10
Del
cadáver de
jorge supuraban
líquidos y
caían a
la saca
abierta de
sal que
tenía debajo
del catre.
Su cuerpo
estaba céreo,
mate. Los
brazos eran
finos palos
cubiertos por
su piel.
El abdomen
cubría los
sacos de
sal que
poco a
poco lo
secaban. Sus
piernas al
igual que
sus brazos
tenía el
mismo fino
volumen de
los huesos.
El rostro
estaba reducido
a las
formas del
cráneo.
Giró
la cabeza
y las
monedas que
tenía encima
de las
cuencas vacías
rodaron a
un costado.
El brazo
izquierdo se
movió hasta
el costado
del catre
hasta que
cayó a
plomo. Giró
de costado
a esa
misma dirección
y su
cuerpo dio
con el
suelo. Se
puso a
cuatro patas. Elevó la
cabeza. Levantó
el abdomen
quedando de
rodillas con
los brazos
caídos. Se
puso en
pie y
caminó
arrastrando los
pies hacia
la luz
de la
otra habitación.
De los
sacos que
tenía en
el abdomen
se cayeron
dos y
un tercero
quedó dentro
sujeto por
las costillas.
Bartolomé
escribía algunas
notas en
su viejo
cuaderno sentado
a la
luz de
una vela.
Sonaron los
pies de
Jorge y
giró la
cabeza. El
cuerpo entraba
en la
habitación. En
ese instante
comenzó a
vaciarse el
saco que
le quedaba
dejando un
rastro blanco
de sal en su
caminar. El
viejo miró
su obra
con horror
y asombro.
Se levantó
y caminando
hacia atrás
quedó pegado
a la
pared de
la cueva.
Jorge continuó
caminando hasta
llegar frente
al anciano.
Levantó la
mano y
con las
uñas comenzó
a rascar
la pared.
Empezó a
dibujar. La
uña que
utilizaba se
le saltó
y quedó
colgada de
un jirón
de piel
en su
dedo. Continuó
con la
de otro
y las
rayas poco
a poco
se fueron
convirtiendo en
las palabras:
“Sofía, ayuda,
astilla y
sal”.
Una vez
escrito esto
Jorge se
desplomó.
Bartolomé miró
el cuerpo,
alzó la
vista y
leyó el
mensaje. Por
unos momentos
quedó tieso,
irresoluto pero
como si
se encendiera
una bombilla,
se activó.
Anduvo
deprisa, con
su bamboleo.
Agarró un
saco de
sal y
abrió el
cajón. Saco
la astilla
de la
escoba y
al cogerla
se elevó
tirándolo al
suelo. De
espaldas lo
arrastró unos
metros hasta
que la
soltó. En
su mano
había dejado
una marca
por el
repentino roce
de la
madera. Quedó
inerte en
el suelo.
El viejo
se levantó
dolorido y
miró la
rama que
comenzó a
girar en
el suelo.
Puso el
saco atado
a su
cinto y
cogió la
madera de
nuevo pero
esta vez
con las
dos manos
y nuevamente
lo arrastró.
Guardó el
equilibrio
mientras lo
arrastraba. Sus
pies limpiaron
de polvo
el suelo
marcando el
piso. Lo
sacó de
la cueva
y comenzó
a elevarse.
Asustado soltó
nuevamente la
rama y
cayó al
suelo.
Comprendió
que así
llegaría a
Sofía. Se
armó de
valor, cerró
los ojos
y comenzó
a gritar.
Se elevó
y aquel
fragmento de
escoba llevó
al viejo
volando.
En
el aire
abrió los
ojos. Miró
al vacío.
Sonrió
sintiéndose como
una gaviota.
Y aunque
era un
vuelo nocturno
reconoció su
amada Caldera
de Bandama.
A la
izquierda Telde.
Pasó por
encima de
Montaña Las
Palmas, Lomo Magullo
y continuó
hacia el
sur. El
aeropuerto a
la izquierda
y un
avión que
aterrizaba.
Sobrevoló
Ingenio y
Agüimes curvó
la trayectoria
y sobrevoló
Vecindario y
El Doctoral
Llegó a
Juan Grande.
Abandonó la
tierra y
entró al
mar donde
realizó un
giro con
un radio
de varios
kilómetros hasta
que entró
por Playa
del Inglés,
siguiendo por
El Tablero
hasta llegar
a Montaña
de la
Data.
Comenzó
a descender
y, a
las puertas
de la
villa dónde
se encontraba
Sofía, terminó
su vuelo.
Sofía
abrió los
ojos y
contempló a
Eva que
lloraba
desconsolada.
- ¿Por qué lloras Circita?
La
niña abrió
los ojos
y con
alegría la
llamó.
- Abuelita, estas viva… Creí que… Sigue saliéndote sangre.
- ¿Crees que ese va a poder conmigo? Soy vieja, pero tengo mis trucos. Mientras dormía, traje un amigo. La ayuda está en la puerta. El hombro pronto estará bien. ¿Cómo estás tú?
- Ese hombre, me pintó cosas y luego me rajó el muslo. Me hizo sangre y luego una cabra… Mamá estaba allí pero no hizo nada, ¿Qué le pasa abuela? No hizo nada por mi. Me trató mal. No lo entiendo.
- Ha conseguido tu sangre. Han liberado al Guayota. Eso no tenía que haber pasado. Hija, tú ya sabes que somos especiales. Nuestra sangre es especial. Ya lo sabrás. Ahora tienes que ser paciente y déjame hacer a mí. Tu madre está bajo el control de ese hombre y ahora no podemos hacer nada por ella. ¡Espera! ¡Oigo pasos! Ahora, déjate hacer, hay que tener paciencia.
Se
abrió la
puerta y
entró De
Vera agarrando
a la
vieja por
el pelo
y la
arrastró fuera.
Eva gritó:
- ¡No te la lleves! ¡Abuela!
Luego
entró Juani
y agarró
a la
niña siguiendo
los pasos
del jerezano.
Las sacaron
al terreno
frente a
la villa
y allí
el hombre
ató a
la vieja
al gancho.
Luego cogió
a la
niña y
la llevó
a la
viga.
Al
llegar a
tierra, Bartolomé
soltó la
esquirla. Esta
siguió su
vuelo hasta
llegar al
palo de
la escoba
y ocupó
su lugar
quedando pegada
y sin
notarse corte
ninguno.
Desde
la verja
de la
entrada Bartolomé
contempló a
Sofía con
las manos
a la
espalda y
a Esteban,
ayudado por
Juani, atando
a Eva.
Trepó
por la
verja y
se dejó
caer al
suelo. Se
agachó. Esteban
y Juani
entraron en
la casa
dejando a
nieta y
abuela solas.
En ese
momento comenzó
a arrastrarse
hasta llegar
a la
espalda de
Sofía y
esta habló:
- ¡Siento que te hayas tenido que manchar con el picón Bartolo! ¡Tendrías que haberte dado más prisa! - dijo socarrona la vieja. - Gracias amigo, sabía que no me fallarías.
Bartolomé
sacó su cuchillo
de la
funda y
cortó las
cuerdas.
- Sofía, ¿Qué está pasando?
- Te lo contaré más tarde ahora.
Dijo
frotándose las
muñecas.
- Libera a mi nieta y escóndela entre los arbustos. No te preocupes por aquellos perros. Ya son míos. Te defenderán en caso de que tengas problemas. Ahora me toca a mí.
De
un tirón
le quitó
al viejo
su saco
de sal
y Bartolomé
corrió a
liberar a
la niña.
Trepó entre
los tarugos
y ramas.
Y mientras
cortaba las
cuerdas:
- Hola Eva. Soy Bartolomé, amigo de tu abuela. Sígueme, te pondré a salvo.
Los
dos corrieron
a los
arbustos que
estaban a
los lados
de la
entrada. La
vieja corrió
hacia la
basura que
estaba acumulada
a un
lado de
la casa
y vio
su bolso
tirado en
la porquería.
Lo agarró,
arrugando su
rostro por
el mal
olor. Miró
dentro y
sacó su
pequeño puñal
y lo
enganchó al
cinto. Se
colgó el
bolso y
entró en
la casa.
Caminó
despacio, sin
hacer ruidos.
Olió el
aire del
ambiente y
subió por
la escalera
dirigiéndose a
la capilla.
Una puerta
entreabierta
dejaba escapar
unos gemidos
placer. Sofía
miró dentro
de la
habitación.
Esteban estaba
de espaldas
con el
culo al
aire sodomizando
a Juani
encima de
la cama.
Él gritaba
de placer.
El cabrón
echado en
uno de
los sillones
de la
habitación y
como un
gato se
lamía las
pezuñas.
Sofía
se alejó
de la
habitación y
caminó hasta
el oratorio.
Llegó al
sagrario que
estaba detrás
del altar
y de
espaldas a
la entrada
lo abrió
y sacó
el cáliz.
Vertió la
sangre en
una botella
vacía que
sacó de
su bolso,
luego lo
limpió y
lo depositó
boca abajo
encima del
ara. Al
girarse para
marcharse la
sorprendió el
chivo que
bloqueaba la
salida. Estaba
en la
puerta. Salía
vaho de
sus fosas
nasales. Al
abrir la
boca mostró
que estaba
llena de
incisivos. Sus
pezuñas
delanteras, de
pronto, se
convirtieron en
manos humanas
terminadas en
uñas afiladas.
¡Se puso
en pie!
Señaló a
Sofía y
bramó:
- ¡Pedro!
Esteban
al escuchar
los gritos
del diablo,
cambió su
semblante, abrió
los ojos,
dejó de
jadear. Frunció
el ceño
y con
desdén empujó
a Juani.
La tiró
hacia el
cabezal de
la cama.
Su cabeza
golpeó contra
la madera.
- ¡Aparta guarra!
Gritó
Esteban.
Mirando
a Esteban,
no sabía
lo que
pasaba. De
Vera bajó
de la
cama colocándose
las mallas
y el
blusón blanco.
Fue a
la silla
que estaba
a la
entrada donde
había dejado
descansando sus
armas y
sacó la
espada de
la funda.
Corrió raudo
por el
pasillo, hacia
la entrada
de la
capilla. Vio
de espaldas
al baifo
lentamente ir
hacia dentro
y gritando
a la
vieja:
- ¡Qué haces Sofía! ¡Deja esa sangre¡ ¡Es mía!
Sofía
sacó el
puñal de
su talega
y se
hizo un
corte en
el antebrazo.
Abrió el
saco y
dejó caer
los goterones
dentro. Apareció
por la
puerta Esteban
espada en
mano. El
diablo tomó
por la
derecha de
la vieja
y el
hombre por
la izquierda
acorralando a
Sofía detrás
del altar.
Metió la
mano en
el saco
sacando un
puñado de
sal manchado
con su
sangre y
se lo
tiró al
hombre a
la cara.
La piel
comenzó a
quemarse y
llevándose las
manos a
la cara
se echó
hacia atrás.
Sofía aprovechó
el hueco
que dejó
Esteban y
salió huyendo
por ahí.
Guayota comenzó
a seguirla.
Volvió
a introducir
la mano
en el
saco y
lanzó hacia
atrás otro
puñado de
sal esparciéndolo
por el
suelo. El
diablo se
frenó en
seco y
quedó parado.
Nervioso,
jadeando,
abriendo sus
fauces y
mostrando su
lengua puntiaguda
morada.
La
vieja una
vez que
llegó a
la puerta
también frenó.
Miró atrás.
Esteban se
agitaba de
dolor en
el suelo
y el
diablo se
movía como
un tigre
enjaulado de
izquierda a
derecha, de
derecha a
izquierda.
Nuevamente cogió
otro puño.
Se puso
en cuclillas,
abrió poco
a poco
la mano
cayendo la
sal y
pintando una
raya desde
el bastidor
derecho al
izquierdo de
la puerta.
Se puso
en pie
y lanzó
una carcajada
burlona al
diablo y
se marchó
por el
pasillo.
Juani
salía de
la habitación
gritando el
nombre de
su hija
y se
encontró con
Sofía en
el pasillo.
- ¡Tú! ¿Qué me has hecho?
Le
gritó llorando
a la
vieja
amenazándola con
un candelabro
en la
mano.
-
¡Juani, has
despertado!
- Bruja, ¿Dónde está mi hija?
- ¿Tú hija? ¡No! Eva y yo somos hijas de una misma madre. ¡La madre Circe! ¡Llevamos su sangre! Eva tiene conocer nuestra ciencia y completar el círculo. ¿Crees que con eso me vas a detener?
Miró
como blandía
el candelabro.
- Nos vamos, tú tenías que haber desaparecido hace tiempo y si no fuera porque mi hijo se enamoró de ti, estarías muerta. ¡Así está escrito! Me voy con tu hija, tiene mucho que aprender.
Juani
intentó
asestarle un
golpe en
la cabeza
con el
candelabro pero
la vieja
esquivó el
golpe girando
el cuerpo.
Por la
inercia, la
madre, perdió
el equilibrio
y cayó
hacia delante.
Sofía
contempló la
caída y
al mismo
tiempo observó
como desde
la puerta
de la
capilla se
agolpaba Esteban
y Guayota
gesticulando,
agresivos y
bloqueados por
la línea
de sal.
Juani se
reincorporó e
intentó coger
carrerilla para
asir la
cintura de
vieja e
intentar tirarla
pero Sofía
le propinó
una bofetada
que la
lanzó contra
la pared.
Juani tendida
en el
suelo la
miró con
rabia.
- ¡Vieja, dame la vida que me has quitado!
- No puedes venir, no eres de nuestro linaje y no puedo hacer nada por ti.
Se
dio la
vuelta y
bajó por
las escaleras.
Juani se
recobraba del
golpe y
consiguió
ponerse en
pie aguantando
el desequilibrio
producido por
el mareo.
Se aferró
al barandal
y grito
a la
vieja mientras
comenzó a
seguir a
la vieja
por las
escaleras.
- ¡Dame a mi hija! ¡Dame mi vida!
Llorando,
sus piernas
casi no
aguantaban su
peso y
aunque no
consiguió
respuesta de
Sofía, continuó:
- ¿Tengo yo la culpa de algo? ¿Te hice algo en el pasado, Sofía? ¿Porqué me tratas así? ¡Soy la madre de tu nieta! ¿Eso no significa nada? ¡Llévame contigo! ¡Quiero ver a Eva!
Gritaba
desesperada.
- ¡Sácanos de aquí! ¡Tú puedes!
Se
oyeron las
voces al
unísono del
diablo y
de Esteban.
Juani paró
a mitad
de escalera
y miró
hacia arriba.
Otra vez
sonaron las
voces.
-
¡Sácanos de
aquí, te daremos
a tu
hija!
La
vieja se
detuvo y
habló:
- ¡No subas Juani, por la memoria de mi hijo, no quiero hacerte daño!
Juani
comenzó a
subir
apresuradamente
en dirección
a la
entrada de
la capilla
y Sofía
corrió detrás
de ella.
La alcanzó
a mitad
del pasillo
y le
asestó un
golpe con
el puño
en la
espalda. Se
desmoronó.
Esteban y
el diablo
contemplaban la
escena. Gritaron
y se
agitaron
agarrados contra
el marco
intentando
arrancarlo con
sus manos.
Esteban se
giró y
comenzó a
dar cabezazos
y patadas
a la
puerta.
Sofía
comprobó que
la había
dejado sin
conocimiento. Le
ató con
un cordel,
que sacó
de su
bolsa, los
pies y
las manos.
La dejó
tendida. Regresó
a la
escalera y
bajó. Salió
al porche
y caminó
hacia los
arbustos. Apartó
con la
escoba las
ramas y
allí esperaban
agachados
Bartolomé y
Eva.
- Bueno, ya estoy aquí.
- ¿Y mamá?
- Eva, tu madre no va a venir con nosotros. Ahora no lo vas a entender pero es necesario.
- Pero ¿Está bien? ¿Dónde está?
- No quiero engañarte. Está en la casa.
- ¡No! ¡Mamá!
Eva
intentó correr
hacia la
casa pero
Bartolomé la
agarró por
el brazo.
- ¡Suéltame, tengo que ir a salvarla!
- ¡Eva!
Sofía
con los
ojos negros
miró fijamente
a la
niña. La
niña se
calmó y
agarró la
mano de
su abuela.
Juani
recobró el
sentido y
comenzó a
arrastrase como
un gusano
hacia el
oratorio.
Atravesó el
umbral limpiando
la sal
que impedía
el paso
del demonio
y su
secuaz. Esteban
pisó los
riñones de
la mujer
y salto
hacia las
escaleras.
Satanás hizo
lo mismo.
Miró hacia atrás
y se
deshicieron los
nudos que
ataban a
Juani. Con
múltiples
dolores se
levantó y
los siguió
lentamente.
Salieron
al porche,
Esteban corría
espada en
mano y
Satanás a
cuatro patas.
Los perros
se tornaron
otra vez
fieros y
corrieron junto
a ellos
hacia los
arbustos.
- ¡Se acercan!
Gritó
alarmado
Bartolomé.
- ¡Agárrense a mi!
Avisó
Sofía.
La
niña agarró
la mano
de la
vieja y
Bartolomé, con
fuerza, el
raído traje
negro. De
la escoba
brotó el
humo negro
que siempre
precedía a
sus vuelos.
Esteban, a
pocos metros
del grupo
se lanzó
de un
salto hacia
delante con
la espada
intentando
insertar a
alguien de
ellos. Cayó
en el
suelo. La
nube se
disipó y
habían
desaparecido.
Observó
cómo la
hoja de
la espada
estaba manchada
de sangre.
Satanás bramó
y soltó
múltiples
juramentos,
blasfemias y
maldiciones.
- Creo que alcancé a alguien.
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