.