4
Habían
pasado varias
horas. Estaba
sola en
casa. Volvía
una y
otra vez
al ordenador.
Ana no
estaba conectada
en el
chat. Cansada
de esperar
que se
pusiera el
punto verde
que indicaba
que se
encontraba en
linea. Le
dejó un
mensaje:
“Querida
Ana;
Te
he
estado
esperando
a
ver
si
conectabas
pero
estás
perdida.
Por
eso
te
dejo
este
mensaje.
Se
ha
cumplido
lo
que
me
dijiste.
He
conocido
a
un
hombre.
No
ha
sido
todo
como
me
habías
dicho.
Yo
estaba
flotando.
Sólo
recuerdo
que
nos
besamos
y
que
se
llama
Esteban.
Me
olvidé
completamente
de
todo.
¿Cómo
sabes
que
iba
a
suceder?
Soy
como
otra
persona,
estoy
locamente
enamorada.
¡Le
quiero,
le
quiero,
le
quiero!
Por
favor,
dime
cómo
puedo
llevar
todo
esto.
Me
siento
perdida.
Mi
marido
no
hace
nada
más
que
preguntarme
que
qué
ha
pasado.
Me
dice
que
se
volvieron
locos
en
una
tienda,
que
una
chica
se
tiró
al
aparcamiento.
Pero
yo
estuve
y
no
vi
nada.
Ayúdame,
sólo
recuerdo
que
me
desmayé
y
que
me
trajeron
a
casa.
Por
favor
ponte
en
contacto
conmigo
estaré
conectada
todo
el
tiempo.
Un
Abrazo;
Juani.”
Después
de darle
al botón
de enviar,
siguió esperando
respuesta pero
no la
obtuvo. Apagó
el ordenador
y resignada
se marchó
de la
habitación.
En
el salón,
Eva estaba
echada en
el sofá
y disimulaba
mirando la
televisión
mientras que
en su
cerebro pululaban
los más
extraños
pensamientos. En
la mano
derecha tenía
una ramita
seca con
la que
enredaba su
pelo y
volvía a
desenredar. Con
la izquierda,
dando un
pequeño golpe
de muñeca,
jugaba a
enroscarse entre
sus dedos
un colgante
que terminaba
en su
extremo con
una piedra
verde.
- Eva, ¿Qué vas a ponerte para esta tarde?
Dijo
Juani.
- Los vaqueros negros.
- Siempre de negro, ¡Algún día espero verte con otro color! ¡Qué manía!
- Es lo que me gusta.
- Ayúdame en la cocina, voy a hacer unos bocadillos para esta tarde. ¿Van a venir tus amigos?
- No se lo he dicho a nadie. Yo no tengo amigos.
- Pero si es tu cumple, ¿No se lo has dicho a nadie?
- Es que no hay nadie que merezca la pena, son todos tan iguales. Niños, sólo piensan en música, en chatear por internet y salir de fiesta. Salir a los centros comerciales. Prefiero estar con la abuela.
- ¡Vaya, la mujer madura!
Juani
disimuló una
carcajada
- A tu edad yo tenía bastantes amigos y ya había algún niño que me gustaba.
- Tú no eres como yo, mamá. No entiendes ni cómo soy, ni lo que seré.
- Otra vez poniéndote misteriosa, ¡desde luego! ¡Vaya hija que me ha tocado!
- Lo que pasa es que tú eres muy simple.
Dijo
con voz
socarrona.
- ¿Simple? ¡Simple, sí que estás tu hecha! ¡Levanta gandula, ayúdame a preparar las cosas!
Las
dos fueron
a la
cocina y
comenzaron a
hacer los
sándwiches.
Fueron
amontonando unos
diez emparedados
de diferentes
contenidos.
Jamón y
queso. Chorizo.
Salami. Atún,
millo y
mayonesa. Cuando
terminaron de
llenar la
bandeja, los
cortaron por
la mitad
formando
triángulos.
Faltaban
bastantes horas
para la
celebración por
eso hicieron
un caldero
pequeño de
chocolate
instantáneo. A
todos les
gustaba el
chocolate frío
y por
la hora
que era
estaría a
buena temperatura
para la
fiesta. Pusieron
en unos
platos de
plástico
cacahuetes,
millos tostados
y almendras.
En otro
volcaron un
paquete de
papas fritas
y papas
al ajillo.
- Bueno, creo que si vamos a ser cuatro, con esto y la tarta es más que suficiente.
- Mamá. ¿Te puedo preguntar una cosa?
- Sí, claro.
- Es que desde llegaste te encuentro diferente.
Juani
se extrañó
y se
asustó por
la pregunta
de Eva.
- ¿Cómo que diferente?
- No sé, es como si te hubiera pasado algo y no quisieras contarlo.
- ¿Qué? No me ha pasado nada. Me desmayé en el Centro Comercial, pero no fue nada. Seguro que por estar muchas horas de pie.
- No es por eso. Es algo distinto. Es como...
Siguió
intentando
sonsacar a
la madre
pero esta
la interrumpió:
- ¡Calla! ¡Que no me ha pasado nada! ¡Deja ya de decir eso! ¡Jodía chiquilla entrometida!
Dijo
Juani enfadada
y se
marchó de
la cocina.
Volvió al
cuarto de
su hija.
Encendió
nuevamente el
ordenador y
se conectó
a Facebook.
Tenía respuesta:
“Hola
Amiga;
Son
días
muy
extraños.
No
consigo
estar
conectada
al
mismo
momento
que
tú.
Mi
sueño
fue
tan
real
que
sabía
que
pasaría
algo,
pero
no
me
imaginaba
que
iba
a
ser
casi
tan
al
pie
de
la
letra.
Sigo
pensando
en
ti.
Y
sigo
recibiendo
energías.
Esta
tarde
tendrás
un
encontronazo
muy
fuerte
con
tu
familia.
Ellos
notan
tus
nervios.
He
visto
que
en
tu
familia
alguien
tendrá
un
percance
grave.
Guárdate
de
las
alturas.“
Apagó
nuevamente el
ordenador y
continuó con
sus quehaceres
hogareños. La
tensión nerviosa
que Juani
estaba soportando
conseguía que
se confundiera
con las
cosas más
comunes. Al
cubo de
fregar le
echó un
chorro de
lavavajillas en
vez del
líquido
friega-suelos y
al pasar
la fregona
por el
piso hacía
demasiada espuma.
Limpió el
polvo de
la mesa
con el
mismo salva
mantel que
usaba de
decoración en
el poyo
de la
cocina. Intentaba
apagar la
televisión con
el mando
del DVD
y enfadada
decía que
se había
roto. Cosas
sin importancia
que normalmente
no le
pasaban con
tanta frecuencia
y en
tan poco
tiempo. Terminó
las tareas
y después
del almuerzo,
no sin
antes recoger
la mesa,
fregar los
platos y
volver a
dejarlo todo
reluciente, se
sentó a
descansar.
Mientras
tanto Jorge
conversaba por
el móvil
con Sofía
mientras conducía
su
“cientoventisiete”:
- Mira mamá te lo he dicho muchas veces. ¡A ver si lo entiendes de una puñetera vez! ¡Quiero a Juani! Estoy enamorado de ella.
Hizo
una pausa
escuchando a
su madre.
- Lo se, se que ella no me quiere y todo es gracias a ti.
Otro
silencio.
- Pero es que me gusta la vida que llevo. Además Eva necesita una madre. Tú no la vas a sustituir.
Otra
pausa.
- ¡No, no quiero esa vida para ella, los tiempos han cambiado!
Apartó
el auricular
un poco
de la
oreja y
continuó.
- Sí, aunque sea en contra del destino, es lo que deseo.
Frunció
el ceño
y dio
por terminada
la conversación.
- Estaré allí en cinco minutos. ¿Vale? Hasta ahora mamá.
Tiró
el teléfono
con rabia
en el
asiento derecho,
aceleró el
coche y
se metió
en la
Avenida.
Juani
fue al
salón. Faltaba
poco para
que llegara
Jorge y
Sofía.
Acurrucada en
el sillón
abrió la
novela y
comenzó a
leer otra
vez desde
el mismo
lugar:
“…Llevabas
mi
coche.
Seguro
que
me
acordé
del
inicio
de
la
película
Calígula
porque
al
imaginarte
vestías
una
tún…
…¡Rojo!
Paro.
Miro
a
tus
ojos.
Ves
que
quiero
tu
boca.
Bajo
la
vista
hacia
mi
bragueta,
te
sonrío
y
se
pone
el
semáforo
en
verde…”
Mientras
tanto en
el sofá,
Juani sintió
sueño. Se
le cerraban
los ojos.
Extrañada por
conocer todo
el capítulo
que leía
dejó otra
vez el
marcador de
cartulina al
inicio de
la lectura.
Cerró la
novela. Se
quedó dormida
y comenzó
a soñar:
Los
almendros estaban
paralelos a
los lados
del camino.
Sus troncos
pelados, grises.
Daban un
toque
melancólico. Los
pasos sonaban
sobre las
hojas ocres
que cubrían
todo el
lugar. El
camino terminaba
en una
apertura que
daba a
un lago
cristalino
rodeado por
acantilados de
rocas negras.
Numerosos cantos
redondos
formaban el
fondo. Nadaban
multitud de
peces de
colores y
de lo
más alto
del risco
caía una
cascada. Avanzó
Juani hasta
mitad del
camino que
daba al
lago y
vio una
cesta de
mimbre en
el suelo.
Dentro, un
conejo y
un gazapo
blanco. El
conejillo se
acurrucaba y
se amamantaba.
Juani sonreía
con ternura
al ver
la escena.
Se acercó
aún más
y se
puso en
cuclillas. A
su espalda,
un espejo
gigante enmarcado
en madera
de tea
reflejaba toda
la escena.
Los animales
se habían
transformado en
dos graciosos
conejos de
peluche. Tenían
unos labios
de fieltro
pegado a
modo de
boca con
la sonrisa
dibujada en
la tela
y enseñando
dos paletas
que sobresalían.
La madre
se había
vuelto gris.
La coneja
fijaba la
vista en
Juani. De
su ojo
brotó una
lágrima. La
cría comenzó
a mancharse
la boca
de rojo.
Mordía el
pezón. Se
horrorizó al
verlo. La
cría mordió
aún con
más violencia
comenzando a
liberar todo
el relleno
del peluche
manchando la
cesta con
algodones
ensangrentados.
La madre
pataleaba y
se vaciaba.
Juani intentó
apartarla. La
cría le
lanzó un
mordisco y
le arrancó
el dedo
índice. Se
puso la
mano herida
frente a
su cara
y del
muñón brotaron
ramas secas
en dirección
al cielo,
dividiéndose en
más ramitas
pequeñas. La
misma corteza
de esas
ramas invadió
el brazo.
Miró el
suelo y
sus pies
estaban
enterrados. Era
ya un
tronco. Notaba
que se
quedaba rígida.
Su pelo
desapareció. Su
cara se
arrugó en
espiral dejando
su rostro
convertido en
un nudo
de un
árbol seco,
sin vida,
que se
formaba en
mitad del
camino.
Sonó
el timbre.
Juani abrió
los ojos
y otra
vez el
desasosiego. Eva
salió de
su habitación
y corrió
a la
puerta gritando
alegremente:
¡Abuela! ¡Mamá!
¡Despierta,
llego abuela!
Desde
el sofá
Juani miró
a la
puerta. Eva
abrió y
allí estaba
Sofía y
Jorge detrás.
La
vieja tenía
poca estatura.
Enjuta.
Destacaban sus
ojos grandes,
rasgados. Tenía
uno azul
y otro
marrón. Era
de mirada
intensa y
nariz aguileña.
En la
frente el
tiempo había
arado demasiados
surcos.
Resaltaban sus
carnosos labios
pintados con
carmín, rojo
fuego, entre
todo aquel
amasijo de
arrugas. Los
mofletes habían
perdido todo
el volumen
y se
notaban los
pómulos en
exceso. El
pelo lo
tenía rizado,
frondoso y
cano. Se
notaba de
quién había
heredado las
formas la
nieta. La
abuela tenía
los brazos
arrugados con
carnes colgantes
y con
los mismos
codos
sobresalientes
que Eva.
Las piernas,
delgaduchas.
Patiestevada.
Ropas siempre
negras que
destacaban aún
más el
blanco de
su piel.
Del codo
izquierdo colgaba
una talega
de ganchillo
oscuro como
carbón. En
su mano
un bastón
y la
mano derecha
un paquete
forrado que
asía juntándolo
a su
pecho. Era
de papel
de embalar
y estaba
liado con
cuerda de
esparto.
Entró
con pasos
seguros, altivos
y decididos.
Con la
cabeza mirando
al horizonte,
al final
del salón.
Dos pasos
por detrás
entró Jorge
sonriendo y
Eva corrió
a besar
a su
abuela.
- ¡Quita niña! ¡No seas besucona!
Ese
fue el
único saludo
de Sofía.
Y sacó
de su
talega un
pañuelo y
lo restregó
dónde había
plantado el
beso su
nieta.
- ¿Qué me has traído, abuela?
- ¿A ti? nada, ¡Tú no te mereces nada!
Dijo
con voz
agria y
soltaron una
carcajada la
niña y
la vieja.
- Toma “Circita”.
Desde
que nació
nunca usó
su nombre
real y
le puso
ese apodo
a la
niña, cosa
que fastidiaba
a Juani.
Le entregó
el paquete
y la
niña puso
las uñas
en el
papel para
rasgarlo.
- Pero no lo abras hasta que yo te diga.
La
frenó.
- Hola Sofía.
Dijo
Juani con
voz seria.
Sofía
la miró
de reojo
y no
dijo nada.
Juani se
quedó esperando
respuesta pero
no la
tuvo. La
vieja cogió
de la
mano a
su nieta
y la
llevó al
dormitorio. Jorge
miró a
Juani con
cara de
circunstancias.
Juani sintió
nuevamente esa
sensación de
asco y
besó a
su marido
por compromiso
cuando llegó
a su
altura.
- Hola cariño.
Dijo
Jorge.
- Cuando quieran merendamos.
Habló
Juani, pero
nadie respondió.
Se largó
a la
cocina enfadada.
Las viandas
estaban colocadas
de forma
ordenada sobre
mantel estampado.
Sentada en
un taburete
esperó a
que llegaran
los tres.
Después de
un corto
tiempo Jorge
entró:
Hablando
la pareja
en voz
baja casi
susurrando.
- ¡Lo siento! Ya sabes cómo es mi madre.
- Me tiene harta con sus desaires. ¡Joder, debería respetarme! ¡Soy la madre de su nieta!
- ¡Déjala! Ya sabes cómo son los viejos. Ella no tiene nada en contra tuya. Simplemente es así. Va a sus historias y punto. En el fondo te quiere, conociéndola ni siquiera hubiera venido.
- ¡Pues debe quererme muy, muy en el fondo!
- Tranquila.
Entraron
abuela y
nieta. Se
sentaron y
se hizo
el silencio.
Juani con
voz afable
lo rompió
invitando a
Sofía.
- Coge un sándwich. Están frescos.
Sofía
la miró:
- Me extrañaría que no fueran frescos los bocadillos.
Dijo
con voz
de desprecio
y cogió
uno. Lo
mordió y
masticó la
miga. Luego
escupió en
su mano
el bolo
y lo
dejó en
la mesa.
Juani lo
miró con
asco. Jorge
cogió una
servilleta de
papel y
lo quitó.
- Abuela, cuando puedo abrir tu regalo.
Interrumpió
Eva relajando
con su
voz el
ambiente
enrarecido por
la acción
de la
vieja.
- Más tarde, cuando anochezca.
Dijo
seria.
Comieron
en silencio.
Sofía no
dijo nada.
Jorge tampoco
y Juani
menos. Eva,
de vez
en cuando,
hacía un
“Mmmmmmm”
cuando se
metía en
la boca
un trozo
de la
tarta.
El
ambiente estaba
de lo
más enrarecido.
Se miraban
a los
ojos. Juani
a Jorge,
Jorge a
Juani, Juani
a Eva,
Eva a
su abuela
y Sofía
a su
plato. Hasta
que Sofía
se dirigió
a Juani:
- ¿Has conocido a alguien, últimamente?
La
pregunta cogió
a Juani
por sorpresa.
- ¿Porqué lo preguntas? ¿Desde cuándo te interesas por mis amistades?
- Porque veo cosas que me están preocupando y estoy segura que has conocido a alguien con la que te carteas.
- No y ¿Por carta? Menos. ¿Quién escribe cartas ya?
- Pues es raro. Estaba casi segura de que así era. Pero ahora no tengo esa sensación. ¡Es extraño!
Se
quedó mirando
al vacío
pensativa.
Juani
se metió
la mano
en el
bolsillo de
su pantalón
y tocó
el papel
con las
yerbas envueltas.
Eva se
levantó y
se fue
a su
cuarto. Jorge
fumaba y
comía en
silencio.
- ¡Jorge! Déjanos a solas. - Dijo Sofía.
Obedeció
y quedaron
las dos
mujeres sentadas
frente a
frente:
- ¡No me mientas! Has conocido a alguien. Sólo quiero avisarte, ten cuidado puedes destrozar todo lo que he construido.
- ¡Sofía, Qué no!
Mintió
nuevamente, su
voz se
mostró segura.
- Mira Juani. ¡Me estoy hartando! No quiero que mi hijo salga mal parado de esto.
Juani
no sabía
que decir.
La temperatura
bajó unos
grados y
sintió frío.
- Lo que te pase a ti me da igual. Tú ya cumpliste.
- ¿Cumplido? ¿Qué he cumplido?
- Todas estamos predestinadas para algo. Circita ya nació. Esa era tu misión en esta vida. ¡Mi heredera!
- ¿Estás loca Sofía? ¡¿Qué tonterías estás diciendo?!
La
vieja continuó
y Juani
cada vez
se quedaba
más callada
y asombrada.
- Si no fuera por la mala suerte de tener un varón, no me hubiera hecho falta tu vientre. Simplemente un útero es lo que necesité.
- ¡Vieja loca!
Interrumpió,
se intentó
levantar de
su taburete.
Sofía la
agarró del
brazo y
la sentó
nuevamente
jalando hacia
abajo. La
miró fijamente
a los
ojos y
prosiguió:
- Jorge está enamorado como un loco de ti y me pidió que le dejara vivir contigo. Date cuenta que tu marido te quiere y yo no quiero que nadie haga daño a mi hijo.
- ¡Cabrona! ¡Tú y tu hijo me dan asco! ¡Estoy harta de tus locas historias! ¡Me voy con mi hija lejos de tus tonterías! ¡Que les jodan a los dos!
Volvió
a intentarse
levantar pero
nuevamente Sofía
sostuvo aún
con más
fuerza.
- No te marcharás...
Juani
gimió por
la fuerza
que ejercía
Sofía en
su brazo.
Los ojos
de Sofía
se quedaron
completamente
negros, Juani
se quedó
de piedra
con los
ojos abiertos
de par
en par.
- ¡Tú eres la mujer de Jorge! ¡No eres nadie, Juani...! ¡Sólo lo que yo quiero que seas! ¡Sólo la muñeca con la que juega mi hijo!
Sofía
clavó las
puntiagudas uñas,
marrones de
roña, de
su mano
izquierda en
el brazo
de Juani
dejándole
marcas. Cara
a cara
continuó en
voz baja:
- ¡Y lo seguirás siendo mientras yo viva!
Repitió
unas dos
veces la
misma frase.
De su
boca salía
vaho.
- ¡Vas a seguir siendo la muñeca de mi hijo!
Susurrando.
- ¡Seguirás amándole, tu voluntad es mía, harás lo que yo diga, eres mi muñeca, perteneces a mi hijo!
Abrió
la mano
derecha y
sopló a
la cara
de Juani.
Una nube
de tierra
marrón bañó
el rostro
de la
mujer. Respiró
la nube
y se
le cerraron
los ojos.
Sofía dejó
de hincar
las uñas
en el
brazo y
fue soltándola
poco a
poco.
- ¡No recordarás nada! ¡Estás muy alegre! ¡Eres feliz! ¡Eres mi esclava! ¡Complacerás a tu marido y quedarás satisfecha!
Juani
pestañeó.
- Sofía, ¡qué alegría verte!
Dijo
sonriendo.
- Estoy algo cansada. ¿Cómo está mi nuera favorita? ¿Qué te has hecho en el brazo?
Dijo
Sofía
sonriendo... Los
ojos estaban
de sus
colores
habituales. Las
uñas romas
y limpias.
- No se. No recuerdo. Me lastimé con algo. Pero no se.
Miró
sorprendida las
marcas de
su brazo.
- ¿Has conocido a alguien?
Volvió
a formular
la pregunta.
- No, no... No recuerdo...
Titubeo
Juani.
- Voy a curarte el brazo y luego iré con Eva. Cuando termines la cocina ven para que veas el regalo de tu hija.
Le
limpió el
brazo con
una servilleta
de papel.
De su
bolso sacó
un tarro
de cristal
pequeño que
le cabía
en la
palma de
la mano.
Abrió su
tapa redonda
y cogió
un poco
de la
crema con
la yema
del dedo.
Le untó
los arañazos
y le
puso otra
vez la
misma servilleta
encima.
Sofía
se levantó
mareada y
un poco
tambaleándose
fue junto
a Eva.
Juani sonrió
a Sofía.
Se quitó
la servilleta.
El ungüento
y las
marcas habían
desaparecido.
Comenzó a
recoger la
mesa.
Jorge
y su
hija estaban
sentados en
el sofá
del salón.
Eva tenía
en su
regazo el
paquete y
movía nerviosa
los pies
desesperada por
abrirlo.
Esperaron un
rato. Sofía
miró por
la ventana.
Ya era
de noche.
- Bueno, bueno, bueno... ¡Circita abre el paquete!
Sofía
rió bajando
el volumen
de su
voz. Ansiosa
la niña
desató la
cuerda y
rompió el
papel. Era
una caja
de madera
de pino.
Tenía un
barniz brillante.
En la
tapa había
grabado una
estrella de
cinco puntas
y caracteres
cuneiformes
dentro de
cada triángulo.
Levantó el
cierre metálico
y abrió
la caja.
Tenía cinco
compartimientos.
Dos arriba,
dos abajo
y uno
central. Una
bolsa de
tela conteniendo
tierra ocupaba
el superior
de la
izquierda. En
el siguiente,
pedernal y
eslabón. En
el inferior
izquierda, una
botella pequeña
transparente
cerrada con
agua. En
el inferior
derecha un
diminuto abanico.
En el
central un
puñal de
unos siete
centímetros
dentro de
una funda
de cuero
encima de
un fieltro
rojo.
- ¿Qué es todo esto abuela?
- Tierra, agua, fuego y aire. Los elementos de la vida. Si le añades tu sangre, podrás hacer realidad cualquier deseo. Pero ten cuidado. A veces, nuestros deseos nos hacen daño o hacen daño a quienes más queremos. Dentro de poco, te enseñaré a usar todo.
- Enséñame ahora.
Dijo
alegre la
niña.
- Circita, a su tiempo. Todo a su tiempo.
Dijo
entre risas
la abuela.
- Tendrás que llegar a la edad. Guárdalo como si fuera tu corazón. ¡Qué nadie lo toque! Obsérvalo, mima ese cofre porque son las armas que usarás en el futuro.
Juani
entró mientras
se secaba
las manos
con el
paño de
cocina y
con cara
sonriente y
miró a
los tres.
- Mira mamá lo que me regaló abuela.
- ¿A ver?
Acercándose,
intentó cogerlo
pero la
niña espetó
a la
madre:
- ¡No lo toques, la abuela me ha dicho que nadie lo puede tocar!
Y
le enseñó
el contenido
desde lejos.
Sobre
las once
de la
noche Sofía
se marchó.
La niña
se fue
a su
cuarto. Absorta
contemplaba el
cofre, lo
abría y
lo cerraba,
miraba su
contenido, lo
sacaba y
lo volvía
a poner
en su
sitio. Una
hora más
tarde, rendida
de sueño,
apagó la
luz. Aquella
noche Jorge
se desahogó
con Juani.
No hubieron
preliminares. Se
puso encima.
No sintió
quemazón en
su sexo
con las
embestidas
rápidas de
su marido.
A Juani
le pareció
hasta casi
bueno. No
tan desagradable
como en
la mayoría
de las
ocasiones. Una
vez que
Jorge terminó
se dio
la vuelta
y se
durmió. Después
de pasar
por el
bidé se
marchó al
salón a
continuar con
su libro:
“…Llevabas
mi
coche.
“ (…)
“…y
se
pone
el
semáforo
en
verde…”
- Mañana será otro día.
Pensó
bostezando.
Terminó el
capítulo. Cerró
el libro
dejó el
marcador en
el mismo
lugar de
siempre y
se quedó
dormida en
el sofá.
No hay comentarios:
Publicar un comentario