11
Juani
salió por
la puerta
del porche
y Esteban
fijó la
vista en
ella. Se
levantó y
caminó hacia
la mujer
rabioso, con
paso firme
y decidido.
El macho
cabrío lo
siguió:
- Debes continuar el rito. Tienes que llevarme al templo. ¡A Echeide!
- Sí te llevaré, pero primero jugaré con esa puta marioneta.
Llegó
hasta Juani
y le
agarró del
cabello. La
arrastró dentro
de la
casa. Continuó
hasta la
derecha de
la escalinata.
Bajó una
lámpara a
modo de
palanca que
estaba colgada
en una
esquina y
se abrió
la pared.
Bajó las
escaleras. Juani
no paraba
de gritar.
- ¡Juani! Voy enseñarte una cosa…
Llegaron
a un
sótano. La
tiró al
suelo. Había
una mesa
y un
portátil. El
chivo llegó
tras ellos
y se
quedó en
la puerta.
Su morro
dibujó una
sonrisa y
emitió un
balido. Ella
se sentó
en el
suelo, mareada
y sin
entender todo
aquello.
- Ven, siéntate aquí.
Le
dijo ahora
amable y
ayudó a
que se
reincorporara y
la sentó
frente al
ordenador.
- Lee.
Juani
miró la
pantalla y
vio el
perfil en
el facebook
de Ana.
¿Qué es
esto? ¿Quién
eres?
- Es más divertido jugar contigo si sabes ahora cuál es tu sitio y tu destino. Ahora tienes miedo y estas confusa porque no estás bajo los efectos de ningún hechizo. Sabes que me has visto, que me has besado, que estabas locamente enamorada, que no entiendes porqué estás así. Sí ahora, estás totalmente consciente.
Continuó
hablando Esteban:
- Encontrarás a alguien especial… Verás niños jugar en burbujas…. Te siento como una hermana que tengo que protegerte. Juani, yo soy Ana.
Rió
Esteban.
- Creé ese personaje para acercarme a ti. Has vivido en un mundo bajo un hechizo de Sofía. Su magia me impedía localizarte pero este increíble invento se salta toda esa magia, crea una nueva dimensión donde las reglas de la magia no funcionan como conocemos. Esto me permitió llegar a ti, convencerte para que fueras a un lugar neutral y sin que se enterase la vieja. Así estarías bajo mi dominio. Así conseguí que le quitaras el talismán a Jorge, huyeras conmigo secuestrando a tu hija…
- ¿Porqué todo esto?
Preguntó
con amargura.
Sin fuerzas.
- Eres el último mono de la compañía.
Soltó
una carcajada.
- Sofía te ha llamado marioneta en alguna ocasión. Lo que te conté sobre Pedro de Vera, La Conquista, sé que no eres tonta y habrás deducido que soy yo. Es difícil de creer. Aunque por todo lo que has pasado. Has tenido la desgracia de ser la madre de una bruja y si todo hubiera seguido según las costumbres tendrías que haber muerto en su nacimiento. Pero el zángano de Jorge estaba loco por ti y quería llevar una vida como la de los otros mortales. Así que Sofía te ha mantenido hechizada para que fueras su mujer. Fue un error por su parte ser tan blanda y permitirlo. Cada vez que me acercaba a ti, el poder de Sofía disminuía y por eso sentías asco por ellos. Te sentías enjaulada, como si no pertenecieras a ellos y querías escapar. Te usé para coger a tu hija y a tu suegra. Satanás necesita la sangre de tu hija virgen para liberarse. He conseguido que beba la sangre de tu hija y con eso ha quedado liberado. Sólo queda llevarle al Teide. Allí recuperará todas sus fuerzas y podrá salir renovado a este mundo. Cuando deje a Guayota descansando, regresaré a por Sofía y a por tu hija y terminaré con todas las de su casta.
Juani
escuchaba pasmada
y con
pavor toda
aquella historia.
- Ahora queda sólo una cosa.
Sacó
una navaja
que llevaba
al cinto.
Agarró del
pelo a
Juani. Echó
hacia atrás
la cabeza
descubriendo la
garganta y
la degolló.
La sangre
brotó manchando
el blusón
blanco de
Pedro. Pasó
la mano
por la
herida.
- Está calentita, amo.
Salpicó
al macho
cabrío que
baló por
la gracia.
- ¡No hay tiempo para juegos! Necesito ir a mi morada.
Habló
Satanás.
Dejaron
el cuerpo,
escapándose la
vida, tirado
en el
suelo, aún
temblando las
piernas. Los
dos monstruos
subieron las
escaleras.
Apagaron la
luz y
cerraron la
puerta tras
ellos. Sus
pasos sonaron
en el
picón. Caminaron
hacia el
todoterreno,
aparcado bajo
un toldo,
detrás del
caserón. Abrió
el portón
trasero y
Satanás de
un salto
subió detrás.
Se echó
en la
moqueta. Esteban
lo ocultó
cubriéndolo con
una manta.
Montó en
el coche
y arrancó.
Salió a
toda velocidad
de la
villa en
dirección al
Puerto de
Agaete por
el sur.
Esteban
tomaba las
curvas de
la carretera
a toda
velocidad. De
un modo más que temerario. Algún
coche que
venía de
frente se
vio obligado
a realizar
maniobras
evasivas al
echarse el todo terreno encima. Otro
coche sin
sitio en
la carretera
tomó por
equivocación la
derecha y
rompiendo la
valla cayó
por el
precipicio.
Continuó su
carrera hasta
llegar al
muelle.
Comenzaba
a amanecer
y el
ferry estaba
preparado para
salir. Los
operarios metían
mercancía y
algunos pasajeros
subían por
la escalinata.
En el
coche se
cambió el
blusón
ensangrentado y
se apeó.
Compró el
billete en
la terminal.
Guardó su
turno para
meter el
coche dentro
del barco.
Una vez
aparcado y
asegurado el
vehículo dentro
de la
bodega revisó
si su
amo estaba
a gusto
tumbado en
el maletero.
Subió a
la zona
de butacas
y sentado
junto al
resto de
pasajeros y
partió a
Tenerife.
El
humo se
disipó. La
anciana, la
niña y
el enano
aparecieron en
un piso
de cemento.
Frente a
una puerta
de color
verde. A
sus pies,
los rodeaban
macetas con
geranios.
Sofía
palpó a
Circita y
comprobó que
no tenía
heridas. Sacó
una botella
y un
pañuelo. Echó
un líquido
en él
y se
lo puso
en el
hombro. Esperó
unos instantes
y apartó
el pañuelo.
La bola
de plomo
salió del
agujero formado
en la
carne y
cayó al
suelo. La
herida cicatrizó
al momento.
Mientras
Sofía terminaba
de limpiar
su hombro,
Bartolomé se
desplomó entre
ellas. Manaba
abundante sangre
bajo el
vientre y
manchaba los
bajos de
su blusón
así como
las perneras
de sus
pantalones. Sofía
se agachó
y le
puso la
mano en
su frente.
- !De prisa! Entra en la cueva. En la alacena hay trapos. Tráelos ¡Corre Eva!
La
niña trajo
los trapos
de tela
de sábana
rasgada y
la vieja
taponó la
herida. Enseguida
se tornaron
rojos. Bartolomé
perdió el
sentido. Sus
ojos vidriosos
contemplaban la
nada. La
vieja se
puso en
pie, sin
dejar de
ver la
cara del
enano, lo
dejó tendido
en el
suelo.
- Ven Circita. Hoy aprenderás algo. Ayúdame.
- ¿Dónde estamos abuela?
- En Teror, en una casa cueva, nadie conoce este sitio. Esta cueva es un lugar secreto. Aquí nos proveemos de material para nuestros conjuros y la magia. Es un refugio para todas nosotras donde podemos descansar y recuperar fuerzas.
- ¿Conjuros... magia... abuela?
- ¡Tú eres bruja también! ¡La última de nosotras! Hoy empieza tu aprendizaje. Lo que verás hoy, no deberías saberlo hasta dentro de unos años pero no hay tiempo y necesito a Bartolomé con vida.
- ¿Qué vamos a hacer?
- Un conjuro para traer a Bartolomé con nosotras.
La
vieja agarró
material: Un
carboncillo entre
sus dedos,
botellines
cerrados con
extraños
líquidos en
su interior
que bullían,
un paño
de color
verde con
inscripciones
bordadas en
dorado, una
candelabro y
cerillas, una
máscara con
forma de
cabeza de
cuervo. Salió
fuera dónde
se hayaba
el cuerpo
de Bartolomé.
Estaba yermo,
cenizo y
amarillento. No
respiraba.
- ¡Está muerto!
Dijo
Eva.
- ¡No, todavía! La muerte, si hace poco tiempo, no es muerte. El alma espera la llegada de Caronte. Tarda horas en llegar y llevar el espíritu en su barca. En ese tiempo todavía puedes llamar al alma que espera. Pero debes pagar un tributo muy alto, quizás mi alma o la tuya o quizás se conforme con un alma menor. Eso ya no depende de nosotras sino del barquero. Ahora vete al gallinero.
Señaló
una vereda
a la
derecha de
la entrada.
- Trae una gallina.
La
niña marcho
rauda.
Con
el carboncillo
dibujó un
rectángulo
alrededor del
cuerpo. Vertió
los líquidos
formando otro
rectángulo fuera
del perímetro,
el cemento
gris se
puso blanco
cada vez
que las
gotas lo
tocaban.
Eva
llegó con
la gallina
agarrada por
las patas.
Aleteaba
intentando
zafarse de
la niña.
Con el
paño verde
cubrió la
cara de
Bartolomé.
-
Eva, siéntate
dentro del
rectángulo. A
sus pies.
Y a
partir de
ahora no
salgas de
aquí.
La
niña se
sentó con
las piernas
cruzadas y
colocó la
gallina en
su regazo.
La abuela
hizo lo
mismo a
la cabeza
del fallecido.
Puso el
candelabro en
el suelo
y encendió
las velas.
-
¿Qué va
a pasar,
abuela?
- Caronte llegará y le pediré que deje a Bartolomé con nosotras.
Pasaron
veinte minutos
en esa
posición.
-
¿Hasta cuándo
vamos a
estar así?
-
¡Paciencia! te
dije que
puede tardar
hasta unas
diez horas.
-
¿Y vamos
a estar
aquí todo
ese tiempo?
- Tiene que ser así, Eva. Todo esto lo aprenderás poco a poco. La paciencia es muy necesaria para los conjuros.
Pasó
una hora.
La noche
era muy
cerrada y
las gallinas
comenzaron a
cacarear. De
pronto callaron.
Se hizo
el silencio.
Eva levantó
la vista
y vio
a Bartolomé
fuera del
rectángulo a
unos quince
metros mirando
al horizonte.
flotando en
el agua.
Luego miró
el espacio
dónde debería
estar el
cadáver y
el rectángulo
de cemento
también flotaba
como una
balsa.
La
cueva, la
vereda, los
macetones habían
desaparecido.
Todo era
agua, turbia,
negra.
- ¿Ves Eva? Te dije que vendría. No tengas miedo. No te muevas.
Dicho
esto, Sofía
se puso
la máscara
de cuervo.
Se escuchó
el chapoteo
de un
remo. Una
barca con
una figura
delgada y
alta que
apoyaba el
remo iba
avanzando
lentamente en
dirección al
alma de
Bartolomé
apareciendo de
la oscuridad.
- ¡Alto Caronte!
Gritó
Sofía.
El
barquero miró
en dirección
a Sofía.
Y comenzó
a remar
hasta el
cemento. Cuando
su cara
llegó a
la luz
del candelabro,
se divisó
su rostro
dentro de
la capucha.
Lo formaba
el vacío
con dos
avispas los
ojos y
un gusano
retorcido como
boca.
- ¿Qué quieres Sofía? Hacía tiempo que no venías a verme.
Dijo
el ser
con voz
grave.
- Vengo a pedirte que aplaces el viaje de mi amigo Bartolomé.
- ¡Qué extraño! Acabo de llevarme a tu hijo al otro lado y ¿pides por otro? Ese por el que pides lleva mucho tiempo en este mundo. Es hora que suba a mi barca.
- ¡Te lo ruego, Caronte, no te lo lleves! ¡Necesito a mi amigo!
Dijo
Sofía y
Bartolomé
comenzó a
caminar lento
sobre las
aguas en
dirección a
la barca.
- ¿Tienes algo para darme?
- Tengo un alma menor.
Señalando
a la
gallina.
- ¡Um! Veo que tienes una joven virgen. ¿Eso estaría muy bien?
Los
ojos se
clavaron en
Eva y
la mano
intentó entrar
en el
rectángulo,
retirándola
enseguida como
si le
quemara.
- ¡No Caronte! ¡No te encapriches con mi nieta. Sabemos los dos que no es la hora de la niña!
- ¿Crees que una gallina vale este viaje? Bartolomé lleva viviendo muchos años. Pero tu alma si lo valdría.
Acercó
el rostro
a la
vieja y
le sonrió.
- ¡Muy bien! Sabes que te entregaría mi alma por salvar a ese enano. Pero no puedo, sabes que tengo que enseñar a mi nieta las artes antes de ir contigo.
- Te propongo un trato. Me siento generoso. Porque gracias a ti tengo mi bolsa llena de monedas. Dejaré a Bartolomé contigo. Pero... ¡Te doy cinco años más de vida y así adiestrarás a la próxima bruja! Pero cuando acabe ese tiempo, te vendré a buscar. ¿Aceptas?
- Es justo, barquero. ¡Acepto el pacto!
Sofía
fuera del
rectángulo sacó
su palma.
Caronte
con
su
uña
le
borró la
linea de
la vida
de su
mano.
- Adiós Sofía, hasta dentro de un lustro.
El
barquero
se
marchó
remando.
Silbando
una
extraña
melodía.
Y
desapareció
en
la
oscuridad.
Las
primeras
luces
del
alba
despuntaron
haciendo
contraluz
los
rostros.
Oscurecieron
las
laderas
de
los
riscos
y
los
picos.
El
agua
volvió
a
convertirse
en
el
cemento
gris.
Se
escucharon
gorgoritos
de
canarios
silvestres.
Y
el
canto
de
algún
altivo
gallo.
- ¿Abuela, vas a morir?
Preguntó Eva.
- No te preocupes Circita. Esta vieja tiene muchos trucos para que ese lustro sean más de cinco años.
Dijo
sonriendo a su nieta.
Bartolomé
comenzó
a
toser.
Sofía
levantó
su
blusón
y
la
herida
había
desaparecido.
- ¡Coño! Sofía qué arrugada estás.
- ¡Jodío! Te salvo la vida y eso es lo primero que oigo. Al menos da las gracias.
Bartolomé
fue
reincorporándose
hasta
ponerse
sentado.
Sofía
le
puso
la
mano
en
el
hombro.
Eva
soltó
la
gallina
que
comenzó
a
correr
agitando
las
alas
y
dijo:
-
¡Pobre
gallinita!
Menudo
susto
se
ha
llevado.
Empezó
a
reír
y
contagió
su
risa
al
enano
y
a
la
bruja.
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