2
¡De
repente! Sonó
el portazo.
Se habían
dejado la
ventana de
la sala
de estar
abierta y
la corriente
de aire
empujó la
puerta al
cerrarla. Jorge
de espaldas,
giró rápido
para agarrar
el pomo,
pero no
lo evitó.
Las cortinas
volvían a
su posición
al bajar
el flujo
de la
corriente de
aire.
Más
tarde, sentado
en la
cocina esperó
la llegada
de su
mujer. Encendió
otro cigarrillo.
Observó el
mobiliario de
la cocina,
repasándolo
varias veces.
Mató el
aburrimiento
buscando moscas
dónde no
las hay.
Perdía la
vista en
la mesa,
en los
dibujos
coloreados. Tosió
un par
de veces.
Era
una cocina
estrecha. Desde
la puerta,
a la
derecha el
fregadero, poyo
y quemadores
eléctricos.
Armarios encima
con la
vajilla y
su despensa.
A la
izquierda, una
mesa plegable.
Sobre ella,
un hule
estampado. En
la pared
de la
mesa, la
ventana que
daba al
patio interior
del edificio
donde los
vecinos secaban
la ropa
colgada en
los tendederos.
Bajo la
mesa estaban
los taburetes
que usaban
para sentarse
a comer,
y a
veces, como
escalón para
llegar a
los anaqueles
más altos.
Al fondo,
una nevera
de dos
bloques.
Congelador en
la parte
baja y
mantenedor en
la superior.
Tenía algún
golpe en
la puerta
de abajo
así como
óxido en
las esquinas
superiores. Todo
el mobiliario
era de
tonalidades
crema. El
alicatado, viejo,
de azulejos,
algunos rotos
y con
flores.
- Hoy parece que se levantó con prisa. – Pensó viendo la loza sucia del desayuno en el fregadero y dicho esto, Juani llegó del trabajo.
- Hola – Lo saludó y se fue al cuarto a quitarse la ropa.
- Ven a la cocina, te tengo que contarte algo – Jorge habló.
- Espera, me estoy cambiando. ¿Recogiste a Eva?
- La dejé con Sofía.
- ¿Otra vez? - Preguntó con un tono de enfado.
La
mujer llegó
a la
cocina poniéndose
una camiseta.
- ¿Qué me quieres contar?
- Me dieron trabajo.
- ¡¿Dónde?! - Juani, saltó de alegría.
- El ayuntamiento, de pintor. Es por unos seis meses pero puede durar más.
- ¡Ya iba siendo hora de que nos salieran las cosas! Espero que no se fastidie. - Dijo en referencia a todos los trabajos anteriores que había tenido su marido. Su irresponsabilidad con el mundo laboral era tan grande como su hábito de fumar. Pero es que tampoco les hacía falta. Si se veían muy mal siempre estaba la ayuda económica de Sofía que no ponía ningún reparo en darles cantidades ingentes de dinero y vivir en la abundancia para una familia de esas de clase cada vez más empobrecida.
- Mamá no está contenta. Dice que ve peligro en este trabajo. Que es poco. No sé si merece la pen...
- ¡Estoy harta de lo que piensa tu madre! - Cortó tajante
-
¡Nos hace
falta el
trabajo y
punto! ¡Que
yo soy
la que
trabaja y
tengo derecho
a descansar!
¡Que llevamos
tres años
con la
misma mierda!
¿Tu madre?
¡Lo único
que hace
es criticar
todo lo
que hago!
¡Siempre
insultando esa
vieja! ¡Estoy
ya harta
de tu
madre y
de ti!
¡Siempre igual!
Cada vez
que has
tenido un
trabajo no
te ha
durado nada.
Siempre porque
tu madre
no le
gusta. ¡Pues
este, lo
vas a
coger! – Le
señaló
amenazante con
el dedo
índice -
¡Quiero
descansar ya
me hace
falta unas
vacaciones! ¡Ya
es hora
que te
muevas! ¡De
casa a
la playa
y vuelta!
¿Qué te
crees que
voy a
mantenerte? Si
no fuera
por Eva.
Jorge
calló Y
bajó la
cabeza. Apagó
el cigarrillo
en un
plato que
ya estaba
tan lleno
de colillas
como de
ira Juani.
Tranquilo,
encendió otro.
Consiguió
enojarla aún
más.
- ¡Cuando vas a dejar de fumar! Todo apesta a cigarros. Deja de fumar, ¡Coño! ¡Qué lo apagues! - repitió por tres veces con rabia creciente.
De
un manotazo
le tiró
el cigarro
de la
boca. Él
parpadeó por
la sorpresa.
La colilla
rebotó en
los azulejos
dejando una
marca negra.
Jorge se
levantó y
se marchó
de la
estancia. Juani
levantó un
plato del
fregadero.
Apretando sus
dientes lo
tiró al
suelo y
se hizo
añicos. Se
giró y
apoyó sus
manos en
la mesa.
Bajó la
cabeza y
comenzó a
llorar. En
ese mismo
momento sonó
el teléfono
y Jorge
respondió desde
la sala.
- Sí... Hola mamá – Una pausa.
- Nada lo de siempre... Parece que se acabó el... - otra pausa - Sí, iré a recoger a Eva.
- Es que cada vez dura menos. – un instante de silencio y - Gracias, es lo que necesito. Hasta luego mamá.
Pasaron
unos tres
cuartos de
hora. Jorge
miraba la
tele. Ella
volvía a
estar tranquila
y relajada.
Sonreía y
se sentó
en el
sofá junto
a él.
Con el
carácter
totalmente
cambiado, meloso,
y como
si no
hubiera pasado
nada, le
habló:
- Cariño, si no quieres el trabajo no lo cojas. Podemos salir con lo mío. Se que eres una persona que necesita mucha tranquilidad. Tu madre siempre ha sido una santa, siempre nos ha ayudado con la niña.
- Esta vez voy a coger el trabajo. Lo hago porque sé que eso te hará feliz. Siempre he querido tener una familia como los demás y gracias a ti, la tengo. Por eso debo trabajar. Todos lo hacen. Tú eres mi ama de casa y yo soy el que debo traer el dinero. Eso es lo que quiero. Mírate ahora. Rebosas de felicidad de ser mi esposa. – Juani asintió con la cabeza y le sonrió. Continuó:
- Mira lo que me ha regalado mi madre. Dice que esté tranquilo que con esto no pasará nada. Mi madre me dijo que se llamaba sodalita.
La
piedra de
color gris
azulado la
llevaba colgada
al cuello.
Juani lo
miró y
acercó la
mano para
tocarlo. Jorge
le cogió
la mano
evitando que
tocara la
piedra.
- ¡No la toques! - Dijo suave - Me dijo que no la podía tocar nadie.
Se
quedaron en
silencio durante
unos minutos
mirando la
tele hasta
que Juani
volvió a
comentar.
- Me gustaría coger un apartamento en el sur un fin de semana. Con lo que hay ahorrado podríamos hacerlo. ¡Me apetece! Por salir de aquí. A Eva le vendría bien coger algo de sol. A todos nos vendría bien cambiar de aires.
- Deja que pase un tiempo. Sabes que no podemos, que debemos esperar. Me gustaría ir los dos solos y la niña. Sabes que a mamá no le gusta mucho el sol. - Comentó Jorge.
Se
quedaron juntos
durante un
rato más
en el
sofá hasta
que Juani
acurrucada cogió
el libro.
Por más
que se
empeñaba no
lograba avanzar
y quitando
el marcador
de cartulina
continuó leyendo
dónde lo
había dejado:
“…Llevas
mi
coche.
Llevas
un
vestido
corto,
crema
y
seda.
A
tu
lado,
no
puedo
dejar
de
mirar
tus
piernas
entreabiertas.
Con
un
pie
en
el
acelerador
y
el
otro
en
el
embrague.
Tus
rodillas
descubiertas
y
los
pliegues
de
la
falda
sobre
tus
muslos.
Da
igual
lo
que
hablemos
porque
en
las
fantasías…
¡Qué
importa!
Coges
la
autovía
conduces
con
mucha
precaución.
Primeriza
y
sin
carné.
Sólo
hace
falta
que
nos
pare
la
Guardia
Civil.
¿No
has
pensado
que
los
peligros
imaginados
en
una
fantasía
son
seguros
por
eso
arriesgamos
más?
Engancha
como
la
nicotina.
Deseas
sensaciones
más
fuertes
y
aceleras
a
la
salida
de
la
curva.
Miro
tu
perfil,
tu
escote,
la
luz
del
oriente
le
da
un
color
especial
a
tu
cara.
Es
por
la
mañana
y
hemos
pasado
la
noche
juntos.
Salimos
del
parking
del
hotel.
El
cinturón
de
seguridad
entre
tus
pechos.
Así,
se
separan
y
están
más
apetecibles
todavía.
Llegamos
por
la
autopista
a
una
desviación
y
no
puedo
esperar
más.
Te
miro
la
cara
y
pongo
la
mano
en
tu
muslo
derecho
a
cinco
dedos
de
la
rodilla.
Abres
los
ojos
pero
no
eres
capaz
de
apartar
la
vista
de
la
carretera.
Estás
nerviosa,
nunca
has
conducido
antes
y
te
metes
en
este
berenjenal.
Intentas
mirarme
de
reojo
pero
no
puedes.
El
tráfico
te
agobia.
Todos
van
a
trabajar,
niños
a
los
colegios,
primeros
humos
de
camiones
de
reparto,
la
guagua
repleta
de
gente,
más
coches
que
entran
y
salen
de
los
carriles.
¡Tiemblas!
Subo
un
poco
más
la
mano
y
entonces
pícara
sonríes.
Mi
mano
se
escurre
bajo
tu
falda
y
acaricio.
Noto
el
torneado
de
tu
muslo.
Permanecemos
callados.
Como
si
viéramos
una
película
en
el
cine.
Froto
suave
tu
pierna.
Noto
el
calor.
En
cada
vaivén
intento
subir
un
poco
más.
La
luz
del
sol
nos
invade
desde
los
edificios
y
amanece
en
tu
escote.
Tu
respiración
se
acelera.
Igual
que
tú
el
coche.
¡Ochenta,
cien,
ciento
diez,
ciento
veinte!
Mi
mano
sube
más
y
llegó
a
la
ingle.
Mi
dedo
meñique
se
desliza
para
buscar
qué
encuentra.
Quiero
sentir
tu
ropa
interior
y
no
hay
nada.
¡No
llevas
nada!
Nunca
lo
pensé,
preparada
para
el
juego.
Rozo
tu
vello
y
tú
suspiras.
¡Desaceleras!
La
caravana
se
va
formando
en
la
autovía.
El
rodar
se
hace
más
lento.
Necesitas
aún
más
tu
atención.
Pero
se
te
cierran
los
ojos
de
placer
y
te
dejas
llevar
por
el
roce
de
mi
dedo
en
tu...
¡Frena!
¡Atiende
a
la
carretera!
¡Casi
te
comes
al
que
sigues!
La
caravana
parada.
Te
sonrojas.
Miras
al
pasajero
que
va
en
el
coche,
en
el
carril
izquierdo
y
nos
mira.
¿Habrán
notado
nuestro
juego
o
ha
sido
por
el
frenazo?
Me
miras
con
cara
asustada
y
estás
enfadada.
¡Mierda
de
caravana!
Quieres
que
te
bese
y
veo
gotas
de
sudor
en
tu
frente
y
en
tu
cuello.
Poco
a
poco,
acercamos
las
caras.
Estamos
tan
cerca
que
hemos
perdido
nuestras
caras
de
vista.
¡Una
pita!
Y
nos
separamos.
Miras
a
la
carretera,
arrancas
y
sólo
dices
una
palabra,
tan
bajito
que
casi
ni
te
oigo.
Dices:
“Sigue”.
Me
colé
dentro
y
tus
piernas
se
abren
más.
Mi
antebrazo
ha
descubierto
todos
tus
muslos
y
levantas
el
vientre.
Veo
la
tapicería
mojada.
Mis
yemas
acarician
tu
sexo
metiendo
mis
dedos
en
ti.
Noto
lo
empapada
que
estás
y
me
gustaría
beberte.
Sigo
acariciándote
y
mis
dedos
índice
y
anular
entran
dentro
intento
llegar
a
lo
más
profundo
que
me
permite
esa
posición.
Consigo
que
gimas
y
emitas
un
pequeño
jadeo.
Lento
abro
mis
dedos
y
los
cierro.
Están
húmedos
de
ti.
Me
llevo
mi
mano
a
la
boca
y
pruebo
tu
sabor.
Te
miro
a
los
ojos
mientras
coges
la
desviación
para
entrar
en
los
aparcamientos
de
un
centro
comercial.
Aparcas
y
cambiamos
la
posición.
Te
levantas
y
caminas
delante
del
coche.
Te
contemplo
a
través
del
parabrisas.
Pasas
el
dedo
por
el
capó
en
tu
paseo
lento
hasta
mi
puerta.
Abres
y
me
invitas
a
bajar.
Salgo
y
ocupas
mi
lugar.
Vuelvo
por
tus
pasos
mirándote.
Me
acerco
los
dedos
a
mi
nariz.
Me
hipnotiza
tu
aroma.
Entro
en
el
coche
y
me
siento
en
tu
charco.
Arranco
y
llego
al
semáforo.
¡Rojo!
Paro.
Miro
a
tus
ojos.
Ves
que
quiero
tu
boca.
Te
sonrío
y...
Semáforo
en
verde…”
El
sueño pudo
más. Volvió
a dejar
el marcador
al principio
de la
lectura en
la misma
página, cerró
el libro
y los
ojos. Jorge
se levantó.
- Me voy a por Eva.
Juani
era de
sueño ligero.
Hasta el
ruido de
una mosca
era capaz
de despertarla
cosa que
no ocurría
antes de
casarse. Pero
esta vez
el sueño
era tan
profundo que
ni siquiera
escuchó la
marcha de
su marido.
Pasadas unas
horas despertó,
había
oscurecido. Fue
a la
cocina. Recogió
los trozos
del desastre.
Limpió la
mesa. Fregó
la loza
que quedaba.
Pasó el
paño por
la mancha
negra de
ceniza de
los azulejos.
Vació el
cenicero en
la basura
y cambió
la bolsa.
Bajó a
tirar la
basura en
el contenedor.
Intentó dar
un paseo
pero sintió
frío y
volvió a
entrar en
casa. Mechó
la carne
con ajo
y menta.
Lo dejó
en la
nevera para
cocinarlo al
horno y
las lentejas
en agua.
Todo para
el día
siguiente.
Suspiraba cuando
terminaba la
tarea y
se marchó
al ordenador.
Entró en
el “chat”
y Ana
estaba en
línea.
- Hola.
- Hola. ¿Qué tal estás?
- Pues muy bien, mi marido consiguió trabajo.
- ¡Fenómeno! ¿Ves? ¡Te lo había dicho!
- Sí. ¿Cómo haces para adivinar las cosas?
- Naces con un don. Un algo que no sabría explicarte.
- Me gustaría aprender. Me gustaría tener ese don que dices.
- Todo el mundo lo tiene, pero hay personas que se dan cuenta. Para empezar tienes que aprender a relajarte. Pensar que tienes un lienzo en blanco donde pintas. Sentir tu propia respiración. Dejarte llevar. Así poco a poco las imágenes te vienen sin más.
- ¡Que guay! ¿Dónde aprendiste?
- Yo misma. Me di cuenta desde muy niña. Como te dije, todos lo tenemos pero hay personas, que lo tienen más desarrollado que otras.
- Me preocupa la actitud de mi marido con el trabajo ¿Qué tal le va a ir?
- Esta noche miraré y mañana te digo algo. Lee mi blog. Siento que tengo un vínculo contigo como si fueras una hija o una amiga muy íntima desde que te he conocido. Nunca antes había visto la vida de alguien con tanta claridad.
- Me pareces que eres una gran amiga.
- Te tengo que dejar. Juani nos veremos pronto. Adiós.
- ¿Pronto? ¿Cuándo?
Esperó
pero no
recibió
respuesta. Sonó
nuevamente la
puerta. Había
llegado Jorge
con Eva.
La niña
corrió y
abrazó a
su madre.
Le dio
un beso
en la
mejilla.
- Hola mamá.
- Hola cariño. ¿Cómo lo has pasado con la abuela?
- Muy bien, mira lo que me ha regalado... - Le enseñó un colgante con un ágata de color rojo intenso.
- ¡Qué bonito!
- ¿Me comprarás la falda en “Johana’s”? ¡”pa’mi” cumple! ¡Andaaaaa!- Dijo excitada dando unos pequeños brincos.
- Te compraré dos. - Rió Juani.
La
tarde continuó
tranquila. La
niña hizo
los deberes
del instituto.
Jorge paseó
por la
playa y
volvió para
ver el
partido. Juani
planchó la
ropa. Cenaron.
Y como
todos los
días sobre
las once
de la
noche, se
acostaron. La
noche transcurrió
muy tranquila.
A punto
de amanecer,
como siempre,
Juani fue
la primera
en levantarse.
Hizo el
desayuno, puso
las tazas
en la
mesa, café
con leche
para la
pareja, Cola-Cao
para la
niña y
tres bocadillos.
El aroma
del café
se mezcló
con el
de las
colillas. Preparó
un bolso
con medio
pan con
jamón y
queso envuelto
en papel
de aluminio,
un zumo
de melocotón
y uva
en cartón
para Eva.
Lo dejó
en el
mueble de
la entrada.
Fue al
cuarto de
la niña
y la
despertó.
- Eva... Arriba que llegarás tarde al cole.
- ¡Voy! – La niña dio un par de vueltas remoloneando pero no tardó ni tres minutos en levantarse. Nunca los padres se quejaron de desobediencia.
- Vamos, cariño ¡A la ducha! - dijo dándole más prisa a la niña.
- Pasados unos minutos. La niña estaba en la mesa uniformada con un chándal y tomando el desayuno. Con una servilleta delante para evitar manchas.
Eva
cumpliría los
doce en
diciembre. Tenía
el pelo
negro que
le llegaba
a la
cintura. La
nariz aguileña
heredada de
su abuela
paterna. Ojos
negros como
el padre.
Rasgados, grandes
y profundos
como su
madre. Piel
blanca. Labios
finos. Delgada
en extremo.
Sus brazos
eran tan
flacos que
le sobresalían
los codos.
Las piernas,
palillos y
muy alta
para su
edad. Tenía
cierta apariencia
enfermiza pero
atractivo para
las hormonas
con patas
de sus
compañeros de
instituto.
Finalizaron
el desayuno.
Eva cogió
la bolsa
de media
mañana y
lo metió
en la
mochila junto
a los
libros. Abrió
la puerta
y marchó
al instituto.
Juani al
cuarto y
despertó a
Jorge que
aún dormía.
- ¡Déjame, ahora me levanto! ¡Me duele la cabeza! ¡Baja la persiana!
- Ven a comer. Se va a enfriar.
- ¡No, ahora no! ¡Ya lo tomaré!
Lo
dejó en
la cama.
Recogió la
cocina y
se marchó
a trabajar.
Bajó las
escaleras del
portal y
fue a
la parada
de guagua.
Estaban los
tres de
siempre. Dos
chicos que
iban a
estudiar, reían
contando sus
hazañas y
más que
hablar,
balbuceaban. El
más alto
llevaba una
gorra blanca
ladeada a
la derecha
con el
logotipo de
los Yanquis
de Nueva
York en
azul. Camiseta
y Chándal
ancho. “Nikes”
en los
pies. El
compañero
vaqueros y
camiseta
amarilla.
Playeras de
lona rayadas
con cientos
de palabras
con letras
diminutas que
parecían de
lejos
jeroglíficos
egipcios. Los
libros en
sus mochilas.
Una
señora mayor,
gruesa, peinada
de peluquería
y con
pelo canoso.
Con un
traje negro
y un
bolso carretilla
de tela
con cuadros
escoceses.
- Buenos días. - Dijo al llegar
- Buenos días – Sin hacer caso los chicos, le respondió la señora.
La
guagua llegó
con 10
minutos de
retraso. Se
pusieron en
cola tras
la puerta.
Juani clicó
su billete
y se
sentó. La
“uno” comenzó
el viaje,
del Puerto
al Teatro.
Todos
llevaban rostros
serios, la
mala leche
de los
recién
levantados y
las pocas
ganas de
comenzar con
la rutina.
El deseo
de una primitiva que
les sacara
de todo
aquello se
leía en
sus frentes.
Les despertaba
la inercia
en el
instante en
el que
el chófer,
pisaba algo
más fuerte
el freno.
Al ver
que no
ocurría nada
volvían de
nuevo a
la somnolencia
y a
sus pensamientos
matutinos.
Desde
el ventanal
observaba como
la ciudad
volvía a
la vida
y comenzaban
los primeros
atascos. El
repartidor del
agua Firgas
juntaba las
cajas en
la entrada
de un
portal para
luego cargarlas
a hombros
escaleras arriba.
La camisa
marcada de
sudor indicaba
que no
era el
primer portal
que hacía.
Multitud de
chicos que
iban caminando
al instituto.
Algún tipo
de chaqueta
y corbata.
Pitas y
sonaba, ya
a esa
hora tan
temprana, una
sirena de
ambulancia. Sí,
todo ese
ruido de
fondo que
agradecía aquel
rockero en
una de
sus canciones.
Terminó
el viaje
en la
Calle Francico
Gourie, la
trasera de
Triana y
se apeó.
Andando,
tardó unos
cinco minutos
desde la
parada hasta
el edificio
donde trabajaba
limpiando. Tocó
el portero
automático y
sin preguntar
abrieron la
puerta. Comenzó
la faena.
Se cambió
de ropa
y se
puso un
chándal rosa,
viejo y
de baratillo.
Comprado un
domingo
cualquiera
olvidado ya
en la
memoria en
el rastro
de Jinámar.
Desde el
dormitorio
escuchó la
voz de
la señora
María, la
propietaria de
la vivienda:
- Juani. Me marcho, te dejo sola. Tienes el dinero en la mesa, en el despacho de mi marido.
- ¡Vale! Que tenga buen día.
Sonaron
tacones con
prisas por
el pasillo
y lo
siguiente un
portazo.
Sacó el
cepillo del
armario de
servicio y
comenzó a
barrer. Aquel
lujoso ático
tenía seis
habitaciones y
estaba decorado
a base
de talones
con muchos
ceros. Jarrones
de porcelana
china blancos
y azules,
muebles de
diseño, plata,
parqué y
moqueta.
Tapizados en
las paredes.
Los propietarios
se habían
gastado un
pastón en
aquel sitio.
Juani miraba
con envidia
aquel lujo
y pensaba
lo mal
repartido que
estaba este
mundo. Luego
fregó los
suelos. Esperó
a que
se secaran
y se
puso a
limpiar el
polvo. Llegó
al despacho
del marido.
Siempre dejaba
el ordenador
encendido y
no pudo
contenerse. Dejó
el pulverizador
y paño
en la
mesa y
se sentó
en el
butacón de
ruedas. Entró
en ElFacebook.
Había un
mensaje para
ella:
Hola
Juani;
Anoche
soñé
contigo...
Estoy
segura
que
se
te
va
a
acelerar
el
corazón
cuando
leas
lo
que
voy
a
contarte.
¡Es
muy
fuerte!
Se
ha
despertado
algo
en
mí
que
me
ha
hecho
soñar
y
ver
cosas.
Creo
que
hemos
establecido
un
vínculo
entre
tú
y
yo.
Siento
que
te
tengo
que
proteger
como
una
madre
a
una
hija
o
como
lo
hacen
las
hermanas.
No
sé
si
son
mis
deseos
de
verte
bien
o
si
lo
que
soñé
es
tu
futuro
próximo.
En
el
sueño
vi
que
conocías
a
alguien,
va
a
ser
muy
especial
para
ti
y
con
el
que
vas
a
establecer
una
relación
que
llevarás
muy
en
secreto
para
no
hacer
daño
a
nadie.
Será
esa
clase
de
secreto
que
guardes
y
que
todas
nosotras
hemos
ocultado
siempre
a
nuestros
hombres.
Verás
que
te
va
a
dar
mucha
felicidad
pero
no
tranquilidad.
Hay
alguien
en
tu
familia
que
te
va
a
preguntar
por
esto
e
insistirá.
Ten
cuidado,
porque
lo
único
que
quiere
es
que
no
seas
feliz.
Esa
persona
sólo
mira
por
otras
personas
de
tu
familia.
En
el
sueño,
estás
en
dos
mundos
paralelos:
Tu
familia
y
él.
Lo
conocerás
en
un
sitio
al
aire
libre,
cerca
del
mar.
Hay
niños
que
juegan
en
el
agua,
con
burbujas.
Hay
muchas
personas
alrededor.
¡He
sentido
algo!
¡Lo
he
visto
tan
claro,
que
me
asusta,
pero
al
mismo
tiempo
me
alegro
por
ti!
El
sueño
era
tan
real
que
no
he
podido
ver
nada
sobre
tu
marido,
ni
su
trabajo.
Un
beso
y
hasta
que
nos
podamos
ver.
Comenzó
a escribir:
Gracias
Ana.
¡Me
dejas
de
piedra!
Soy
feliz
con
mi
marido.
No
creo
que
eso
que
me
cuentas
pueda
ser.
Aunque,
para
ser
sincera,
ganas
no
me
faltan.
A
veces
me
ocurre
que
siento
que
estoy
obligada
a
estar
con
Jorge...
Es
una
sensación
que
me
pasa
desde
que
lo
conocí.
Estoy
muy
a
gusto
con
él
y
luego
me
enfado,
quiero
que
muera,
que
desaparezca.
Pero
luego
se
me
pasa
y
lo
quiero
como
si
se
me
fuera
la
vida
en
ello.
De
todas
formas
gracias
por
tus
deseos
de
felicidad.
Cuando
puedas
dime
algo
sobre
mi
marido
y
su
trabajo.
Me
hace
falta
saber
si
esta
vez
va
a
hacer
las
cosas
bien.
Un
beso
enorme,
estoy
deseando
conocerte
en
persona.
Cerró
el navegador
de Internet
y continuó
con sus
tareas. Mientras
fregaba los
platos en
la cocina
pensaba en
el sueño
de Ana.
No dejaba
de darle
vueltas. Imaginó
al hombre
de sus
sueños
rescatándola de
un castillo
con uniforme
azul y
se rió
de la
ñoñería. Luego
pensó en
su suegra.
Estaba segura
de que
era ella
la que
quería hacerle
mal. Cosa
que le
hizo cambiar
el semblante
y terminó
la tarde
intentando no
pensar en
Jorge, su
suegra y
esa misteriosa
persona que
iba a
conocer.
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