domingo, 25 de agosto de 2013

La Casta. 3

3

Hacía calor para ser diciembre. El atardecer coloreaba con tonalidades rosa el cielo del sur de la isla. Eva nadaba en la gran piscina del conjunto de apartamentos. En el centro de la piscina y siendo la gran diversión del complejo, un islote con un tobogán en espiral. Desde lo alto se deslizaban los bañistas girando. Daban dos vueltas para caer al agua a toda velocidad. Rompían la tranquilidad del lugar con gritos cuando se zambullían.
El acceso al pequeño islote se realizaba mediante dos puentes de madera con pasamanos de soga. A la derecha de la piscina, el gran edificio de apartamentos de paredes crema y ventanas de aluminio marrón oscuro. En cada planta sobresalía de la fachada un balcón. Los turistas colgaban allí sus toallas a secar. En otros, sentados en butacas de plástico, leían el periódico o algún libro.

A la izquierda de la piscina, estaba el balneario, sala de juegos, aseos, duchas y un bar. Encima la baranda del paseo, turistas iban y venían de la playa. La hilera de palmeras paralela al paseo daba sombra a los viandantes.

Jorge y Juani tumbados en sendas hamacas en el centro del recinto. Él sin hacer nada, ella novela en mano. Su posición, entre el bloque de apartamentos y la baranda del paseo, permitía ver todo aquel paraíso hundido entre cemento y el sol difuminado por una sombrilla de cañizo.

Desde el paseo, apoyado en la baranda plateada, asomaba un hombre vestido con pantalón corto marrón claro y camiseta blanca. Miraba a Juani con insistencia. Era un tipo rechoncho. Ancho de hombros y de poca estatura, velludo. Poco atractivo, asimétrico, el brazo derecho más largo que el otro. Calvo pero con grandes y despeinadas patillas, con una prominente barba gris. A veces miraba en otra dirección, disimulando, pero volvía a fijar la vista en ella. Juani reparó en él. Intentó verle la cara pero el sol le daba en los ojos y se lo impedía. Le inquietó la insistencia de aquel tipo. Giró la cabeza para advertir a su marido.

  • Jorge, allí hay un hombre que no hace nada más que mirarnos.
  • ¿Dónde?
  • Desde el paseo, en la palmera.
  • Allí no hay nadie.
  • Estaba allí. En la quinta palmera desde la farola.... No está. No hacía nada más que mirarnos.
  • Bueno, pues ya no está. Se estará alegrando la vista contigo.

Dijo Jorge y sonrió. Siguieron tumbados y Juani continuó leyendo:

“…agobia. Todos van a trabajar, niños a los colegios, primeros humos de camiones de reparto, la guagua repleta de gente, más coches que entran y salen de los carriles. ¡Estás temblando! Subo un poco más la mano y entonces píca

Volvió a levantar la vista y la dirigió al lugar donde la miraba aquel extraño personaje.

  • Mira está otra vez.

En ese momento, Eva llegó de la piscina caminando de puntillas para evitar el suelo caliente. Cuando estuvo al lado de su madre les tapó el campo de visión.

  • ¡Quita Eva, que no me dejas ver!

Dijo Juani y cuando Eva se quitó.

  • No veo a nadie.
  • Se ha ido otra vez.
  • ¿Quién se ha ido?
Preguntó Eva.

  • Nada, un hombre que miraba a mamá.

Comentó Jorge a la hija.

  • ¿De verdad? ¿Será un obseso sexual?
  • ¡Pero qué dices, niña! ¿De dónde sacará esas cosas?

Dijo en entre risas Juani.

Cerró la novela, no sin antes poner el marcador en el magnético lugar de siempre. Se levantó y se zambulló en la piscina.

Más tarde, la pareja llegó al apartamento eran cerca de las ocho de la tarde. La estancia no era muy grande. Una habitación para el matrimonio y un salón cocina que tenía un sofá de tela verde con posamanos de madera y se usaba como cama para un tercer ocupante. Eva no había regresado. Jugaba con una recién conocida en la mesa delDisco Deslizador, en la sala de ocio. La pareja aprovechó el momento. Se ducharon juntos y en la cama, se acariciaron. Estaban muy excitados. Jorge hizo el misionero como de costumbre. Se besaban. Ahora Juani lo quería con locura. Lo veía de otra manera. Afeitado. Emanando el mismo perfume con el que se conocieron. Sin oler a cigarros. Le parecía mentira estar sintiendo de esa manera.
Los rostros estaban pegados, nariz con nariz. Boca con boca. Jadeaban juntos. El placer era intenso. Cerró los ojos y disfrutaba así aún más. Al abrirlos, no pudo evitar dar un alarido continuado y que no podía aplacar.

La cara de Jorge había cambiado. Tenía la cara de su niña pegada a su nariz. Y gemía de placer. Su pelo estaba sucio. Grasiento y se enredaba en el rostro de Juani. La esclerótica era negra. Juntos el iris y la pupila, terrorífico azabache, brillante y profundo. Ojeras azuladas remarcadas con patas de gallo que no correspondían a esa edad. Su piel, aún más blanca y con numerosas verrugas.

Eva, abrió su boca. Amenazando. Resaltaba una dentadura postiza atornillada al paladar de madera marrón oscuro. Con dientes puntiagudos y sucios. La lengua, con tonalidades violeta terminaba en punta e intentaba colarse dentro de la boca de su madre. En su rostro había un amasijo de pelo y babas que caían de aquella sinhueso viscosa llena de pústulas rojizas.

Juani luchaba por salir horrorizada. Empujando, golpeando. Intentando deslizarse por el lado izquierdo, por el derecho. Pero, con una fortaleza que no creía que tuviera, la niña se lo impedía. Las manos, verdosas y peludas, en los hombros de la madre. Hincó las uñas en su piel. Largas, descuidadas y con roña.

Eva levantó el torso desnudo. Juani sintió que el pene de su marido entraba aún más. La madre echó la cabeza hacia atrás, para no ver aquel rostro. Seguía gritando. Sentía dolor en todo su cuerpo y se acentuaba en su vagina. En los pequeños pechos de Eva, habían desaparecido los pezones. En su lugar sobresalían sendos colmillos de jabalí retorcidos y que apuntaban al techo. Estaban manchados con la sangre de los arañazos que habían realizado en los senos de la madre. Eva miró al cabezal de la cama y luego al rostro de la madre. Se miraron a los ojos. Aterrorizados unos, brillantes y lascivos los otros. Rápido, con voz estridente, de vieja, ronca, metálica como una máquina, habló aquel engendro.

  • ¿Está disfrutando la cerda? ¡Ya te queda menos. Puta!
Abrió la boca desencajando la mandíbula como si de una serpiente se tratase. Osciló la cabeza hacia atrás y adelante, a gran velocidad, mordió el rostro de su madre en el pómulo izquierdo, desgarrándole el cachete.

Los ronquidos de Jorge la despertaron. Se alegró de escucharlos. El corazón le palpitaba deprisa. Estaba empapada en sudor. La humedad de la espalda le hacía sentir aún más frío. Abrió los ojos en su habitación. Su casa. Se sentó en la cama, doblando las rodillas a la altura de su pecho y las abrazó. En esa posición, miró a su alrededor. Sentía que estaba todavía en el apartamento y que aquel horrendo rostro saldría de algún rincón oscuro del cuarto.

Poco a poco fue consciente. Aquello había sido una pesadilla. ¡El sueño era tan real! Aún con el desasosiego producido por el mal sueño, se levantó y corrió levemente las cortinas. Miró hacia la calle. Los coches aparcados estaban mojados por el rocío. Un vecino salía del portal de enfrente y se dirigía raudo a la parada de guagua. Pasó un tiempo y Juani fue a la cocina a preparar el desayuno.

Los tres en la mesa. Eva contaba maravillas de lo bien que lo había pasado en casa de su abuela:

  • Después me enseñó la colección de cristales. Tiene muchos y cada uno sirve para algo. Tiene uno que si le da el sol da una luz verde que limpia las manchas de la piel. Otro que da una luz roja que si la pones encima de un insecto se queda parado sin moverse. Tiene un libro de plantas que curan. Estuve con ella haciendo infusiones. Algunas sabían algo raro pero otras eran muy dulces y sin echar azúcar.

  • ¿Cómo dejas a Eva que beba eso?

Dijo Juani.

  • Son cosas de mi madre, no hay problema. ¿Cómo le va a dar algo mi madre que le haga daño a Eva?

Habló Jorge con tono serio.

  • No me gustan esas cosas. Hay que comprar las cosas para elcumplede Eva. ¿Vamos ahora o a la tarde?
  • Mejor ahora, me gustaría venir pronto. El partido de Las Palmas es a las cinco y media.

El aparcamiento del centro comercial estaba repleto. Pululaban coches buscando un hueco donde estacionar. Hasta las plazas para discapacitados estaban llenas de desaprensivos sin tarjeta. De una Nissan Vanette blanca, con varios bollos, bastante vieja y aparcada cerca de las escaleras; se formó una nube entre gris y con partes blancas. Aquella masa informe cambiaba de forma según le llegaba el aire del ambiente. Creció hasta tener forma casi esférica y tener cerca del metro y medio de diámetro. Se elevó, flotó. Como una pompa de jabón avanzó hacia las escaleras automáticas que estaban cerca. Dejaba un extraño aroma dulzón. A limón, toques de laurel y vainilla. Ascendió y justo a su izquierda en la escalera de bajada se cruzó con una pareja. Observaron la nube que ascendía a su lado y la mujer de unos treinta y tantos, olió la fragancia. Agarró la entrepierna de su compañero y se le abrazó. Levantando su pierna derecha se frotó con su acompañante.

  • ¿Pero, qué...? - Preguntó él. Los ojos los tenía muy abiertos.
  • ¡Fóllame ahora! - le dijo.

El hombre sorprendido por aquella actitud, se quedó rígido mientras su novia le acariciaba de modo compulsivo. Ella se aferró. Tanto fue el agobio que sintió el caballero que se zafó de ella como pudo y salió corriendo. Ella lo persiguió agitando los brazos.

  • ¡Amor espérame, espérame! ¡Hazme tuya!- gritaba.

Se perdieron en el fondo del aparcamiento y el volumen de los gritos fue decreciendo en aquel gigantesco parking.

En la planta del centro comercial, encima de los aparcamientos, estaba la gran plaza rodeada por treinta tiendas de diverso tipo. Un Restaurante, una heladería, varias cafeterías, un concesionario de coches, una tienda de electrónica y unas cuantas de ropa de moda. Todo repleto de gente. En el centro, una gran piscina de plástico dónde niños metidos en grandes bolas de aire jugaban flotando en el agua. Dando vueltas y más vueltas como si fueran hámsteres enjaulados. Los padres hacían cola para meter a sus hijos en la atracción. Comenzaba el periodo navideño y todos se dejaban llevar por el deseo de comprar más y más de esas fechas. Bolsas por aquí y por acá. Gente frenética entrando y saliendo. Las terrazas llenas con gente tomando cafés, cervezas y diversos aperitivos.

La niebla, algo más disipada, giró a la derecha y se marchó directa a una de lasboutiques. No había gente que reparara en ella, pero captaban el olor dulzón cuando pasaba cerca de alguien. En su camino envolvió a una mujer de unos cincuenta y tantos años. De peinado reciente de peluquería. Pelirroja teñida. Gafas finas de color violeta y montura cuadrada. Traje de falda de vuelo estampada. Camisa blanca y chaqueta de color azul marino. Un pañuelo con florecillas rojas, adornaba el cuello. Por su forma de vestir podría ser de esas mujeres que van predicando el evangelio y que vienen a tu casa a salvarte machacándote pasajes de la Biblia un domingo cualquiera por la mañana y de mano un niño que preferiría estar nadando en la playa. La mujer se levantó la falda, dejó ver sus bragas de color oscuro y comenzó a frotar su sexo con la cartera que llevaba en la mano. Gimió. La gente de alrededor se quedó mirándola incrédula. Algunos reían, otros abrían la boca de asombro. Una madre tapó la cara a su niño pero éste movió la cabeza a los lados y de arriba a abajo para seguir mirando aquella situación. La gente se agolpó en torno a ella y terminó de rodillas gritando histérica.

La nube siguió su vuelo.

Rodeando una balaustrada metálica que dejaba ver el aparcamiento subterráneo. Estaba apoyada una muchacha de unos veinticinco años. Llevaba pantalón vaquero negro ajustado y un polo verde. Era atractiva y tenía pinta de modosa. Dirigió la mirada hacia el olor. Miró al cielo. De sus ojos brotaron lágrimas. Se giró y se lanzó al vacío. Se estrelló contra la luna delantera de un Ford Fiesta y su cara destrozada. La sangre de la cabeza manchó el techo del vehículo. La gente de alrededor se amontonó a mirar desde lo alto como había quedado la chica empotrada en el cristal del coche. Se escucharon gritos.

  • ¡Qué horror!
  • ¡Pobrecita!
  • ¡Llamen a una ambulancia!

El gas pasó entre otras dos muchachas que iban juntas cargadas con bolsas de cartón y marca de tienda de modas. Se detuvieron y abrazadas comenzaron a besarse con pasión. Las bolsas cayeron al suelo. Todas ellas se excitaban. Les daban sofocos y calores. Algunas agitaban frenéticas sus abanicos y otra, tal tristeza, que sólo querían terminar con su vida.

Juani miraba el escaparate de la derecha en las puertas deModas Johana. Jorge le comentó:

  • Me voy alElectronic Shopa ver lo que hay.
  • ¡Vale! Eva me dijo que la falda que quería estaba aquí. Voy a mirar.

La pareja se separó. Las puertas automáticas se abrieron al detectarla. Entró. Las treinta estanterías estaban situadas formando paralelas, en dos bloques de quince, perpendiculares al pasillo central. Al fondo había una pared con estantes llenos de abalorios, que brillaban a la luz de los halógenos que los enfocaban. Multitud de prendas poblaban todas las estanterías. Clasificadas por diseños y colores. Carteles anunciando novedades, promociones y descuentos,tres por dos,al cincuenta por ciento, eran comunes cada cierto espacio. Existían dos secciones bien diferenciadas. En el bloque izquierdo de estanterías, la ropa de hombre a la derecha la de mujer. En la entrada en el sitio de la cajera podía leerse el cartel:Complementos. Dentro de las dos divisiones por género: Ropa vaquera, de fiesta, casual, deporte. Fue a la sección de vaqueros de mujer y cogió una pequeña falda de color negro. Puso la cintura a la altura de sus ojos y observó la longitud de la cintura, el vuelto, los bolsillos. Sintió su tacto. Le hizo un examen casi médico a la prenda. Miró la etiqueta, el precio y finalmente la puso en la cesta de plástico que había cogido al entrar. Volvió a revisar otra prenda que estaba a la derecha, internándose más en las estanterías, dejando a la izquierda el pasillo.

Entró la niebla a la tienda por el pequeño hueco inferior de las puertas. Avanzó, lentamente por el pasillo central. Se llenaron los cristales del escaparate con vaho. Era imposible ver lo que acontecía en la tienda desde el exterior. La multitud seguía agolpada en el lugar del suicidio de la chica e ignoraba lo que acontecía en la tienda.

La fragancia de la nube, aún era más intensa e inundó la tienda. La temperatura descendió de los veinticuatro grados a cinco en apenas unos segundos.

A su paso envolvió a una dependienta que estando de rodillas colocaba ropa en una balda de la primera estantería. La chica comenzó a llorar, juntó las manos como si rezara y comenzó a golpearse la cabeza con la esquina de la estantería. Uno, dos, tres, sangraba su frente, cuatro golpes, cinco, seis y continuaba. Al oírlos, una mujer salió del probador y corrió a detenerla. Olió y por el pasillo, se abrazó a otra dependienta que venía en auxilio de la primera gritando y repitiendo:

  • ¡Qué te pasa, qué te pasa!

Se detuvieron, se miraron y comenzaron a arrancarse la ropa mientras emitían chillidos y gritaban palabras obscenas. Otra mujer que se encontraba en la parte contraria de esa estantería, cogió una percha metálica y doblando el gancho se lo clavó repetidas veces en el cuello. La sangre salpicó manchando la ropa de lino. Algunas clientas se arrastraban por el suelo, manchando la moqueta con goterones de sangre y otras se acariciaban. Gritos de dolor y gemidos de placer ahogaban la música que sonaba por los altavoces. Tres mujeres estaban abalanzadas sobre un hombre. Éste gritaba en el suelo. Le habían sacado el pene y una lo masturbaba. Otra le besaba en el cuello y la tercera le rompía la camisa. Una cuarta llegó y comenzó a golpear a la que tenía los jirones en la espalda con la pierna izquierda de un maniquí. En otro de los pasillos, un hombre daba alaridos. Sangraba por la entrepierna. Una mujer llevaba su pene en la mano y una cuchilla en la otra.

La nube siguió por el pasillo central de la tienda y giró en la estantería dónde Juani escudriñaba absorta las prendas. No escuchaba. No advertía nada de lo que ocurría a sus espaldas.

La mujer de la cuchilla corrió en dirección a Juani levantando la mano para cortarla. De la nube salió una mano huesuda y con su dedo índice señaló a la mujer. Su cuello se dobló violentamente partiéndose la garganta. De la boca brotó un chorro rojo y viscoso. Sus manos se abrieron, volando el pene por un lado y el cutter por otro. Cayó hacia atrás formando un arco y golpeándose la cabeza contra el suelo.

Estaban parados los relojes. La nube llegó dónde estaba Juani que seguía mirando un jersey. Sintió una presencia y se giró. Se disipó y en su lugar apareció un hombre alto, metro ochenta y tantos. Cabello de color negro que le llegaba hasta los hombros. Era musculoso, de haber nadado bastantes años pero sin hacer apología del músculo. Su cara estrecha y alargada. Labios fuertes, ojos grandes y rasgados de azul intenso. Su sonrisa era de ángel. Su cuello era fuerte. Brazos, torso y piernas, perfectos. Era el tipo de hombre que Juani había esperado toda su vida. Su hombre ideal. Con el que quisiera escapar y vivir una vida nueva. Plena de felicidad, dando lo mismo lo que dejara atrás. Porque sólo la visión de aquel hombre la tranquilizaba. Se sentía segura sólo con su presencia, comprendida. Amada como mujer y querida como persona. La abrazó y la besó.
Mientras tanto, el resto de mujeres habían formado un semicírculo en torno a ellos. Comenzaron a agarrarse de sus pelos y a pelearse. Se arañaban y se mordían. Una clienta que llevaba una falda de tela escocesa se había subido a lo alto de una estantería. Su camisa celeste estaba rasgada y dejaba ver sus enormes pechos. Con la cara desencajada, gritaba, agitaba sus brazos y enseñaba los dientes como si fuera una mona. Miraba en dirección a otra mujer que estrangulaba con unas licras a la dependienta de la caja. Una señora en torno a los sesenta golpeaba con el marcador de precios en la cabeza a otra más joven abriéndole una brecha.
Terminó el beso y la miró a los ojos.

  • Soy Esteban.
Sonó una profunda voz varonil susurrándole al oído. Juani volvió a besarle y a abrazarse a él.

  • Vámonos de aquí.

Caminaron juntos entre cuerpos y despojos. Ignorando los brazos mutilados que sangraban abundantemente tirados en la moqueta. A las mujeres que se convulsionaban por los suelos. A las que gemían de placer y seguían revolcándose en los charcos de sangre. Salieron de la tienda.
La multitud amontonada continuaba curioseando el lugar del terrible suceso de la chica. El vaho desapareció de los cristales. Juani y Esteban se fundieron con la gente y se perdieron entre ellos. Llegaron cerca de los servicios. Esteban tenía el brazo por la cintura de Juani y ella se acurrucaba en su pecho mientras caminaban. Volvieron a besarse.
Se abrieron las puertas de la tienda y una dependienta salió. Cojeaba y se agarraba el brazo izquierdo manchado de color rojo. Gritó. La multitud corrió a ver lo sucedido.

  • ¿Quién eres? - Preguntó Juani.
  • El que siempre anhelaste. Vives en una pesadilla de la que vengo a rescatarte. Estás en manos de otros. Yo soy el que romperá los hilos para que tu felicidad sea verdadera. Estás hechizada, Juani. Has sido manipulada. Pero tienes que ayudarme. Para encontrar la felicidad debes hacer cosas que no te van gustar, pero es el único camino.

Lo besó nuevamente. Juani sentía que era libre con Esteban. Sólo deseaba estar con él.

  • Tendremos un nuevo encuentro pero no debe saberlo nadie... No puedo estar más tiempo aquí. Toma esto.

Le dio una piedra de color morado.

  • Envuélvelo en un papel con clavo e Hinojo. Llévalo en un bolsillo contigo y te ayudará a no revelar tus secretos. Pero nunca lo dejes que lo toque nadie.
  • El martes, no iré a trabajar, nos podríamos ver dónde me dijeras.

Dijo Juani.

  • No te preocupes por el lugar y el día. Yo iré dónde estés.

Se escucharon a lo lejos ruidos de sirenas. Gritos y lamentos. Se formó nuevamente la niebla envolviendo a Esteban que se diluyó en ella. Cuando se disipó. Juani estaba pasmada mirando la pared de mármol verdoso que tenía enfrente. Le temblaban las piernas. Caminó. Sintió mareos hasta llegar a la plaza. Miró a los niños dentro de las bolas transparentes de aire y recordó la premonición de las burbujas de Ana. A lo lejos, Jorge le hacía señas y corría hasta ella. Cuando llegó a su lugar:

  • ¿Dónde estabas? ¡Me tenías preocupado! Te he estado buscando por todas partes ¿No te has enterado? Una muchacha se ha tirado al aparcamiento. En una de las tiendas, se han vuelto todos locos y se han puesto a matar gente. ¿Qué te ocurre? ¡Juani, Juani...!

Se oscureció su vista. Sus piernas no la aguantaron y se desmayó. Jorge la agarró como pudo y consiguió que no se estampara la cabeza contra las baldosas. Se puso a su lado y con un pañuelo la abanicó. Con ayuda de otro hombre la trasladaron a un banco y la recostaron.

  • Póngala con los pies en alto. Así le llegará la sangre a la cabeza.

Jorge la seguía abanicando. Una mujer traía un vaso de agua con azúcar que revolvía con rapidez y se ponía en cuclillas a la altura de ella. Intentaron que bebiera. Pasaron unos segundos, Juani movió los brazos con torpeza apartando a todos para tomar aire.

  • Dejen sitio, Dejen que respire.

Dijo alguien.

  • ¿Qué me pasa? ¿Dónde estoy?

Balbuceó.

  • Te desmayaste. ¿Estás mejor?
  • Sí, sí.

Con voz apagada.

Del corrillo que se había formado en torno a Juani se oían comentarios:

  • ¿No estará embarazada?

Dijo una vieja susurrando.

  • ¡Mucho tiempo de pie y muchas aglomeraciones! ¡No es de extrañar!

Respondió otra mujer.

  • ¡Vaya día! Con todo lo que ha pasado, no me extraña que le haya dado unyeyo.

Dijo un hombre bajito, sin saber que la mujer que tenía delante había estado dentro deModas Johana.


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