sábado, 31 de agosto de 2013

La Casta. 4

4

Habían pasado varias horas. Estaba sola en casa. Volvía una y otra vez al ordenador. Ana no estaba conectada en el chat. Cansada de esperar que se pusiera el punto verde que indicaba que se encontraba en linea. Le dejó un mensaje:

Querida Ana;
Te he estado esperando a ver si conectabas pero estás perdida. Por eso te dejo este mensaje. Se ha cumplido lo que me dijiste. He conocido a un hombre. No ha sido todo como me habías dicho. Yo estaba flotando. Sólo recuerdo que nos besamos y que se llama Esteban. Me olvidé completamente de todo. ¿Cómo sabes que iba a suceder? Soy como otra persona, estoy locamente enamorada. ¡Le quiero, le quiero, le quiero! Por favor, dime cómo puedo llevar todo esto. Me siento perdida. Mi marido no hace nada más que preguntarme que qué ha pasado. Me dice que se volvieron locos en una tienda, que una chica se tiró al aparcamiento. Pero yo estuve y no vi nada. Ayúdame, sólo recuerdo que me desmayé y que me trajeron a casa. Por favor ponte en contacto conmigo estaré conectada todo el tiempo.
Un Abrazo;
Juani.

Después de darle al botón de enviar, siguió esperando respuesta pero no la obtuvo. Apagó el ordenador y resignada se marchó de la habitación.

En el salón, Eva estaba echada en el sofá y disimulaba mirando la televisión mientras que en su cerebro pululaban los más extraños pensamientos. En la mano derecha tenía una ramita seca con la que enredaba su pelo y volvía a desenredar. Con la izquierda, dando un pequeño golpe de muñeca, jugaba a enroscarse entre sus dedos un colgante que terminaba en su extremo con una piedra verde.

  • Eva, ¿Qué vas a ponerte para esta tarde?

Dijo Juani.

  • Los vaqueros negros.
  • Siempre de negro, ¡Algún día espero verte con otro color! ¡Qué manía!
  • Es lo que me gusta.
  • Ayúdame en la cocina, voy a hacer unos bocadillos para esta tarde. ¿Van a venir tus amigos?
  • No se lo he dicho a nadie. Yo no tengo amigos.
  • Pero si es tu cumple, ¿No se lo has dicho a nadie?
  • Es que no hay nadie que merezca la pena, son todos tan iguales. Niños, sólo piensan en música, en chatear por internet y salir de fiesta. Salir a los centros comerciales. Prefiero estar con la abuela.
  • ¡Vaya, la mujer madura!
Juani disimuló una carcajada
  • A tu edad yo tenía bastantes amigos y ya había algún niño que me gustaba.
  • no eres como yo, mamá. No entiendes ni cómo soy, ni lo que seré.
  • Otra vez poniéndote misteriosa, ¡desde luego! ¡Vaya hija que me ha tocado!
  • Lo que pasa es que eres muy simple.

Dijo con voz socarrona.

  • ¿Simple? ¡Simple, que estás tu hecha! ¡Levanta gandula, ayúdame a preparar las cosas!

Las dos fueron a la cocina y comenzaron a hacer los sándwiches. Fueron amontonando unos diez emparedados de diferentes contenidos. Jamón y queso. Chorizo. Salami. Atún, millo y mayonesa. Cuando terminaron de llenar la bandeja, los cortaron por la mitad formando triángulos. Faltaban bastantes horas para la celebración por eso hicieron un caldero pequeño de chocolate instantáneo. A todos les gustaba el chocolate frío y por la hora que era estaría a buena temperatura para la fiesta. Pusieron en unos platos de plástico cacahuetes, millos tostados y almendras. En otro volcaron un paquete de papas fritas y papas al ajillo.

  • Bueno, creo que si vamos a ser cuatro, con esto y la tarta es más que suficiente.
  • Mamá. ¿Te puedo preguntar una cosa?
  • Sí, claro.
  • Es que desde llegaste te encuentro diferente.

Juani se extrañó y se asustó por la pregunta de Eva.

  • ¿Cómo que diferente?
  • No sé, es como si te hubiera pasado algo y no quisieras contarlo.
  • ¿Qué? No me ha pasado nada. Me desmayé en el Centro Comercial, pero no fue nada. Seguro que por estar muchas horas de pie.
  • No es por eso. Es algo distinto. Es como...

Siguió intentando sonsacar a la madre pero esta la interrumpió:

  • ¡Calla! ¡Que no me ha pasado nada! ¡Deja ya de decir eso! ¡Jodía chiquilla entrometida!

Dijo Juani enfadada y se marchó de la cocina. Volvió al cuarto de su hija. Encendió nuevamente el ordenador y se conectó a Facebook. Tenía respuesta:

Hola Amiga;
Son días muy extraños. No consigo estar conectada al mismo momento que tú. Mi sueño fue tan real que sabía que pasaría algo, pero no me imaginaba que iba a ser casi tan al pie de la letra. Sigo pensando en ti. Y sigo recibiendo energías. Esta tarde tendrás un encontronazo muy fuerte con tu familia. Ellos notan tus nervios. He visto que en tu familia alguien tendrá un percance grave. Guárdate de las alturas.

Apagó nuevamente el ordenador y continuó con sus quehaceres hogareños. La tensión nerviosa que Juani estaba soportando conseguía que se confundiera con las cosas más comunes. Al cubo de fregar le echó un chorro de lavavajillas en vez del líquido friega-suelos y al pasar la fregona por el piso hacía demasiada espuma. Limpió el polvo de la mesa con el mismo salva mantel que usaba de decoración en el poyo de la cocina. Intentaba apagar la televisión con el mando del DVD y enfadada decía que se había roto. Cosas sin importancia que normalmente no le pasaban con tanta frecuencia y en tan poco tiempo. Terminó las tareas y después del almuerzo, no sin antes recoger la mesa, fregar los platos y volver a dejarlo todo reluciente, se sentó a descansar.

Mientras tanto Jorge conversaba por el móvil con Sofía mientras conducía sucientoventisiete:

    • Mira mamá te lo he dicho muchas veces. ¡A ver si lo entiendes de una puñetera vez! ¡Quiero a Juani! Estoy enamorado de ella.

Hizo una pausa escuchando a su madre.

  • Lo se, se que ella no me quiere y todo es gracias a ti.

Otro silencio.

  • Pero es que me gusta la vida que llevo. Además Eva necesita una madre. no la vas a sustituir.

Otra pausa.

  • ¡No, no quiero esa vida para ella, los tiempos han cambiado!

Apartó el auricular un poco de la oreja y continuó.

  • Sí, aunque sea en contra del destino, es lo que deseo.

Frunció el ceño y dio por terminada la conversación.

  • Estaré allí en cinco minutos. ¿Vale? Hasta ahora mamá.

Tiró el teléfono con rabia en el asiento derecho, aceleró el coche y se metió en la Avenida.

Juani fue al salón. Faltaba poco para que llegara Jorge y Sofía. Acurrucada en el sillón abrió la novela y comenzó a leer otra vez desde el mismo lugar:

“…Llevabas mi coche. Seguro que me acordé del inicio de la película Calígula porque al imaginarte vestías una tún
¡Rojo! Paro. Miro a tus ojos. Ves que quiero tu boca. Bajo la vista hacia mi bragueta, te sonrío y se pone el semáforo en verde

Mientras tanto en el sofá, Juani sintió sueño. Se le cerraban los ojos. Extrañada por conocer todo el capítulo que leía dejó otra vez el marcador de cartulina al inicio de la lectura. Cerró la novela. Se quedó dormida y comenzó a soñar:

Los almendros estaban paralelos a los lados del camino. Sus troncos pelados, grises. Daban un toque melancólico. Los pasos sonaban sobre las hojas ocres que cubrían todo el lugar. El camino terminaba en una apertura que daba a un lago cristalino rodeado por acantilados de rocas negras. Numerosos cantos redondos formaban el fondo. Nadaban multitud de peces de colores y de lo más alto del risco caía una cascada. Avanzó Juani hasta mitad del camino que daba al lago y vio una cesta de mimbre en el suelo. Dentro, un conejo y un gazapo blanco. El conejillo se acurrucaba y se amamantaba. Juani sonreía con ternura al ver la escena. Se acercó aún más y se puso en cuclillas. A su espalda, un espejo gigante enmarcado en madera de tea reflejaba toda la escena. Los animales se habían transformado en dos graciosos conejos de peluche. Tenían unos labios de fieltro pegado a modo de boca con la sonrisa dibujada en la tela y enseñando dos paletas que sobresalían. La madre se había vuelto gris. La coneja fijaba la vista en Juani. De su ojo brotó una lágrima. La cría comenzó a mancharse la boca de rojo. Mordía el pezón. Se horrorizó al verlo. La cría mordió aún con más violencia comenzando a liberar todo el relleno del peluche manchando la cesta con algodones ensangrentados. La madre pataleaba y se vaciaba. Juani intentó apartarla. La cría le lanzó un mordisco y le arrancó el dedo índice. Se puso la mano herida frente a su cara y del muñón brotaron ramas secas en dirección al cielo, dividiéndose en más ramitas pequeñas. La misma corteza de esas ramas invadió el brazo. Miró el suelo y sus pies estaban enterrados. Era ya un tronco. Notaba que se quedaba rígida. Su pelo desapareció. Su cara se arrugó en espiral dejando su rostro convertido en un nudo de un árbol seco, sin vida, que se formaba en mitad del camino.

Sonó el timbre. Juani abrió los ojos y otra vez el desasosiego. Eva salió de su habitación y corrió a la puerta gritando alegremente: ¡Abuela! ¡Mamá! ¡Despierta, llego abuela!

Desde el sofá Juani miró a la puerta. Eva abrió y allí estaba Sofía y Jorge detrás.

La vieja tenía poca estatura. Enjuta. Destacaban sus ojos grandes, rasgados. Tenía uno azul y otro marrón. Era de mirada intensa y nariz aguileña. En la frente el tiempo había arado demasiados surcos. Resaltaban sus carnosos labios pintados con carmín, rojo fuego, entre todo aquel amasijo de arrugas. Los mofletes habían perdido todo el volumen y se notaban los pómulos en exceso. El pelo lo tenía rizado, frondoso y cano. Se notaba de quién había heredado las formas la nieta. La abuela tenía los brazos arrugados con carnes colgantes y con los mismos codos sobresalientes que Eva. Las piernas, delgaduchas. Patiestevada. Ropas siempre negras que destacaban aún más el blanco de su piel. Del codo izquierdo colgaba una talega de ganchillo oscuro como carbón. En su mano un bastón y la mano derecha un paquete forrado que asía juntándolo a su pecho. Era de papel de embalar y estaba liado con cuerda de esparto.

Entró con pasos seguros, altivos y decididos. Con la cabeza mirando al horizonte, al final del salón. Dos pasos por detrás entró Jorge sonriendo y Eva corrió a besar a su abuela.

  • ¡Quita niña! ¡No seas besucona!

Ese fue el único saludo de Sofía. Y sacó de su talega un pañuelo y lo restregó dónde había plantado el beso su nieta.

  • ¿Qué me has traído, abuela?
  • ¿A ti? nada, ¡Tú no te mereces nada!

Dijo con voz agria y soltaron una carcajada la niña y la vieja.

  • TomaCircita.

Desde que nació nunca usó su nombre real y le puso ese apodo a la niña, cosa que fastidiaba a Juani. Le entregó el paquete y la niña puso las uñas en el papel para rasgarlo.

  • Pero no lo abras hasta que yo te diga.

La frenó.

  • Hola Sofía.

Dijo Juani con voz seria.

Sofía la miró de reojo y no dijo nada. Juani se quedó esperando respuesta pero no la tuvo. La vieja cogió de la mano a su nieta y la llevó al dormitorio. Jorge miró a Juani con cara de circunstancias. Juani sintió nuevamente esa sensación de asco y besó a su marido por compromiso cuando llegó a su altura.

  • Hola cariño.

Dijo Jorge.

  • Cuando quieran merendamos.

Habló Juani, pero nadie respondió. Se largó a la cocina enfadada. Las viandas estaban colocadas de forma ordenada sobre mantel estampado. Sentada en un taburete esperó a que llegaran los tres. Después de un corto tiempo Jorge entró:

Hablando la pareja en voz baja casi susurrando.

  • ¡Lo siento! Ya sabes cómo es mi madre.
  • Me tiene harta con sus desaires. ¡Joder, debería respetarme! ¡Soy la madre de su nieta!
  • ¡Déjala! Ya sabes cómo son los viejos. Ella no tiene nada en contra tuya. Simplemente es así. Va a sus historias y punto. En el fondo te quiere, conociéndola ni siquiera hubiera venido.
  • ¡Pues debe quererme muy, muy en el fondo!
  • Tranquila.

Entraron abuela y nieta. Se sentaron y se hizo el silencio. Juani con voz afable lo rompió invitando a Sofía.

  • Coge un sándwich. Están frescos.

Sofía la miró:

  • Me extrañaría que no fueran frescos los bocadillos.

Dijo con voz de desprecio y cogió uno. Lo mordió y masticó la miga. Luego escupió en su mano el bolo y lo dejó en la mesa. Juani lo miró con asco. Jorge cogió una servilleta de papel y lo quitó.

  • Abuela, cuando puedo abrir tu regalo.

Interrumpió Eva relajando con su voz el ambiente enrarecido por la acción de la vieja.

  • Más tarde, cuando anochezca.

Dijo seria.

Comieron en silencio. Sofía no dijo nada. Jorge tampoco y Juani menos. Eva, de vez en cuando, hacía unMmmmmmmcuando se metía en la boca un trozo de la tarta.
El ambiente estaba de lo más enrarecido. Se miraban a los ojos. Juani a Jorge, Jorge a Juani, Juani a Eva, Eva a su abuela y Sofía a su plato. Hasta que Sofía se dirigió a Juani:

  • ¿Has conocido a alguien, últimamente?
La pregunta cogió a Juani por sorpresa.

  • ¿Porqué lo preguntas? ¿Desde cuándo te interesas por mis amistades?
  • Porque veo cosas que me están preocupando y estoy segura que has conocido a alguien con la que te carteas.
  • No y ¿Por carta? Menos. ¿Quién escribe cartas ya?
  • Pues es raro. Estaba casi segura de que así era. Pero ahora no tengo esa sensación. ¡Es extraño!

Se quedó mirando al vacío pensativa.

Juani se metió la mano en el bolsillo de su pantalón y tocó el papel con las yerbas envueltas. Eva se levantó y se fue a su cuarto. Jorge fumaba y comía en silencio.

  • ¡Jorge! Déjanos a solas. - Dijo Sofía.

Obedeció y quedaron las dos mujeres sentadas frente a frente:

  • ¡No me mientas! Has conocido a alguien. Sólo quiero avisarte, ten cuidado puedes destrozar todo lo que he construido.
  • ¡Sofía, Qué no!

Mintió nuevamente, su voz se mostró segura.

  • Mira Juani. ¡Me estoy hartando! No quiero que mi hijo salga mal parado de esto.

Juani no sabía que decir. La temperatura bajó unos grados y sintió frío.

  • Lo que te pase a ti me da igual. ya cumpliste.
  • ¿Cumplido? ¿Qué he cumplido?
  • Todas estamos predestinadas para algo. Circita ya nació. Esa era tu misión en esta vida. ¡Mi heredera!
  • ¿Estás loca Sofía? ¡¿Qué tonterías estás diciendo?!

La vieja continuó y Juani cada vez se quedaba más callada y asombrada.

  • Si no fuera por la mala suerte de tener un varón, no me hubiera hecho falta tu vientre. Simplemente un útero es lo que necesité.
  • ¡Vieja loca!

Interrumpió, se intentó levantar de su taburete. Sofía la agarró del brazo y la sentó nuevamente jalando hacia abajo. La miró fijamente a los ojos y prosiguió:

  • Jorge está enamorado como un loco de ti y me pidió que le dejara vivir contigo. Date cuenta que tu marido te quiere y yo no quiero que nadie haga daño a mi hijo.
  • ¡Cabrona! ¡Tú y tu hijo me dan asco! ¡Estoy harta de tus locas historias! ¡Me voy con mi hija lejos de tus tonterías! ¡Que les jodan a los dos!

Volvió a intentarse levantar pero nuevamente Sofía sostuvo aún con más fuerza.

  • No te marcharás...

Juani gimió por la fuerza que ejercía Sofía en su brazo. Los ojos de Sofía se quedaron completamente negros, Juani se quedó de piedra con los ojos abiertos de par en par.

  • ¡Tú eres la mujer de Jorge! ¡No eres nadie, Juani...! ¡Sólo lo que yo quiero que seas! ¡Sólo la muñeca con la que juega mi hijo!

Sofía clavó las puntiagudas uñas, marrones de roña, de su mano izquierda en el brazo de Juani dejándole marcas. Cara a cara continuó en voz baja:

  • ¡Y lo seguirás siendo mientras yo viva!

Repitió unas dos veces la misma frase. De su boca salía vaho.

  • ¡Vas a seguir siendo la muñeca de mi hijo!

Susurrando.

  • ¡Seguirás amándole, tu voluntad es mía, harás lo que yo diga, eres mi muñeca, perteneces a mi hijo!
Abrió la mano derecha y sopló a la cara de Juani. Una nube de tierra marrón bañó el rostro de la mujer. Respiró la nube y se le cerraron los ojos. Sofía dejó de hincar las uñas en el brazo y fue soltándola poco a poco.

  • ¡No recordarás nada! ¡Estás muy alegre! ¡Eres feliz! ¡Eres mi esclava! ¡Complacerás a tu marido y quedarás satisfecha!

Juani pestañeó.

  • Sofía, ¡qué alegría verte!

Dijo sonriendo.

  • Estoy algo cansada. ¿Cómo está mi nuera favorita? ¿Qué te has hecho en el brazo?

Dijo Sofía sonriendo... Los ojos estaban de sus colores habituales. Las uñas romas y limpias.

  • No se. No recuerdo. Me lastimé con algo. Pero no se.

Miró sorprendida las marcas de su brazo.

  • ¿Has conocido a alguien?

Volvió a formular la pregunta.

  • No, no... No recuerdo...

Titubeo Juani.

  • Voy a curarte el brazo y luego iré con Eva. Cuando termines la cocina ven para que veas el regalo de tu hija.

Le limpió el brazo con una servilleta de papel. De su bolso sacó un tarro de cristal pequeño que le cabía en la palma de la mano. Abrió su tapa redonda y cogió un poco de la crema con la yema del dedo. Le untó los arañazos y le puso otra vez la misma servilleta encima.

Sofía se levantó mareada y un poco tambaleándose fue junto a Eva. Juani sonrió a Sofía. Se quitó la servilleta. El ungüento y las marcas habían desaparecido. Comenzó a recoger la mesa.

Jorge y su hija estaban sentados en el sofá del salón. Eva tenía en su regazo el paquete y movía nerviosa los pies desesperada por abrirlo. Esperaron un rato. Sofía miró por la ventana. Ya era de noche.

  • Bueno, bueno, bueno... ¡Circita abre el paquete!

Sofía rió bajando el volumen de su voz. Ansiosa la niña desató la cuerda y rompió el papel. Era una caja de madera de pino. Tenía un barniz brillante. En la tapa había grabado una estrella de cinco puntas y caracteres cuneiformes dentro de cada triángulo. Levantó el cierre metálico y abrió la caja. Tenía cinco compartimientos. Dos arriba, dos abajo y uno central. Una bolsa de tela conteniendo tierra ocupaba el superior de la izquierda. En el siguiente, pedernal y eslabón. En el inferior izquierda, una botella pequeña transparente cerrada con agua. En el inferior derecha un diminuto abanico. En el central un puñal de unos siete centímetros dentro de una funda de cuero encima de un fieltro rojo.

  • ¿Qué es todo esto abuela?
  • Tierra, agua, fuego y aire. Los elementos de la vida. Si le añades tu sangre, podrás hacer realidad cualquier deseo. Pero ten cuidado. A veces, nuestros deseos nos hacen daño o hacen daño a quienes más queremos. Dentro de poco, te enseñaré a usar todo.

  • Enséñame ahora.

Dijo alegre la niña.

  • Circita, a su tiempo. Todo a su tiempo.

Dijo entre risas la abuela.

  • Tendrás que llegar a la edad. Guárdalo como si fuera tu corazón. ¡Qué nadie lo toque! Obsérvalo, mima ese cofre porque son las armas que usarás en el futuro.

Juani entró mientras se secaba las manos con el paño de cocina y con cara sonriente y miró a los tres.

  • Mira mamá lo que me regaló abuela.
  • ¿A ver?

Acercándose, intentó cogerlo pero la niña espetó a la madre:

  • ¡No lo toques, la abuela me ha dicho que nadie lo puede tocar!

Y le enseñó el contenido desde lejos.

Sobre las once de la noche Sofía se marchó. La niña se fue a su cuarto. Absorta contemplaba el cofre, lo abría y lo cerraba, miraba su contenido, lo sacaba y lo volvía a poner en su sitio. Una hora más tarde, rendida de sueño, apagó la luz. Aquella noche Jorge se desahogó con Juani. No hubieron preliminares. Se puso encima. No sintió quemazón en su sexo con las embestidas rápidas de su marido. A Juani le pareció hasta casi bueno. No tan desagradable como en la mayoría de las ocasiones. Una vez que Jorge terminó se dio la vuelta y se durmió. Después de pasar por el bidé se marchó al salón a continuar con su libro:

“…Llevabas mi coche.() “…y se pone el semáforo en verde

  • Mañana será otro día.

Pensó bostezando. Terminó el capítulo. Cerró el libro dejó el marcador en el mismo lugar de siempre y se quedó dormida en el sofá.



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