Hola queridos amigos;
Este será el último capítulo que publico de "La Casta" en el blog. El libro completo está disponible en Amazon.es y pueden adquirirlo desde en los enlaces que tiene este blog a un precio muy económico, ideal como regalo de Navidad. Muchas gracias y que lo disfruten.
Un saludo;
Enrique Santamaría
5
Sofía
le costaba moverse. Sus pasos no eran firmes como de costumbre.
Cojeaba y caminaba ayudada por el mango de sus escoba. Normalmente a
no ser que hubieran cosas que hacer, dejaba que Eva durmiera hasta la
hora que quisiera. Pero la situación siendo tan grave decidió
despertarla. Eva se hizo la remolona pero viendo la cara seria de su
abuela se levantó sin rechistar. Le indicó con la mano que la
siguiera y se sentaron en la cocina. La caja de Eva en la mesa y el
puñal encima. La hizo sentar en una silla y Sofía se sentó frente
a ella.
- Circita debes intentarlo. Saca el antebrazo y hazte el corte.
- ¡No puedo!
- Necesito que lo hagas. Yo estoy muy débil y necesito que seas una bruja como lo hemos sido todas. Se que es lo que más cuesta pero debes hacerlo.
- Abuela, ¡Me pides que me haga daño! ¡Me va a doler!
Comenzaba
a sollozar y agarró el puñal y se lo puso nuevamente en la cara
interna del antebrazo. Apretó dejando la piel colorada pero en el
momento de intentar rasgar su carne aflojaba y se vino nuevamente
abajo. Comenzó a llorar. Eva sentía frustración y se avergonzaba
de no poder hacerlo.
- Abuela ¿Y si no lo hago?
- No te queda otro remedio, Eva. Tienes que cumplir con tu destino. Es la única manera que tengas poder. Si pudiera evitar el dolor del corte lo haría pero es lo único que no podemos evitar. Por favor. Circita tienes que hacerlo.
Rogó
Sofía y continuó hablando.
- Hija, El jerezano vendrá dentro de poco. Vamos a tener que luchar contra él y va a ser a muerte. Él nos quiere muertas porque nosotras somos las que evitan que Guayota quede libre y mientras una de nosotras esté con vida, Guayota no escapará. Sómos las únicas que pueden enterrarlo en vida. Si escapa esclavizará y diezmará la población y a aquellos que no mueran serán sus esclavos. Así eternamente. Debemos prepararnos y debes prepararte. Necesito tu poder, Eva. ¿Has pensado qué objeto quieres usar para poder moverte de lugar?
Dijo
la vieja sonriente para despistar a la nieta.
- Había pensado en el collar de mi cumpleaños.
- Buena elección. Siempre contigo. Fácil de llevar y cómodo. Sabia muchacha. Enséñamelo
La
niña fue a la habitación a por el collar y Sofía vio a Bartolomé
curioseando por la ventana. La vieja puso cara de resignación y
Bartolomé agachó la mirada y se marchó a sus quehaceres. La chica
volvió con un collar de perlas amarillentas bastante antiguo colgado
del cuello. Se lo sacó y se lo dio a la vieja. Lo agarró y estuvo
mirando las perlas.
- Tendrás que lavar esas perlas con leche y jabón. Luego con agua purificada y verás como recuperan el blanco.
Habló.
Luego agarró el puñal por la hoja y se lo dio a la nieta. Le puso
tímida sonrisa y asintió con la cabeza. Otra vez la chica agarró
el puñal y lo puso en posición. Apretó pero otra vez no pudo y se
echó a llorar. Sofía se levantó cojeando y la dejo sola. Salió al
exterior. Bartolomé se encontraba sentado en el pie de la palmera
tomando leche y gofio en un cuenco. Sofía llegó a su lado.
- Bartolo, vas a tener que ayudarme. Eva no está preparada y “El Jerezano” vendrá muy pronto.
- ¿Qué vas a hacer?
- Ahora mismo todo el terreno está plagado de trampas. Lo atacaré desde la azotea de la casa. Tengo las lanzas que preparamos escondidas en varios sitios. Usaré la única ventaja que tengo. Volar.
- Tengo miedo por ti. Sofía.
Sofía
acarició la cara del enano y le sonrió. Lo abrazó y lo besó en
los labios. Con lágrimas en los ojos continuó hablando.
- Tendrías que haber tenido una vida feliz y yo lo estropeé. Tu perdón significó mucho para mi y luego que siempre estuvieras conmigo. Eva y tú son lo único por lo que no he perdido del todo la humanidad. Bartolo...
Intentó
continuar pero el viejo la interrumpió.
- Me has dado la mejor noticia de mi vida. Tengo una nieta. Algo nuestro. Me has dado algo que nunca imaginé. Esperanza. Ganas de luchar por alguien y no desaparecer en la nada con una vida sin objetivos. Es lo mejor que me ha pasado. Eva. Sabes que nunca superé lo de mi aspecto pero tu amistad me ha bastado para vivir una vida que ahora es plena. Sofía se que tú me convertiste en esto y aún así siento que te debo mucho. Una cosa vieja, te estás despidiendo de mi ¿no?
- No te puedo engañar. Siempre fuiste un hombre listo. Por mucho que lo intente no podré detenerle. No puedo. No lucho sólo contra él, además es contra Caronte. Estoy muy débil. La linea de la vida es casi imperceptible y eso significa que mi hechizo sobre Caronte se ha quedado en nada y querrá venganza. Me querrá antes de tiempo. Cuando yo muera...
Bartolomé
rompió a llorar. Sofía lo calmó.
- ¡Tranquilo amigo! Cuando yo muera... Quiero que te quedes dentro de la casa. Lo importante es salvar a Eva. Dentro de la casa te he dejado varias botellas de cristal. Hará todo lo posible por entrar. Cuando esté dentro, desde el pasillo arroja la primera a sus pies. La de color negro. Eso lo detendrá durante el tiempo suficiente para que cojas a Eva y la saques por la ventana de atrás. Cruzas la acequia y arrojas al gallinero la segunda botella, la de color blanco. Huye de ahí corriendo las gallinas ya no serán gallinas. Cuando estés en la carretera busca un objeto, una rama seca, una piedra, cualquier cosa consistente. Derrama el contenido de la tercera botella sobre ese objeto. Agarra la mano de Eva y piensa en un lugar. Aparecerán allí. Sólo podrás hacerlo en una ocasión. Y escondeos hasta que Eva tome conciencia de que debe convertirse en Bruja.
Dejó
el coche aparcado en la gasolinera y comenzó a caminar por la
carretera. Llevaba a cuestas la mochila, el saco de los hechizos y
otro saco de tela cerrado con un cordel a cuestas. Llevaría a
cuestas unos cuarenta kilos de carga. Después de una hora de
caminata. Después de un cruce observó unos matorrales de unos dos
metros de altura completamente secos entre toda la exuberante
vegetación. Sacó de la mochila el machete y cortó las ramas para
ver lo que había detrás. Vio el inicio del camino de la cueva de
Sofía. Avanzó unos cincuenta o sesenta pasos y abrió el saco de
tela. Pedro se quitó la ropa. Quedó completamente desnudo. Sacó la
espada y la dejó en el suelo a su lado un arcabuz de mano y un
puñal. Una camisa blanca, pantalones de cuero, guantes con remaches
metálicos, las botas de batalla y un yelmo. Sacó la botella y
manchó con el líquido todos los objetos. Se vistió. Colgó del
cinto a su izquierda la espada y a su derecha el arcabuz. El saco de
los hechizos a la espalda. Luego empinó la botella y se bebió su
contenido. Metió la botella en el saco. Sus ojos se volvieron negros
como el carbón. Se agitó. Agarró el saco de los hechizos. Sus pies
se elevaron unos tres centímetros del suelo y levitando comenzó a
avanzar por el sendero. Mientras se dirigía por el camino fue
creando una plaga que comenzó a seguirle. Lagartijas, ratas y
ratones, cucarachas, grillos, saltamontes, langostas, moscas, abejas,
avispas; corrían detrás de él formando una capa negra que cubría
el terreno. Tras él cualquier vegetal, a los lados del camino, que
rebasaba quedaba marchito.
El
vuelo de Pedro de Vera duró unos quince minutos hasta llegar hasta
el gigantesco muro de zarzas que había creado Sofía. Las langostas
se adelantaron y comenzaron a devorar las ramas secas. Poco a poco
iba desapareciendo el ramal. A medida que desaparecía la plaga
volaba y marchaba hacia el fondo del barranco. Quedó a la vista de
Pedro el muro de piedras. Al mismo momento que alzaba las manos en
forma de cruz, levitaban tras él todas las lagartijas, rígidas como
flechas. Poco a poco se inclinaron en ángulo con la cabeza hacia el
cielo. Lanzó los brazos adelante. Y salieron disparadas por encima
del muro.
Sofía
miró horrorizada la nube de reptiles que comenzaba a pasar el muro a
unos metros por encima. Gritó.
- ¡Entrad en la casa! ¡Ya!
Eva
y Bartolomé sentados bajo la palmera se levantaron como resortes y
corrieron dentro. Cerraron la puerta. Sofía corrió cojeando hasta
la pared lateral dónde tenía la escoba. Mientras corría, sacó de
la funda en la cintura, el puñal. Se hizo un corte en el antebrazo.
Lo enfundó. Agarró la herida con la mano derecha. Las lagartijas
tiesas como flechas volvaban ya muy cerca de la espalda de Sofía.
Cuando la sangre manó de manera que formara una gota grande. Separó
la mano y las frotó quedando ambas palmas manchadas de rojo. Llegó
hasta la escoba. Se giró y las puso en oposición a los bichos. Se
formó un escudo invisible en forma de esfera en las que aquellas
pequeñas bestias rebotaban. Las de alrededor se clavaban como
tachas. Luego explotaban dejando manchada la pared. Otras que caían
en el cemento corrían e iban rodeando la casa. Trepaban por sus
paredes exteriores quedando completamente cubierta de reptiles. Duró
la lluvia unos escasos dos minutos. Concluída, Sofía bajó las
manos. Agarró la escoba y desapareció.
Pedro
miró a un grupo de ratas que tenía a su derecha. Comenzaron a
formar una montaña bajo sus pies que lo fue levantando hasta pasar
por encima el muro. Como si de una ola lenta se tratara volvió a
descender hasta llegar dentro del terreno. Siguió levitando y los
roedores comenzaron a correr por todos los lugares. Del suelo,
salieron cientos de ramas llenas de pinchos que iban atravesando los
cuerpos de los animales enhebrándolos uno a uno como si fuera un
collar de cuentas. Volvieron las langostas y aterrizaron sobre la
enredadera y dieron cuenta de ella en pocos segundos. Una vez limpio
el terreno de vegetales sólo quedaron los cadáveres de millones de
ratas que cubrían el lugar. Pedro dejó de levitar y puso los pies
en el suelo. Desenvainó su espada y comenzó a andar en dirección a
la casa. Caminó unos metros cuando una risa histérica sonó tras
él. Una nube se formó y de ella la mano izquierda de Sofía agarró
el saco de los hechizos que llevaba colgado a la espalda y se lo
arrebató. Pedro se giró rápido como si de un torbellino se tratase
intentando cortar a la vieja. La risa se volvió a escuchar encima de
la azotea. Pedro alzó la vista y vio a Sofía. Desafiante con los
ojos brillando como focos. En una mano el saco y en la otra la
escoba. Dejó el saco en el suelo y sacó el puñal de su funda.
Volvió a dar un alarido de rabia y desapareció nuevamente. Pedro
cerró los ojos. Las cucarachas comenzaron a formar con sus cuerpos
un gigantesco cilindro que lo comenzaba a cubrir solidificándose en
una pared ocre y viscosa. Sofía apareció a unos centímetros e
intentó acuchillarlo pero era tal la velocidad que crecía el muro
en vertical que chocó con el codo de la vieja y lo desplazó hacia
arriba. El Jerezano sólo recibió un pequeño corte en la parte
superior izquierda de la espalda. Sofía se retiró caminando hacia
atrás unos metros. Pasaron unos segundos y rápido se abrió un
hueco por dónde salió la mano de Pedro espada en mano intentando
insertar a la vieja. Sofía repelió el ataque con el palo de su
escoba que se partió en dos. Corrió unos metros atrás y apuntó
con el trozo de escoba que le quedaba al palo partido en el suelo.
Voló y volvió a reconstruirse el mango. El cilindro comenzó a
crecer en altura y a estrecharse comenzando a inclinarse hacia Sofía.
De la punta empezaron a caer tizones candentes encima de ella. La
bruja, antes que ninguno la rozase, desapareció y volvió a
materializarse a unos diez metros. El edificio quedó deshecho y
Pedro se llevó la mano al bolsillo izquierdo de su camisa. Agarró
un pequeño bulto que llevaba. La bruja desapareció y la nube se
puso frente al hombre. Pedro estrujó el paquete. Se escuchó un
grito de dolor y la nube desapareció. Sofía estaba paralizada con
la mano en alto agarrando el puñal a punto de asestar el golpe
definitivo. Abrió la mano y se le cayó el cuchillo. Pedro alzó la
pierna, la encogió y con la planta del pie propinó un fuerte golpe
en el esternón de Sofía lanzándola unos metros hacia atrás. Cayó
de espaldas. Pedro se acercó despacio mientras la vieja intentaba
sentarse en el suelo. Levantó la espada y le clavó la punta en el
muslo izquierdo a la vieja que gritó de dolor.
- ¡Tarde o temprano! Llegaría este día. Esta espada será el arma más poderosa que vaya a existir. Como una vez se hizo con la perdida Excálibur. La teñiré de sangre de bruja.
Clavó
aún más la espada. Sofía tiró hacia atrás arqueando la espalda.
Pedro le propinó una nueva patada en el costado y le sacó la espada
de lado rasgando el fino muslo de la vieja. Su vestido negro se
empapaba cada vez más. Se intentó poner a cuatro patas y
arrastrando la pierna izquierda intentaba llegar hasta la escoba. El
hombre le propinó una nueva patada que hizo que girase y cayese
panza arriba. Caminando llegó hasta la escoba. Sofía estiraba el
brazo para alcanzarla. Insertó la hoja en la mano izquierda
dejándola sin poder moverse y volvió a gritar. Pedro cogió la
escoba y sacó su puñal. Comenzó a cortar astillas del mango de la
escoba.
- ¡¿Qué ocurre? ¿porqué no te rehaces?!
Dijo
Sofía con voz muy atenuada. Poco a poco Pedro deshacía el mango.
- ¿Cómo dices? Sí, Sofía, tu escoba está a punto de morir. Todas mis armas están ungidas con la sangre de tu casta. No tiene remedio.
Soltó
una carcajada histérica y continuó hablando:
- Llevaba mucho tiempo buscando dónde guardabas los paquetes de tus obras. Y sabía que algún día cometerías un error. Juani fue el error, era cuestión de tiempo.
Sofía
se agarraba con la derecha su mano insertada. Pedro deshizo
completamente la escoba. Se agachó y separó la mano. Puso a Sofía
con el otro brazo estirado cogió una de las astillas más largas y
atravesó la otra mano. Hundió la astilla en la tierra. Sin fuerzas,
respiraba con mucha dificultad.
Pedro
vio el puñal de sofía. Lo cogió. Cerró los ojos y una nube de
insectos voladores llegó hasta la azotea. Elevaron el saco y tras un
corto vuelo lo depositaron a los pies de Pedro. Sacó del saco la
botella. A Sofía le hizo corte en el cuello y puso la botella para
que poco a poco se fuera llenando con gotas de su sangre. Se acercó
a los pies y los puso no encima del otro. Levantó el puñal y los
atravesó. Ella quedó como un cristo en el suelo. Por la convulsión
de la vieja tras atravesarla la botella cayó. Pedro la agarró y
puso su boca cerca de la oreja y comenzó a susurrarle con voz
maliciosa.
- Te tienes que estar quietecita. Sofía, poquito a poco llega tu hora. Pero mientras te desangras voy a por tu nieta. ¿Está dentro de la casa? No oigo nada.
Sofía,
sacó fuerzas, abrió la boca y le mordió arrancándole el lóbulo.
La botella cayó nuevamente. Pedro se llevó la mano a la oreja
mientras gritaba de dolor. Cerró el puño y golpeó el estómago de
la bruja. Del golpe la hizo vomitar.
- ¡Jodida vieja! ¡Hasta en las últimas eres peligrosa! Ahí te quedas. Cuando tenga a tu nieta, tendré que decidir a quién mato primero. Igual os desangro a las dos al mismo tiempo. Ya veré. Por cierto, te habrás dado cuenta que con tanto bicho nadie habrá podido salir de esa casa.
Se
rasgó la manga de la camisa y se la puso en la oreja para cortar la
hemorragia.
-
Así durarás hasta que encuentre a tu nieta.
Caminó
hacia la puerta de la casa.
- ¡No! ¡Cabrón! ¡Hijo de puta!
Sofía
gritaba desesperada pero cualquier movimiento hacía que le dolieran
las heridas y lo único que lograba era mover el cuello como un
muñeco.
La
puerta estaba muy bien trancada. Caminó unos pasos hacia atrás y
corrió hacia ella. Con el hombro intentó derribarla. Volvió a
intentarlo. Al ver que no podía miró hacia arriba. Comenzó a
caminar por los alrededores curioseando. Encontró una viga de madera
de unos metros. Lo llevó arrastrando hasta el borde de la casa y lo
puso apoyado de manera que quedase poca distancia entre el borde y lo
alto del muro. Corrió subió por la viga y saltó. Sus manos se
agarraron al borde superior de la casa. Hizo un esfuerzo y se alzó.
No había forma de entrar por el techo. Puso las manos en el muro y
se descolgó al suelo. Caminó hasta la ventana trasera. Sin rejas
pero cerrada con contraventanas de madera. Insertó el cuchillo
haciendo palanca y rompió el fechillo. Consiguió abrirla. Entro en
el cuarto de atrás. Pintado como toda la casa cueva de blanco. Tenía
tiestos vacíos, muebles viejos. Se notaba que se usaba de trastero.
Atravesó la habitación y caminó hacia la puerta. Se encontró a
Eva en el pasillo. Frente a frente. Pedro sonrió diabólicamente y
echó a correr al mismo tiempo que Eva huía de él gritando. Cuando
estaban a medio pasillo Bartolomé saltó del baño haciendo que
Pedro chocara contra la pared. Con el choque, el Yelmo de Pedro hizo
arañazos a la pintura. El enano, cuchillo en mano, lo apuñaló en
el costado izquierdo bajo las costillas. A Pedro se le pusieron los
ojos negros y lo apartó con la mano haciéndolo volar del golpe.
Bartolomé aterrizó contra el quicio de la puerta de donde vino De
Vera, haciéndose una brecha en la frente. Quedó tendido
inconsciente. Cada vez que pasaba el tiempo, Pedro perdía poder
mágico, se le acababan los efectos de la sangre que había tomado.
- ¡Cabrón lisiado! Me has hecho perder poder.
Se
levantó y se dirigió a la cocina. Eva lo esperaba de pie, con su
puñal en la mano. Blandiéndolo como una espada. Al verla, el
Jerezano soltó una carcajada.
- ¿Qué vas a hacer con esa Tizona?
- ¡No te acerques que te mato!
- ¡Buuuu!
Le hizo un aspaviento simulando
tener miedo y dio un pequeño paso acercándose a la chica.
- ¡Estás hecha ya casi una mujer! ¡Muy apetitosa!
Eva
lanzó al aire una estocada con el puñal. Pedro haciendo payasadas y
burlándose de Eva dio pasos atrás y volvió a reirse a carcajadas.
....
Recuerden el libro completo está en Amazon.es
Un abrazo a todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario