3
Hacía
calor para
ser diciembre.
El atardecer
coloreaba con
tonalidades rosa
el cielo
del sur
de la
isla. Eva
nadaba en
la gran
piscina del
conjunto de
apartamentos. En
el centro
de la
piscina y
siendo la
gran diversión
del complejo,
un islote
con un
tobogán en
espiral. Desde
lo alto
se deslizaban
los bañistas
girando. Daban
dos vueltas
para caer
al agua
a toda
velocidad.
Rompían la
tranquilidad del
lugar con
gritos cuando
se zambullían.
El
acceso al
pequeño islote
se realizaba
mediante dos
puentes de
madera con
pasamanos de
soga. A
la derecha
de la
piscina, el
gran edificio
de apartamentos
de paredes
crema y
ventanas de
aluminio marrón
oscuro. En
cada planta
sobresalía de
la fachada
un balcón.
Los turistas
colgaban allí
sus toallas
a secar.
En otros,
sentados en
butacas de
plástico, leían
el periódico
o algún
libro.
A
la izquierda
de la
piscina, estaba
el balneario,
sala de
juegos, aseos,
duchas y
un bar.
Encima la
baranda del
paseo, turistas
iban y
venían de
la playa.
La hilera
de palmeras
paralela al
paseo daba
sombra a
los viandantes.
Jorge
y Juani
tumbados en
sendas hamacas
en el
centro del
recinto. Él
sin hacer
nada, ella
novela en
mano. Su
posición, entre
el bloque
de apartamentos
y la
baranda del
paseo, permitía
ver todo
aquel paraíso
hundido entre
cemento y
el sol
difuminado por
una sombrilla
de cañizo.
Desde
el paseo,
apoyado en
la baranda
plateada, asomaba
un hombre
vestido con
pantalón corto
marrón claro
y camiseta
blanca. Miraba
a Juani
con insistencia.
Era un
tipo rechoncho.
Ancho de
hombros y
de poca
estatura,
velludo. Poco
atractivo,
asimétrico, el
brazo derecho
más largo
que el
otro. Calvo
pero con
grandes y
despeinadas
patillas, con
una prominente
barba gris.
A veces
miraba en
otra dirección,
disimulando, pero
volvía a
fijar la
vista en
ella. Juani
reparó en
él. Intentó
verle la
cara pero
el sol
le daba
en los
ojos y
se lo
impedía. Le
inquietó la
insistencia de
aquel tipo.
Giró la
cabeza para
advertir a
su marido.
- Jorge, allí hay un hombre que no hace nada más que mirarnos.
- ¿Dónde?
- Desde el paseo, en la palmera.
- Allí no hay nadie.
- Estaba allí. En la quinta palmera desde la farola.... No está. No hacía nada más que mirarnos.
- Bueno, pues ya no está. Se estará alegrando la vista contigo.
Dijo
Jorge y
sonrió.
Siguieron
tumbados y
Juani continuó
leyendo:
“…agobia.
Todos
van
a
trabajar,
niños
a
los
colegios,
primeros
humos
de
camiones
de
reparto,
la
guagua
repleta
de
gente,
más
coches
que
entran
y
salen
de
los
carriles.
¡Estás
temblando!
Subo
un
poco
más
la
mano
y
entonces
píca…”
Volvió
a levantar
la vista
y la
dirigió al
lugar donde
la miraba
aquel extraño
personaje.
- Mira está otra vez.
En
ese momento,
Eva llegó
de la
piscina caminando
de puntillas
para evitar
el suelo
caliente. Cuando
estuvo al
lado de
su madre
les tapó
el campo
de visión.
- ¡Quita Eva, que no me dejas ver!
Dijo
Juani y
cuando Eva
se quitó.
- No veo a nadie.
- Se ha ido otra vez.
- ¿Quién se ha ido?
Preguntó
Eva.
- Nada, un hombre que miraba a mamá.
Comentó
Jorge a
la hija.
- ¿De verdad? ¿Será un obseso sexual?
- ¡Pero qué dices, niña! ¿De dónde sacará esas cosas?
Dijo
en entre risas Juani.
Cerró
la novela,
no sin
antes poner
el marcador
en el
magnético lugar
de siempre.
Se levantó
y se
zambulló en
la piscina.
Más
tarde, la
pareja llegó
al apartamento
eran cerca
de las
ocho de
la tarde.
La estancia
no era
muy grande.
Una habitación
para el
matrimonio y
un salón
cocina que
tenía un
sofá de
tela verde
con posamanos
de madera
y se
usaba como
cama para
un tercer
ocupante. Eva
no había
regresado. Jugaba
con una
recién conocida
en la
mesa del
“Disco
Deslizador”,
en la
sala de
ocio. La
pareja aprovechó
el momento.
Se ducharon
juntos y
en la
cama, se
acariciaron.
Estaban muy
excitados. Jorge
hizo el
misionero como
de costumbre.
Se besaban.
Ahora Juani
lo quería
con locura.
Lo veía
de otra
manera. Afeitado.
Emanando el
mismo perfume
con el
que se
conocieron. Sin
oler a
cigarros. Le
parecía mentira
estar sintiendo
de esa
manera.
Los
rostros estaban
pegados, nariz
con nariz.
Boca con
boca. Jadeaban
juntos. El
placer era
intenso. Cerró
los ojos
y disfrutaba
así aún
más. Al
abrirlos, no
pudo evitar
dar un
alarido
continuado y
que no
podía aplacar.
La
cara de
Jorge había
cambiado. Tenía
la cara
de su
niña pegada
a su
nariz. Y
gemía de
placer. Su
pelo estaba
sucio. Grasiento
y se
enredaba en
el rostro
de Juani.
La esclerótica
era negra.
Juntos el
iris y
la pupila,
terrorífico
azabache,
brillante y
profundo. Ojeras
azuladas
remarcadas con
patas de
gallo que
no correspondían
a esa
edad. Su
piel, aún
más blanca
y con
numerosas
verrugas.
Eva,
abrió su
boca. Amenazando.
Resaltaba una
dentadura postiza
atornillada al
paladar de
madera marrón
oscuro. Con
dientes
puntiagudos y
sucios. La
lengua, con
tonalidades
violeta terminaba
en punta
e intentaba
colarse dentro
de la
boca de
su madre.
En su
rostro había
un amasijo
de pelo
y babas
que caían
de aquella
sinhueso viscosa
llena de
pústulas
rojizas.
Juani
luchaba por
salir
horrorizada.
Empujando,
golpeando.
Intentando
deslizarse por
el lado
izquierdo, por
el derecho.
Pero, con
una fortaleza
que no
creía que
tuviera, la
niña se
lo impedía.
Las manos,
verdosas y
peludas, en
los hombros
de la
madre. Hincó
las uñas
en su
piel. Largas,
descuidadas y
con roña.
Eva
levantó el
torso desnudo.
Juani sintió
que el
pene de
su marido
entraba aún
más. La
madre echó
la cabeza
hacia atrás,
para no
ver aquel
rostro. Seguía
gritando. Sentía
dolor en
todo su
cuerpo y
se acentuaba
en su
vagina. En
los pequeños
pechos de
Eva, habían
desaparecido los
pezones. En
su lugar
sobresalían
sendos colmillos
de jabalí
retorcidos y
que apuntaban
al techo.
Estaban manchados
con la
sangre de
los arañazos
que habían
realizado en
los senos
de la
madre. Eva
miró al
cabezal de
la cama
y luego
al rostro
de la
madre. Se
miraron a
los ojos.
Aterrorizados
unos, brillantes
y lascivos
los otros.
Rápido, con
voz estridente,
de vieja,
ronca, metálica
como una
máquina, habló
aquel engendro.
- ¿Está disfrutando la cerda? ¡Ya te queda menos. Puta!
Abrió
la boca
desencajando la
mandíbula como
si de
una serpiente
se tratase.
Osciló la
cabeza hacia
atrás y
adelante, a
gran velocidad,
mordió el
rostro de
su madre
en el
pómulo
izquierdo,
desgarrándole el
cachete.
Los
ronquidos de
Jorge la
despertaron. Se
alegró de
escucharlos. El
corazón le
palpitaba
deprisa. Estaba
empapada en
sudor. La
humedad de
la espalda
le hacía
sentir aún
más frío.
Abrió los
ojos en
su habitación.
Su casa.
Se sentó
en la
cama, doblando
las rodillas
a la
altura de
su pecho
y las
abrazó. En
esa posición,
miró a
su alrededor.
Sentía que
estaba todavía
en el
apartamento y
que aquel
horrendo rostro
saldría de
algún rincón
oscuro del
cuarto.
Poco
a poco
fue consciente.
Aquello había
sido una
pesadilla. ¡El
sueño era
tan real!
Aún con
el desasosiego
producido por
el mal
sueño, se
levantó y
corrió levemente
las cortinas.
Miró hacia
la calle.
Los coches
aparcados estaban
mojados por
el rocío.
Un vecino
salía del
portal de
enfrente y
se dirigía
raudo a
la parada
de guagua.
Pasó un
tiempo y
Juani fue
a la
cocina a
preparar el
desayuno.
Los
tres en
la mesa.
Eva contaba
maravillas de
lo bien
que lo
había pasado
en casa
de su
abuela:
- Después me enseñó la colección de cristales. Tiene muchos y cada uno sirve para algo. Tiene uno que si le da el sol da una luz verde que limpia las manchas de la piel. Otro que da una luz roja que si la pones encima de un insecto se queda parado sin moverse. Tiene un libro de plantas que curan. Estuve con ella haciendo infusiones. Algunas sabían algo raro pero otras eran muy dulces y sin echar azúcar.
- ¿Cómo dejas a Eva que beba eso?
Dijo
Juani.
- Son cosas de mi madre, no hay problema. ¿Cómo le va a dar algo mi madre que le haga daño a Eva?
Habló
Jorge con
tono serio.
- No me gustan esas cosas. Hay que comprar las cosas para el “cumple” de Eva. ¿Vamos ahora o a la tarde?
- Mejor ahora, me gustaría venir pronto. El partido de Las Palmas es a las cinco y media.
El
aparcamiento del
centro comercial
estaba repleto.
Pululaban coches
buscando un
hueco donde
estacionar. Hasta
las plazas
para
discapacitados
estaban llenas
de desaprensivos
sin tarjeta.
De una
Nissan Vanette
blanca, con
varios bollos,
bastante vieja
y aparcada
cerca de
las escaleras;
se formó
una nube
entre gris
y con
partes blancas.
Aquella masa
informe cambiaba
de forma
según le
llegaba el
aire del
ambiente. Creció
hasta tener
forma casi
esférica y
tener cerca
del metro
y medio
de diámetro.
Se elevó,
flotó. Como
una pompa
de jabón
avanzó hacia
las escaleras
automáticas que
estaban cerca.
Dejaba un
extraño aroma
dulzón. A
limón, toques
de laurel
y vainilla.
Ascendió y
justo a
su izquierda
en la
escalera de
bajada se
cruzó con
una pareja.
Observaron la
nube que
ascendía a
su lado
y la
mujer de
unos treinta
y tantos,
olió la
fragancia. Agarró
la entrepierna
de su
compañero y
se le
abrazó.
Levantando su
pierna derecha
se frotó
con su
acompañante.
- ¿Pero, qué...? - Preguntó él. Los ojos los tenía muy abiertos.
- ¡Fóllame ahora! - le dijo.
El
hombre
sorprendido por
aquella actitud,
se quedó
rígido mientras
su novia
le acariciaba
de modo
compulsivo. Ella
se aferró.
Tanto fue
el agobio
que sintió
el caballero
que se
zafó de
ella como
pudo y
salió corriendo.
Ella lo
persiguió
agitando los
brazos.
- ¡Amor espérame, espérame! ¡Hazme tuya!- gritaba.
Se
perdieron en
el fondo
del aparcamiento
y el
volumen de
los gritos
fue decreciendo
en aquel
gigantesco
parking.
En
la planta
del centro
comercial, encima
de los
aparcamientos,
estaba la
gran plaza
rodeada por
treinta tiendas
de diverso
tipo. Un
Restaurante, una
heladería,
varias
cafeterías, un
concesionario de
coches, una
tienda de
electrónica y
unas cuantas
de ropa
de moda.
Todo repleto
de gente.
En el
centro, una
gran piscina
de plástico
dónde niños
metidos en
grandes bolas
de aire
jugaban flotando
en el
agua. Dando
vueltas y
más vueltas
como si
fueran hámsteres
enjaulados. Los
padres hacían
cola para
meter a
sus hijos
en la
atracción.
Comenzaba el
periodo navideño
y todos
se dejaban
llevar por
el deseo
de comprar
más y
más de
esas fechas.
Bolsas por
aquí y
por acá.
Gente frenética
entrando y
saliendo. Las
terrazas llenas
con gente
tomando cafés,
cervezas y
diversos
aperitivos.
La
niebla, algo
más disipada,
giró a
la derecha
y se
marchó directa
a una
de las
“boutiques”.
No había
gente que
reparara en
ella, pero
sí captaban
el olor
dulzón cuando
pasaba cerca
de alguien.
En su
camino envolvió
a una
mujer de
unos cincuenta
y tantos
años. De
peinado reciente
de peluquería.
Pelirroja teñida.
Gafas finas
de color
violeta y
montura cuadrada.
Traje de
falda de
vuelo estampada.
Camisa blanca
y chaqueta
de color
azul marino.
Un pañuelo
con florecillas
rojas, adornaba
el cuello.
Por su
forma de
vestir podría
ser de
esas mujeres
que van
predicando el
evangelio y
que vienen
a tu
casa a
salvarte
machacándote
pasajes de
la Biblia
un domingo
cualquiera por
la mañana
y de
mano un
niño que
preferiría estar
nadando en
la playa.
La mujer
se levantó
la falda,
dejó ver
sus bragas
de color
oscuro y
comenzó a
frotar su
sexo con
la cartera
que llevaba
en la
mano. Gimió.
La gente
de alrededor
se quedó
mirándola
incrédula.
Algunos reían,
otros abrían
la boca
de asombro.
Una madre
tapó la
cara a
su niño
pero éste
movió la
cabeza a
los lados
y de
arriba a
abajo para
seguir mirando
aquella
situación. La
gente se
agolpó en
torno a
ella y
terminó de
rodillas gritando
histérica.
La
nube siguió
su vuelo.
Rodeando
una balaustrada
metálica que
dejaba ver
el aparcamiento
subterráneo.
Estaba apoyada
una muchacha
de unos
veinticinco años.
Llevaba pantalón
vaquero negro
ajustado y
un polo
verde. Era
atractiva y
tenía pinta
de modosa.
Dirigió la
mirada hacia
el olor.
Miró al
cielo. De
sus ojos
brotaron
lágrimas. Se
giró y
se lanzó
al vacío.
Se estrelló
contra la
luna delantera
de un
Ford Fiesta
y su
cara destrozada.
La sangre
de la
cabeza manchó
el techo
del vehículo.
La gente
de alrededor
se amontonó
a mirar
desde lo
alto como
había quedado
la chica
empotrada en
el cristal
del coche.
Se escucharon
gritos.
- ¡Qué horror!
- ¡Pobrecita!
- ¡Llamen a una ambulancia!
El
gas pasó
entre otras
dos muchachas
que iban
juntas cargadas
con bolsas
de cartón
y marca
de tienda
de modas.
Se detuvieron
y abrazadas
comenzaron a
besarse con
pasión. Las
bolsas cayeron
al suelo.
Todas ellas
se excitaban.
Les daban
sofocos y
calores. Algunas
agitaban
frenéticas sus
abanicos y
otra, tal
tristeza, que
sólo querían
terminar con
su vida.
Juani
miraba el
escaparate de
la derecha
en las
puertas de
“Modas Johana”.
Jorge le
comentó:
- Me voy al “Electronic Shop” a ver lo que hay.
- ¡Vale! Eva me dijo que la falda que quería estaba aquí. Voy a mirar.
La
pareja se
separó. Las
puertas
automáticas se
abrieron al
detectarla.
Entró. Las
treinta
estanterías
estaban situadas
formando
paralelas, en
dos bloques
de quince,
perpendiculares
al pasillo
central. Al
fondo había
una pared
con estantes
llenos de
abalorios, que
brillaban a
la luz
de los
halógenos que
los enfocaban.
Multitud de
prendas poblaban
todas las
estanterías.
Clasificadas por
diseños y
colores. Carteles
anunciando
novedades,
promociones y
descuentos, “tres
por dos”,
“al cincuenta
por ciento”,
eran comunes
cada cierto
espacio. Existían
dos secciones
bien
diferenciadas. En
el bloque
izquierdo de
estanterías, la
ropa de
hombre a
la derecha
la de
mujer. En
la entrada
en el
sitio de
la cajera
podía leerse
el cartel:
“Complementos”.
Dentro de
las dos
divisiones por
género: Ropa
vaquera, de
fiesta, casual,
deporte. Fue
a la
sección de
vaqueros de
mujer y
cogió una
pequeña falda
de color
negro. Puso
la cintura
a la
altura de
sus ojos
y observó
la longitud
de la
cintura, el
vuelto, los
bolsillos. Sintió
su tacto.
Le hizo
un examen
casi médico
a la
prenda. Miró
la etiqueta,
el precio
y finalmente
la puso
en la
cesta de
plástico que
había cogido
al entrar.
Volvió a
revisar otra
prenda que
estaba a
la derecha,
internándose más
en las
estanterías,
dejando a
la izquierda
el pasillo.
Entró
la niebla
a la
tienda por
el pequeño
hueco inferior
de las
puertas. Avanzó,
lentamente por
el pasillo
central. Se
llenaron los
cristales del
escaparate con
vaho. Era
imposible ver
lo que
acontecía en
la tienda
desde el
exterior. La
multitud seguía
agolpada en
el lugar
del suicidio
de la
chica e
ignoraba lo
que acontecía
en la
tienda.
La
fragancia de
la nube,
aún era
más intensa
e inundó
la tienda.
La temperatura
descendió de
los veinticuatro
grados a
cinco en
apenas unos
segundos.
A
su paso
envolvió a
una dependienta
que estando
de rodillas
colocaba ropa
en una
balda de
la primera
estantería. La
chica comenzó
a llorar,
juntó las
manos como
si rezara
y comenzó
a golpearse
la cabeza
con la
esquina de
la estantería.
Uno, dos,
tres, sangraba
su frente,
cuatro golpes,
cinco, seis
y continuaba.
Al oírlos,
una mujer
salió del
probador y
corrió a
detenerla. Olió
y por
el pasillo,
se abrazó
a otra
dependienta que
venía en
auxilio de
la primera
gritando y
repitiendo:
- ¡Qué te pasa, qué te pasa!
Se
detuvieron, se
miraron y
comenzaron a
arrancarse la
ropa mientras
emitían
chillidos y
gritaban palabras
obscenas. Otra
mujer que
se encontraba
en la
parte contraria
de esa
estantería,
cogió una
percha metálica
y doblando
el gancho
se lo
clavó repetidas
veces en
el cuello.
La sangre
salpicó
manchando la
ropa de
lino. Algunas
clientas se
arrastraban por
el suelo,
manchando la
moqueta con
goterones de
sangre y
otras se
acariciaban.
Gritos de
dolor y
gemidos de
placer ahogaban
la música
que sonaba
por los
altavoces. Tres
mujeres estaban
abalanzadas sobre
un hombre.
Éste gritaba
en el
suelo. Le
habían sacado
el pene
y una
lo masturbaba.
Otra le
besaba en
el cuello
y la
tercera le
rompía la
camisa. Una
cuarta llegó
y comenzó
a golpear
a la
que tenía
los jirones
en la
espalda con
la pierna
izquierda de
un maniquí.
En otro
de los
pasillos, un
hombre daba
alaridos.
Sangraba por
la entrepierna.
Una mujer
llevaba su
pene en
la mano
y una
cuchilla en
la otra.
La
nube siguió
por el
pasillo central
de la
tienda y
giró en
la estantería
dónde Juani
escudriñaba
absorta las
prendas. No
escuchaba. No
advertía nada
de lo
que ocurría
a sus
espaldas.
La
mujer de
la cuchilla
corrió en
dirección a
Juani levantando
la mano
para cortarla.
De la
nube salió
una mano
huesuda y
con su
dedo índice
señaló a
la mujer.
Su cuello
se dobló
violentamente
partiéndose la
garganta. De
la boca
brotó un
chorro rojo
y viscoso.
Sus manos
se abrieron,
volando el
pene por
un lado
y el
cutter por
otro. Cayó
hacia atrás
formando un
arco y
golpeándose la
cabeza contra
el suelo.
Estaban
parados los
relojes. La
nube llegó
dónde estaba
Juani que
seguía mirando
un jersey.
Sintió una
presencia y
se giró.
Se disipó
y en
su lugar
apareció un
hombre alto,
metro ochenta
y tantos.
Cabello de
color negro
que le
llegaba hasta
los hombros.
Era musculoso,
de haber
nadado bastantes
años pero
sin hacer
apología del
músculo. Su
cara estrecha
y alargada.
Labios fuertes,
ojos grandes
y rasgados
de azul
intenso. Su
sonrisa era
de ángel.
Su cuello
era fuerte.
Brazos, torso
y piernas,
perfectos. Era
el tipo
de hombre
que Juani
había esperado
toda su
vida. Su
hombre ideal.
Con el
que quisiera
escapar y
vivir una
vida nueva.
Plena de
felicidad, dando
lo mismo
lo que
dejara atrás.
Porque sólo
la visión
de aquel
hombre la
tranquilizaba. Se
sentía segura
sólo con
su presencia,
comprendida.
Amada como
mujer y
querida como
persona. La
abrazó y
la besó.
Mientras
tanto, el
resto de
mujeres habían
formado un
semicírculo en
torno a
ellos. Comenzaron
a agarrarse
de sus
pelos y
a pelearse.
Se arañaban
y se
mordían. Una
clienta que
llevaba una
falda de
tela escocesa
se había
subido a
lo alto
de una
estantería. Su
camisa celeste
estaba rasgada
y dejaba
ver sus
enormes pechos.
Con la
cara desencajada,
gritaba, agitaba
sus brazos
y enseñaba
los dientes
como si
fuera una
mona. Miraba
en dirección
a otra
mujer que
estrangulaba con
unas licras
a la
dependienta de
la caja.
Una señora
en torno
a los
sesenta golpeaba
con el
marcador de
precios en
la cabeza
a otra
más joven
abriéndole una
brecha.
Terminó
el beso
y la
miró a
los ojos.
- Soy Esteban.
Sonó
una profunda
voz varonil
susurrándole al
oído. Juani
volvió a
besarle y
a abrazarse
a él.
- Vámonos de aquí.
Caminaron
juntos entre
cuerpos y
despojos.
Ignorando los
brazos mutilados
que sangraban
abundantemente
tirados en
la moqueta.
A las
mujeres que
se convulsionaban
por los
suelos. A
las que
gemían de
placer y
seguían
revolcándose en
los charcos
de
sangre. Salieron
de la
tienda.
La
multitud
amontonada
continuaba
curioseando el
lugar del
terrible suceso
de la
chica. El
vaho desapareció
de los
cristales. Juani
y Esteban
se fundieron
con la
gente y
se perdieron
entre ellos.
Llegaron cerca
de los
servicios.
Esteban tenía
el brazo
por la
cintura de
Juani y
ella se
acurrucaba en
su pecho
mientras
caminaban.
Volvieron a
besarse.
Se
abrieron las
puertas de
la tienda
y una
dependienta
salió. Cojeaba
y se
agarraba el
brazo izquierdo
manchado de
color rojo.
Gritó. La
multitud corrió
a ver
lo sucedido.
- ¿Quién eres? - Preguntó Juani.
- El que siempre anhelaste. Vives en una pesadilla de la que vengo a rescatarte. Estás en manos de otros. Yo soy el que romperá los hilos para que tu felicidad sea verdadera. Estás hechizada, Juani. Has sido manipulada. Pero tienes que ayudarme. Para encontrar la felicidad debes hacer cosas que no te van gustar, pero es el único camino.
Lo
besó nuevamente.
Juani sentía
que era
libre con
Esteban. Sólo
deseaba estar
con él.
- Tendremos un nuevo encuentro pero no debe saberlo nadie... No puedo estar más tiempo aquí. Toma esto.
Le
dio una
piedra de
color morado.
- Envuélvelo en un papel con clavo e Hinojo. Llévalo en un bolsillo contigo y te ayudará a no revelar tus secretos. Pero nunca lo dejes que lo toque nadie.
- El martes, no iré a trabajar, nos podríamos ver dónde tú me dijeras.
Dijo
Juani.
- No te preocupes por el lugar y el día. Yo iré dónde tú estés.
Se
escucharon a
lo lejos
ruidos de
sirenas. Gritos
y lamentos.
Se formó
nuevamente la
niebla
envolviendo a
Esteban que
se diluyó
en ella.
Cuando se
disipó. Juani
estaba pasmada
mirando la
pared de
mármol verdoso
que tenía
enfrente. Le
temblaban las
piernas. Caminó.
Sintió mareos
hasta llegar
a la
plaza. Miró
a los
niños dentro
de las
bolas
transparentes de
aire y
recordó la
premonición de
las burbujas
de Ana.
A lo
lejos, Jorge
le hacía
señas y
corría hasta
ella. Cuando
llegó a
su lugar:
- ¿Dónde estabas? ¡Me tenías preocupado! Te he estado buscando por todas partes ¿No te has enterado? Una muchacha se ha tirado al aparcamiento. En una de las tiendas, se han vuelto todos locos y se han puesto a matar gente. ¿Qué te ocurre? ¡Juani, Juani...!
Se
oscureció su
vista. Sus
piernas no
la aguantaron
y se
desmayó. Jorge
la agarró
como pudo
y consiguió
que no
se estampara
la cabeza
contra las
baldosas. Se
puso a
su lado
y con
un pañuelo
la abanicó.
Con ayuda
de otro
hombre la
trasladaron a
un banco
y la
recostaron.
- Póngala con los pies en alto. Así le llegará la sangre a la cabeza.
Jorge
la seguía
abanicando. Una
mujer traía
un vaso
de agua
con azúcar
que revolvía
con rapidez
y se
ponía en
cuclillas a
la altura
de ella.
Intentaron que
bebiera. Pasaron
unos segundos,
Juani movió
los brazos
con torpeza
apartando a
todos para
tomar aire.
- Dejen sitio, Dejen que respire.
Dijo
alguien.
- ¿Qué me pasa? ¿Dónde estoy?
Balbuceó.
- Te desmayaste. ¿Estás mejor?
- Sí, sí.
Con
voz apagada.
Del
corrillo que
se había
formado en
torno a
Juani se
oían
comentarios:
- ¿No estará embarazada?
Dijo
una vieja
susurrando.
- ¡Mucho tiempo de pie y muchas aglomeraciones! ¡No es de extrañar!
Respondió
otra mujer.
- ¡Vaya día! Con todo lo que ha pasado, no me extraña que le haya dado un “yeyo”.
Dijo
un hombre
bajito, sin
saber que
la mujer
que tenía
delante había
estado dentro
de “Modas
Johana”.
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