domingo, 10 de noviembre de 2013

La Casta. Parte 2. 3

3

Esteban abrió la puerta y entró en el piso de Juani. Entró a la sala y abrió los armarios del primer mueble que vio. Curioseando entre vasos, figuras de porcelana y libros alguna pista con la que poder localizar el paradero de las dos mujeres.

Intentaba hacer el menor ruido posible pero su ansia por encontrar una pista hacía inevitable que alguna figura cayera al suelo. Cada vez que contemplaba una fotografía, buscaba con ávidez algo que reconocer, un lugar, una estatua, un paisaje, un cartel de carretera; algo.
Entró en el dormitorio. Abrió la cómoda y escarbó entre la ropa y así un cajón tras otro. Lo mismo en los armarios. No había nada interesante.

Ya en el cuarto de Eva, revisó su mochila, libros, apuntes. Escudriñó su armario desordenándolo y tirando al suelo los percheros. Se sentó en su cama y observó los pósteres de los cantantes favoritos de Eva. La mesa de estudios estaba vacía y al lado la papelera. Esteban metió la mano y rebuscó entre folios arrugados, envoltorios de caramelos y basuras variss.

Halló un sobre y leyó una dirección escrita a bolígrafo y que le remitía al barrio de San Cristóbal.

Pedro se levantó y bajó las escaleras raudo a su coche. Arrancó chirriando las ruedas. Cruzó la ciudad en pocos minutos llegando a la barriada. A pie, buscó el portal y entró en él.

Subió las escaleras y actuando con violencia mediante una patada abrió la puerta de la casa de Sofía. Observó el viejo piso y comenzó a andar por cada una de las habitaciones llegando al dormitorio de la vieja. Allí encontró el baúl dónde guardaba sus hechizos envueltos. Lo abrió y sacó un paquete que deshizo. Miró una raspa de un pescado atada con un lazo negro. Le repugnó y lo tiró a un lado.

Al mismo tiempo. Bartolomé, Sofía y Eva sentados llevaban una charla amena. De pronto Sofía puso cara desencajada y soltó un alarido. Eva y Bartolomé se asustaron y se levantaron de la mesa prestos cogieron las manos de la mujer. Volvió a gritar.

    • ¡Los ha encontrado! ¡El jerezano! ¡Nos ha encontrado!

Pedro rasgó el papel de otro paquete mucho más pequeño que el primero, eran dientes también lo tiró fuera del baúl. Lo agarró y volcó todo su contenido fuera. Miró los bultos en el suelo y los comenzó a pisotear.

Sofía comenzó a sangrar abundantemente por la nariz. Bartolomé cogió un trapo limpio de la alhacena y tendiendo la cabeza hacia atrás trataba de cortar la hemorragia. Eva había dado varios pasos atrás y contemplaba como su abuela se convulsionaba en la silla. De un manotazo soltado al aire, alcanzó a Bartolomé lanzándolo un metro hacia atrás cayendo de espaldas y dándose un golpe con la pileta. Sofía se puso rígida. Se elevaron sus pies seguido del tronco. Quedando vertical, tan rígida como una tabla y sólo apoyada por su nuca en el respaldar de la silla. Estuvo así unos minutos quieta hasta que abrió la boca y exhaló humo. La neblina provocada llenó la habitación. El frío se apoderó de la estancia. Seguido una cucaracha salió de la garganta y caminó hasta quedarse en lo alto del pómulo de Sofía. Luego abrió sus alas y salió volando hacia el rostro de Eva que gritó espantada. De la entrepierna manó orina empapando la silla y sus alrededores. La vieja comenzó a balbucear frases ininteligibles. Se convulsionó nuevamente en el aire haciendo bruscos movimientos con el cuello que la hacían levantar del único punto de apoyo que tenía. Golpeando la nuca una y otra vez en el borde superior del respaldar de la silla. Se abrieron las cicatrices de sus brazos y el espeso líquido rojo cayó al suelo.
Pedro se cansó de pisotear los paquetes y miró el viejo armario.

Sofía relajó el cuerpo y cayó a plomo en la silla. Bartolomé que a duras penas podía moverse del tremendo golpe se reincorporó y corrió a acomodarla.

    • Nos ha encontrado. Hay que prepararnos.
Repetía una y otra vez con voz apagada. Eva trajo un vaso con agua y se lo dio a beber. Bartolomé le limpiaba la sangre de la cara con el mismo paño. Le dolía todo el cuerpo y tenía muy pocas fuerzas para moverse.

Pedro abrió el armario localizando una vieja carpeta grande. Estaba llena de papeles. Se sentó en la cama y comenzó a revisarlos detenidamente. Eran viejos recibos, escrituras de propiedades. Todos amarillentos y desgastados del tiempo. Buscaba direcciones. Referencias a lugares pero no hallaba nada en concreto hasta que un recibo. El pago de un terreno situado en el Barranco de Las Goteras. La fecha era reciente de hacía menos de un año. Guardó todos los papeles en la carpeta dejando ese en la primera posición de la tonga. Sacó un saco de la mochila que llevaba consigo y guardó los paquetes que habían quedado intactos, la carpeta y salió de la casa.
Cargaron a la bruja. Eva por los hombros y Bartolomé por los pies, la dejaron en la cama. La arroparon. Eva se desplomó en una silla situada en un rincón de la habitación. Bartolomé se arrodilló cerca de la cabecera. Con mucho cariño y con la faz triste, acariciaba la frente de Sofía que se miró la palma de la mano. Su línea de la vida casi era imperceptible. Derrotada cerró los ojos y cayó en un profundo sueño.

Pasaron unos minutos. Bartolomé se levantó. Agarró la mano de Eva y la sacó de la habitación. En el quicio de la puerta Eva se volvió y la miró como se acurrucaba aferrada a la almohada. Miró el contorno que formaba y pensó que su abuela se estaba quedando en nada. Cerró la puerta y acompañó a Bartolomé hasta el lugar favorito de Sofía. Se sentaron, bajo la palmera, cabizbajos mirando el cemento.

Pasaron las horas y sobre las siete de la tarde la luz decaía. Se abrió la puerta de la cueva y sofía salió envuelta con la colcha de su cama y con su escoba al revés, se apoyaba en ella. Arrastraba los pies. Su mirada carecía de la agudeza que caracterizaba a la vieja. Su mirada apagada. El rostro serio. No aquella miraba altiva y al frente como de costumbre. La vista al suelo. Caminaba despacio. Los años la alcanzaron de golpe. Su poder estaba muy debilitado y llegó a la palmera.

- Abuela...?

Sollozó Eva, y la abrazó. Bartolomé se quedó sentado mirándolas.

- Bartolomé, déjame a solas con Eva. Tengo que hablar con ella.

Dijo Sofía.

    • Iré a hacer algo de cenar

Bartolomé caminó despacio hacia la casa dejándolas a solas.

- Siento lo que te dije abuela. Yo te quiero. No eres un monstruo.
- Eva olvídate de eso. Sí soy un monstruo. Pero lo importante es que él nos ha encontrado. No podemos huir pero aquí podremos hacerle frente. Es cuestión de días. Has aprendido muchas cosas de nuestras artes. Pero te tengo que enseñar lo más importante que tienes que saber. Sabes que nuestro poder está en nuestra sangre y que tendrás que cortarte para poder hacer los hechizos. Hasta ahora siempre lo hemos hecho con mi sangre y la que tengo almacenada en la cueva. Por eso no has tenido que hacerte heridas todavía. Pero mi vida se está agotando y tendrás que ir tu sola. Tienes que perder el miedo al corte. Duele pero con el tiempo te acostumbras.

Eva escuchaba a la vieja.

- No hará falta que me corte, ¿verdad?

Dijo la chica.

- Cuando llegue El Jerezano aquí necesitaré tu ayuda. Yo sola no podré con él. Necesito que pierdas el miedo al corte. Coge de la caja que te regalé el puñal y empieza. Es nuestro pequeño pago por el don que se nos ha concedido.

  • Abuela, no voy a poder. ¡No!
  • Debes y tienes que hacerlo. ¡Otra cosa! El primer objeto que toque tu sangre será el que usarás para volar agarrada a él. Piensa un lugar y te llevará volando.

Eva a regañadientes fue a la casa. Sofía quedó contemplando cómo el día iba muriendo. Igual que ella. Volvió a abrirse la puerta y la nieta regresó con la caja. Sacó el puñal.

  • ¡Cariño! Cierra el puño lo más fuerte que puedas. Tienes que hacer un pequeño corte en el antebrazo hasta hacerte sangre.

Le hizo caso. Cerró el puño. Puso el puñal en su antebrazo. Cerró con fuerza sus ojos y se dispuso a cortar. Pero aflojó en el último momento.

  • No puedo.

Empezó a llorar. Miraba a su abuela asustada.

  • ¡Circita...! Tienes que poder. Debes hacerlo.
  • ¡No!

Gritó y tirando el puñal al suelo y corrió sollozando a la casa. Sofía frunció el ceño y se llevó las manos a la cara.

  • Eva, ¡Tienes que hacerlo! ¡Es tu destino!¡Te necesito!

A la mañana siguiente. Sofía se había levantado temprano. Cambinaba por el perímetro del terreno. Con una botella en mano iba derramando unas gotas de sangre cada medio metro. Cada vez que tocaba la sangre la tierra una frondosa zarza seca brotaba haciendo imposible el acceso por esa zona. Bartolomé, en la palmera, hacía punta a varios palos convirtiéndolos en lanzas. Las puntas las echaba en una hoguera para que al carbonizarse cogieran mayor solidez. Sofía terminó de sembrar sus espinosos arbustos y volvió con Bartolomé. Echó otra gota en la hoguera. El fuego se avivó. Las puntas de las estacas se endurecieron aún más tornándose de un color metálico. Eva salió de la casa pero se mantuvo a cierta distancia. Sofía la miró de reojo y con la mano y una sonrisa la animó a reunirse con ellos. Tímidamente la chica fue hacia ellos.

- Abuela, He estado toda la noche sin dormir. Se que es mi destino pero ¿No hay otra forma? ¿Tiene que ser con un corte?
    • Hija, es así. Cuando acabe aquí lo intentarás otra vez. Te ayudaré a pensar en otra cosa. Verás que lo lograrás.
    • ¿Cómo fue tu primero?
    • Estaba aterrorizada. Yo tenía mucha más edad que tú. Me emborraché la primera vez que lo hice. Sola, no quería que nadie estuviera conmigo. Por lo que se ha hablado y escrito sobre brujas lo de volar en una escoba. Por la borrachera y por la broma use como primer objeto eso, mi escoba. Tu bisabuela usó un candíl y tu tatarabuela un zurrón. Me senté en el centro de la cueva, la que luego fue casa de Bartolomé, y allí me hice el corte. Brotó la sangre y regué con ella la escoba. Luego fui con mi madre, le enseñé la cicatriz y la escoba. Me olió el aliento y me abroncó por haber elegido un objeto tan grande y por lo borracha que estaba. Pero sigo pensando que realmente aquella bronca fue porque no la dejé que estuviera conmigo en el momento de la sangría.
Ahora Eva, vete al gallinero y coge la gallina más grande que veas y la traes.

  • ¿Vas a hacer algún hechizo? ¿La transformarás en algún animal feroz? ¿En un monstruo?
  • No. Bartolomé hará sopa con ella. Y un arrocito.



 La vieja miró a Eva con una sonrisa de complicidad. La chica ccorrió hacia el gallinero.

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