domingo, 22 de septiembre de 2013

La Casta. 7

    7
  • ¡Qué frío!
Susurraba mientras entraba en su ciento veintisiete. Otra vez el mismo recorrido rutinario y llegada al ayuntamiento. Volvió a disculparse por su tardanza y se unió a ellos. El capataz daba las últimas órdenes y se dirigió a Jorge:

  • Hoy no vamos a La Feria por lo del accidente. Vamos a pintar la fachada de la Casa del Marino. Montarán el andamio e irán bajando pintando la zona que da hacia el mar.

Asintió y con un gesto indicó que subiera al microbús. El recorrido fue a la inversa del que hizo el coche de Jorge. El edificio estaba ocupado por diferentes departamentos del Ayuntamiento y algunas consultas de Especialidades de la Seguridad Social. El interior era testigo del trasiego de cientos de ciudadanos que realizaban sus gestiones.

Jorge se encontraba en el lugar con mejores vistas del edificio. Desde la azotea podía contemplar todo el muelle con algún petrolero vacío atracado. Al fondo más barcos fondeados. La popa del Armas alejándose en dirección Fuerteventura y cada vez haciéndose más pequeño. En la vieja base naval de la Armada, una patrullera de los años setenta esperando su último viaje al astillero. Desde aquella altura los viandantes que circulaban por el parque se veían diminutos. Coronando aquel paisajeLos Bardinosel hotel más alto de la ciudad. Como todos los días sobre esas horas, el atasco ya estaba formado en la avenida marítima y hacia la Isleta. El mastodóntico Centro Comercial entorpecía la vista de parte de La Isleta.

Comenzó el montaje de los ganchos de sujeción al pretil de la azotea. Una vez colocado se dedicó a colocar las poleas, los frenos de seguridad y una vez que concluyó llamó a un compañero por el transmisor para ayudarle suspender la plataforma por la fachada exterior del edificio.

En casa de Sofía. La abuela miraba desde la puerta el bulto que formaba su nieta en la cama acurrucada debajo de las mantas.

    • Arriba Circita, ya es hora de levantarse. Los pájaros ya se caen de los árboles del sol que hace.

Se escuchó un murmullo.

    • Ahora me levanto abuela.

Dijo con la voz tomada por el sueño y se giró. Metió la cabeza bajo la manta y continuó durmiendo. Al ver que no se movía Sofía insistió. Se acercó a la cama y le dio un par de tortas cariñosas en las nalgas.

    • ¡Arriba, arriba, hay cosas que hacer!

Se puso sentada en la cama, los ojos le pesaban, giró y se puso en pie. Caminó al baño y se encerró. Se escuchó el repicar del agua en la ducha.
Sofía fue a la cocina. De la nevera sacó una tartera que abrió. Lleno de moho. Apestaba. Ladeó la cabeza y apartó el contenedor con el brazo. Abrió el cubo de la basura y vació su contenido.

- ¡Qué raro! ¡Si hice las habichuelas ayer! Circita, ¿Te falta mucho?
    • No abuela, ya salgo.

Gritó desde el baño.

    • ¿Qué te hago para desayunar?
    • Leche y gofio.

Calentó la leche en un caldero pequeño y cuando estuvo a punto de hervir, la echó en un bol de cerámica blanco. Cuando llenaba el tazón la leche comenzó a cortarse. Los grumos comenzaron a flotar junto al suero. Emanaba otra vez el olor a podrido. Sofía alarmada gritó a la niña.

  • Circita, cuando termines de vestirte vete a casa de tu madre. Desayuna allí. ¡Algo raro está pasando!
  • ¿El qué abuela?
  • ¡No lo se! ¡Vete, rápido! ¡Quédate allí con tu madre que no salgan de casa!

Esteban entró en el edificio delMarinopor la puerta principal. Ignoró la cola de gente que se formaba en el ascensor y comenzó a subir las escaleras. Despacio. Los escalones estaban sucios. De granito. Hacían juego con sus zapatos marrones y las perneras del pantalón. Esteban se miraba los pies. La suela silbaba con el roce del piso en algún escalón. A veces levantaba la vista a las ventanas cuando llegaba a cada uno de los descansillos y veía como el paisaje del muelle y los barcos mejoraban a medida que ganaba en altura.
En los primeros pisos sólo el paseo marítimo, la carretera y algo de la Base Naval. En los siguientes ya divisaba mas cantidad de océano y los techos de los coches circulando por la avenida.

Sofía apresuró a Eva

  • Lárgate¡jodía!, vete con tu madre.

Se colgó la mochila al hombro y se marchó escaleras abajo. Sofía la observó desde la puerta hasta que giró en el descansillo y la cerró. Cogió una vela, fósforos y fue a su mesa. Tenía la bola de cristal y se sentó frente a ella. Encendió la vela y se quedó mirándola.

  • ¿Qué está ocurriendo?

Murmuraba.

Jorge esperaba a su compañero. Encendió un cigarrillo y apoyado en uno de los muros de la azotea comenzó a fumarlo. Inhalaba el humo de manera pausada y lo exhalaba por la nariz. Lo disfrutaba y aquel cigarro le sabía de un modo distinto. No hacía viento y el sol calentaba de manera plácida. Cerró los ojos y comenzó a disfrutar del murmullo matutino de la ciudad. Con el poco olfato que le quedaba notó el olor a sal de la mar. Puso su cara en dirección al sol y notó sus párpados encendidos. Sentía paz. Abrió los ojos. Caminó unos pasos y curioseó el lugar.
Llegando al séptimo descansillo Esteban se cruzó con una funcionaria que bajaba portando una carpeta y numerosos papeles. Al verlo se rozó con la pared y se le cayeron todos. Formó un enjambre de folios flotando en vaivén. Esteban ignoró el hecho y continuó subiendo. Mientras la chica quedó perpleja al ver que el hombre no se comportaba como ella esperaba; un caballero. Esteban hincaba sus uñas en el pasamanos y las arrastraba dejando un fino y profundo surco en la madera además de un agudo chirrido.

Sofía miró al techo, cansada de no ver nada a través de su bola de cristal. La sombra de su cabeza que se proyectaba tras ella daba justo en el centro del pentágono dorado. Levantó la cabeza para descansar el cuello dando un movimiento de vaivén para relajar los músculos. Volvió a concentrar su mirada en el cristal brillante de la esfera.

Bajo un techo de uralita montado sobre unas vigas metálicas estaban unas cajas de cartón que tenían revistas de temas médicos. Jorge cogió una y miró las fotos. Quedó fascinado. Un reportaje sobre oftalmología en el que habían abundantes primeros planos de ojos. Se aburrió de verla. La dejó en la misma caja y caminó hacia el andamio. Tomó el radiorreceptor. Volvió a llamar a Pedro.

  • ¿Subes ya?

Pero no obtuvo respuesta y siguió deambulando por el lugar.

Esteban llegó a la puerta de la azotea. Señaló el pomo con el índice de la mano derecha y sin tocarlo giró. La puerta se abrió lentamente chirriando las bisagras y dejando entrar la maravillosa luz del sol del oriente. Miró a Jorge. Estaba de espaldas contemplando el mar. Entró en la azotea levitando a unos cinco centímetros del suelo. Cuando estuvo a unos tres metros habló:

  • Hola zángano. Ya tenía ganas de conocerte. Hoy te voy cortar las alas.

Al oír la voz se giró rápido y quedó paralizado por el miedo. Lo reconoció al instante.

    • ¿Sabes a qué he venido? Ya iba siendo hora de que saliera algo bien tras tantos años de espera.
Jorge se llevó la mano al pecho y abrió la boca.
    • ¿Dónde está? ¡Mi piedra!

Esteban abrió su boca y le enseño la dentadura. Soltó una carcajada y en su cara se dibujo una expresión que daba a entender que las cartas estaban echadas. Que no había escapatoria posible. Mostró sus manos abiertas y volvió a reir. La presa era fácil.

Sofía vio como el cristal de su bola se tornó negro. Luego tomó tonalidades celestes y se divisó algunos edificios del puerto. Agarró la esfera con ambas manos y la levantó del su pedestal metálico. La acercó más aún a su cara. La imagen se acercó y divisó la azotea.

Jorge corrió a la derecha. Esteban señaló con el dedo índice a los pies. Se doblaron hacia atrás y sus talones se juntaron en la cara posterior de sus muslos. Cayó a plomo golpeando las rodillas con el duro cemento del suelo. Quedó postrado del dolor. Cuando Esteban estuvo cerca le propinó una patada a la altura del estómago. Jorge se dobló y le cortó por momentos la respiración.

Sofía vio las espaldas de un hombre cuya melena negra le colgaba hasta pasada la altura de los omóplatos. Movió la bola a la derecha, a la izquierda pero no conseguía ver desde otra perspectiva el suceso.

Esteban se agachó y le agarró la oreja izquierda de manera que sus uñas se clavaron en la unión con la cabeza y apretando se la desgarró. Jorge gritó de dolor. Se llevó la mano a la herida. Esteban se reincorporó y miró el trozo de carne sanguinolenta que tenía en la palma de su mano. Se volvió a agachar y le retiró la mano de la herida y se la puso nuevamente en su lugar. La piel cicatrizó en cuestión de segundos y volvió a estar como si no hubiera ocurrido nada. Sólo quedaron manchas de sangre que se secaron al momento.

La abuela maldecía una y otra vez. Con la manga de su bata frotaba la esfera.

  • ¿Qué ocurre? ¿Qué está pasando? ¿Dónde?

Seguidamente Esteban le hundió la uña en el ojo derecho. Volvió a escucharse otro grito. Sacó el dedo llevándose el globo ocular pinchado. Abrió la boca y lo chupó.

En la bola apareció un primer plano del ojo pinchado en la uña. Como si lo estuviera viendo desde la mirada de Esteban.

Agarró la cabeza de Jorge para que no la agitara y con los dedos índice y pulgar abrió el párpado; volvió a poner el ojo en la cuenca vacía. Jorge Parpadeó y la curación fue inmediata. Gritaba, pero nadie le oía. Esteban colocó los dedos de la mano izquierda por debajo de los carrillos en la unión de la mandíbula. Jorge abrió la boca por la presión entre su quijada. Esteban metió los dedos de la otra mano dentro de la boca y fue obligando a abrir la boca hasta que se escuchó un¡clac!. Lo cogió de la mano y lo reincorporó poniéndolo en pie. Jorge, con la mandíbula desencajada, estaba convertido en un pelele y se dejaba hacer cualquier cosa por parte de Esteban. Con la boca abierta mirando cara a cara a su asesino.

Le agarró la entrepierna. Clavó sus uñas y le arrancó de un tirón todo aquello que había agarrado. Jorge cayó de rodillas dejando su cara apoyada en el muslo de Esteban. La respiración agitada. No articulaba sonido. Esteban lo agarró del cabello. Tiró hacia arriba para levantarlo. El semblante de jorge estaba pálido. Sus ojos abiertos casi como para salirse de sus órbitas. Volvió a colocar la carne en su sitio y todo cicatrizó en segundos. Jorge recuperó la respiración. Su corazón volvía a latir otra vez a ritmo normal.

  • Dime, ¿Donde encuentro a la bruja madre?

De la garganta salió un gemido.

  • Ya, la mandíbula.

Esteban dijo con tono sarcástico.

  • Ya no tengo tiempo para más tonterías. Es una lástima, porque me place mucho jugar contigo. ¿Sabes? Me encanta este juego. Desgarrar la carne y dejarla en su sitio. No es la primera vez que lo hago. Con tus antepasados fue muy divertido. Es una lástima que no pueda continuar.

Lo agarró por su cabello y lo arrastró al borde de la azotea. Lo levantó en el aire. Lo sacó fuera del pretil y lo dejó caer.

Sofía vio nuevamente la perspectiva de Esteban. Vio un cuerpo que caía al vacío y se hacía cada vez más pequeño.

El cuerpo de Jorge giró en la caída. Cabeza abajo vio a toda velocidad como el suelo estaba más cerca. Se estrelló quedando la cabeza aplastada contra la acera. La espalda doblada hacia atrás descansaba sobre su cabeza. Las piernas formando un puente sobre todo el montón de carne y ropa. De las uñas del brazo derecho, que descansaba horizontalmente sobre las baldosas grises; manaba abundante sangre. El húmero izquierdo estaba partido y sobresalía parte del hueso de la carne.
La imagen de la esfera comenzó a enfocar y a moverse hasta el cuerpo haciéndose más nítido. Sofía descubrió quién era. Dio un alarido. La bola se hizo añicos por la presión de las manos. Los cristales se escaparon de las manos de Sofía que clamaba por la vida de jorge:

    • ¡Mi hijo! ¡Mi hijo! ¡Nooooo!

Sus ojos se llenaron de lágrimas. Se levantó y corrió a la cocina. Agarró una vieja escoba de palma. Comenzó a salir de las ramas humo negro y llenó la cocina hasta que la figura de Sofía desapareció en él. Luego se disipó y la estancia quedó vacía.

Por el cielo celeste de Las Palmas cruzó una nube de color negro con forma de lágrima. Era tan rápida que cruzó desde el barrio de San Cristóbal hasta el puerto en menos de dos minutos. Llegó a lo alto del edificio se disipó mostrando la figura de la bruja agarrada al palo de su escoba. Sofía descendió lentamente hasta la azotea quedando detrás de Esteban, a unos diez metros.
Giró y señalando a la vieja, se rió. De todos los rincones de la azotea comenzaron a salir multitud de cucarachas que subieron por todo su cuerpo ocultándolo creando una asquerosa montaña de bichos. Finalmente ocultaron la cara y se desmoronó. Ni rastro del hombre. Las cucarachas desaparecieron corriendo por el mismo lugar por dónde habían aparecido. La bruja caminó hasta los muros que marcaban el límite de la azotea y miró la calle. Estaba la figura de aquel gurruño. Gritó nuevamente ahogando la voz en un profundo llanto. Alzó los brazos al cielo. También su mirar. Su voz, desgarrada, clamaba a los cuatro vientos. Se subió al pretil y se lanzó al vacío. Metros antes del suelo frenó su caída y llego al suelo como si bajara de un escalón quedando a un metro detrás de la gente que se amontonaba alrededor del cadáver. Ninguno de ellos, absortos con el muerto, dieron cuenta de la llegada. Con la escoba abrió paso:

    • ¡Apartaros! ¡Morbosos! ¡Inútiles! ¡Escoria! ¡Jorge! ¡Mi hijo!

Se puso al lado y se arrodilló. Los ojos viajaron del negro a los dos colores que caracterizaban su mirada. La raya de maquillaje pintada en sus ojos se había corrido por las lágrimas. Tumbó boca arriba a Jorge. Abrazó la cabeza en su regazo y la meció. La sangre de Jorge manchaba las arrugas y cicatrices de los antebrazos de la vieja. Un cincuentón puso la mano en el hombro intentando consolar a la anciana. Esta giró la cabeza y la mordió. La retiró con grandes gestos de dolor y volvió sorprendido caminando hacia atrás al grupo. Se levantó dejando el cuerpo a sus pies. Metió la mano en su bolso y sacó en puño un polvo negro que se le resbalaba de su mano. Abrió la palma y soplando lo esparció en círculo, girándose sobre si misma, hacia las caras de los transeúntes agolpados. De nuevo la nube negra cubrió el centro de aquel círculo, brotando de las ramas de su escoba y Sofía desapareció con el cuerpo de su hijo. Se miraron los unos a los otros. Todos con caras de circunstancia de no saber porqué estaban allí, formando una circunferencia, se marcharon cada uno por su lado. El único rastro que quedó del incidente durante unos momentos fue un pequeño charco de sangre que se filtró en la acera desapareciendo.

Juani estaba en el baño y recién duchada peinaba sus cabellos. El espejo se llenó de vaho. Y como si dibujaran con un dedo apareció la cara de Esteban. Envuelta en su albornoz blanco abrió los ojos y miró la imagen. Comenzó a hablar:

    • Juani baja a la calle. Trae a tu hija. Conmigo estarán seguras.
El espejo volvió a quedar limpio. Juani escuchó la llegada de Eva y salió del baño.

    • ¡No te cambies! ¡Nos vamos!
    • ¿Dónde mamá? La abuela me dijo que nos quedáramos aquí.
    • No podemos, tenemos que irnos.
    • ¿Pero...?
    • Calla y hazme caso.

La niña se quedó de pie. Esperó que la madre se vistiera y seguidamente salieron del piso.

Juani oyó el chirriar de las ruedas de un coche al aparcar repentinamente en la acera. Se asomó por la ventana. Un Land Cruiser de color beige había estacionado sobre la acera y Esteban apoyado en el lado del conductor le hacía aspavientos para que bajara. Juani volvió la cabeza y apresuró a Eva.

  • ¡Vamos, vamos!
  • Pero mamá, la abuela me dijo...

Juani le lanzó una bofetada y con mirada airada le reprendió:
  • ¡Estoy harta! ¡Soy tu madre y haces lo que te digo! ¡Corre para la puerta y me esperas allí. Ya salgo!

Eva soltó una lágrima sin esbozar ninguna expresión en su cara. Caminó a la puerta y se quedó mirando corretear a la madre de aquí para allá con los brazos cruzados. Pasaron unos dos minutos. Apareció con su libro bajo la axila y dos bolsos de deportes. Los dejó en el suelo abrió la puerta de casa. Aguijó a su hija y salieron con prisa.

  • ¡Baja, baja, corre!

Acuciaba a la niña mientras bajaban las escaleras.

Salieron del portal. El coche tenía las puertas abiertas. Esteban ayudó a Juani quitándole los bolsos. Juani con las manos libres agarró por el brazo a su hija la forzó a entrar y sentarse en la parte trasera del vehículo. Eva no entendía nada de lo que pasaba y no podía hacer otra cosa que mirar a la madre. Esteban se sentó en el puesto de conducción y Juani a su lado. Le puso la mano en el muslo del hombre y lo miró con dulzura. Esteban abrió su mano abierta delante del rostro de Juani y sopló en esa dirección. Un polvo negro se introdujo por las fosas nasales de la mujer.
  • ¿Qué pasa mamá? ¿Quién es ese?

Dijo Eva con voz nerviosa.

  • ¡Calla! Ya te explicaré todo.
  • No tengas miedo Eva, no va a pasar nada.

Hablo Esteban con voz tranquilizadora.

El coche salió al asfalto chirriando ruedas y veloz recorrió hasta llegar a la autovía dónde aceleró aún más para perderse entre el tráfico.

  • Mira hija, las cosas van a cambiar mucho. Llevo mucho tiempo queriendo hacer esto y no ha podido ser de otro modo. Tu abuela quiere que vayas con ella para siempre y que no estés conmigo y tu padre está de acuerdo.
  • Pero¿Cómo puede ser eso? ¡Eso no puede ser!

Gritó.

  • Mira este es Esteban, nos va a llevar a su casa hasta que aclare ciertas cosas con tu abuela y tu padre. Es un hombre muy bueno. Me hace muy feliz.
  • ¿Y papá?
  • Papá no me quiere, me lo ha demostrado durante mucho tiempo.
  • ¡Noooo!

Eva intentó abrir la puerta. Esteban bloqueó las puertas traseras desde el botón de la consola.

  • ¡No quiero! ¡Quiero irme con mi padre!
  • ¡Calla la boca!

Volvió a gritar Juani encarándose con la niña. Eva cerró sus labios y miró por la ventanilla. Comenzó a llorar desconsolada.


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