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Lucía
un día precioso. En el cielo ni una sola nube. El Teide se veía con
claridad majestuosa. La cumbre con algo de nieve. Llegaba la primera
guagua con los turistas rompiendo el silencio. El autobús paró. Los
frenos actuaron e hicieron el clásico ruido parecido a un estornudo.
Los turistas cansados de las horas de recorrido se levantaban de los
asientos y se iban poniendo en cola para descender. El chófer accionó
el botón pero las puertas no se abrieron. Volvió a accionar el
botón varias veces. Intentó abrir la puerta de la cabina para
bajarse y así abrir manualmente las puertas pero la palanca no
cedía. Tras intentarlo una y otra vez, comenzaron los murmullos
entre el pasaje. Agitó la palanca de apertura de puertas varias
veces sin resultado. A lo lejos el Land Cruiser de Pedro llegaba a
toda velocidad. Justo cuando rebasaba la guagua dejándola a su
izquierda, el suelo comenzó a temblar violentamente. Los turistas
comenzaron a gritar. Desde la cabina el conductor vio cómo se iba
formando en el asfalto una grieta que se abría debajo del vehículo.
La carretera se rasgó como si fuera papel y el autobús poco a poco
comenzó a hundirse en la tierra. La desesperación por salir y el
agobio era máximo Las manos golpeaban los cristales con
desesperación. Seguía el descenso lento por la grieta. El suelo
tenía la consistencia de unas natillas y poco a poco se iba tragando
la guagua. Un turista cogió el martillo rompe cristales y golpeó la
luna trasera sin resultado. Una y otra vez hasta que se le cayó de
la mano. Comenzó a descender más la punta y los pasajeros
comenzaron a quedar agolpados en la cabina. La parte posterior del
autobús se levantó como si fuera la popa de un barco hundiéndose
en alta mar. Se aceleró el descenso en el hueco. A lo lejos Pedro
desde su coche, observaba cómo finalmente se tragaba la tierra
autobús. Los gritos enmudecieron y volvió el silencio al lugar.
Bajó del coche. Recorrió un largo trecho a pie hasta hallar un
pequeño montículo de piedras que formaban una pirámide de metro y
medio de altura. Se arrodilló. Los ojos se pusieron en blanco y una
voz comenzó a hablarle:
- Pedro. Han pasado los años y pronto tendré todas las energías para poder salir. Busca a las dos y acaba con ellas. Eva cada vez se hará más fuerte y Sofía le queda poco. Se va debilitando. ¡Ha llegado el momento!
- Mi Señor. ¿Por dónde empiezo? - Dijo Pedro
- El hechizo de Sofía es fuerte. Ni yo desde aquí logro ver dónde están. Comienza por la casa de Juani. Allí seguro que encontrarás pistas para localizarlas.
Una
pequeña roca del montículo rodó cayendo al suelo. Brilló una
botella de cristal con un líquido pardo dentro.
- Coge la botella, es sangre de brujas como la de la vieja y su nieta. Ten cuidado. No lo malgastes, es lo que queda. Con ella podrás romper la magia de la vieja.
- Gracias mi Señor.
- ¡Corre a Tamarán! A mi me queda muy poco para volver a renacer pero las quiero muertas.
Pedro tomó la botella y la
guardó en su mochila. Caminó nuevamente hasta su todo terreno y a
toda velocidad salió del lugar. Pasó al lado de la grieta. Frenó y
miró el fondo. El autobús estaba enterrado casi por completo. Sólo
el techo de la parte posterior quedaba al aire. Continuó su camino y
la grieta terminó por cerrarse dejando el asfalto como si no hubiera
ocurrido nada.
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