domingo, 3 de noviembre de 2013

La casta. Parte 2. 2

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El acceso a la guarida de Sofía era agreste. Había que sortear un serpenteante, descendente y estrecho camino cuyo suelo era muy resbaladizo. Un peligroso pedregal, en el que era común las tibias rotas y esguinces de los caminantes que se atrevían a ir por aquellos pintorescos lugares. El sendero lleno de tupidas tuneras, lagartijas asustadas que corrían a esconderse en alguna grieta, canarios revoloteando, arbustos y aloes espigados.

El resto de cuevas del risco, usadas antiguamente como corrales para las bestias, las habían convertido en viviendas.
Al principio sin agua corriente ni luz eléctrica. Pero poco a poco llegó la modernidad a los barrancos. En la ladera dónde estaba la cueva de Sofía, la luz pasó de largo.

La fachada construida con trozos de bloque y cemento, estaba encalada y pintada de blanco. La puerta era de hierro y las ventanas protegidas con rejas. Las manchas de óxido, parecían pústulas, afloraban en la pintura verde del forjado. El muro de piedras redondas y argamasa en derredor de la cueva, contenían los desprendimientos de tierra del barranco y daban protección a incontables lagartos que, salían corriendo a esconderse, después de sus baños de sol.

Le daba sombra una palmera que había crecido junto a la entrada, lugar favorito de Sofía para hacer sus labores: Pelar las verduras para el potaje, tejer con pita, pelar almendras y observar como algún cernícalo flotando en el aire ávido de algún pichón despistado que entraría a formar parte del almuerzo.

Era casi mediodía. Sentada en un bloque de construcción, tejía con tiras y ya iba tomando forma el cesto. Con parsimonia los entrelazaba. Así podía estar toda la mañana. Pensativa, laboriosa y silenciosa. La sombra producida por las ramas que tenía a su espalda le oscurecía el rostro dejando ver iluminada sólo la barbilla. Vestía su vieja bata negra con pequeñas malvas. En sus pies dos viejas zapatillas de deporte de tela, en la derecha, un gran agujero en la punta por dónde asomaba el dedo gordo.

Una manguera de goma conectada a un grifo que salía de un lateral de la casa, cruzaba todo el lugar. En el otro extremo de la manguera, Bartolomé regaba las garrafas plásticas cortadas llenas de tierra, a modo de macetas, en las que había plantados geranios y otras flores. Más allá en aquella franja de tierra tenían papas, lechuga y pimientos.

Se abrió la puerta chirriando las bisagras. Y salió estirándose Eva.

    • Buenos días, ya se despertó la gandula de mi nieta.
    • Buenos días.

Refunfuñó la niña y sentándose con las piernas cruzadas a modo indio al lado de su abuela.

    • ¿Ya desayunaste?
    • abuela.

Se quedaron en silencio durante un buen rato y Eva miró en dirección a Bartolomé.

  • Abuela Llevamos mucho tiempo escondidas aquí. ¿Cuándo volveremos a Las Palmas?
  • Todavía te queda cosas por aprender y la más importante, perder el miedo al dolor.
Respondió Sofía. Eva miró al atareado Bartolomé yendo y viniendo en sus quehaceres por el risco.

  • Nunca me hablaste de Bartolomé. Trabaja aquí y todo eso pero ¿Quién es?
Sofía dejó el cesto en el suelo y miró a su nieta. Se levantó y la cogió de la mano e hizo que la acompañara dentro de la casa.

  • ¿Quieres café? Síentate es largo de contar...
  • Nunca me has dicho de tomar café.
  • Bueno, si ya haces algún hechizo que otro, un poco de café no te va a hacer mal.
  • Mi madre no me dejaba tomarlo.
  • Tu madre... Olvídate de tu madre. Ella nada más que fue una necesidad.
  • Lo se abuela. Pero me acuerdo de ella.
  • Eso pasará. Tus sentimientos cambiarán. Cada vez que seas más consciente de lo que somos olvidarás lo que significa una madre para las brujas.





Eva se sentó en el taburete y apoyó los codos en la mesa sujetándose la cara observando a su abuela preparar la cafetera.

  • Circita, es cierto que no quería contarte nada de él porque te va a desvelar ciertas cosas de mi desagradables. Cosas que me vi obligada a hacer. Tienes la edad suficiente para entender que nosotras estamos por encima del bien y del mal. Somos distinas al resto de mujeres. Tarde o temprano tenías que saber est. En los años sesenta. ¡Qué jóvenes éramos!

Se le escapó una sonrisita a la vieja y continuó hablando.

- Bartolomé era alto y guapo, no como ahora. En aquel tiempo trabajaba en una carpintería de Telde. Yo lo conocía desde que éramos niños. Me hizo trabajos en esta cueva.

Señaló la alhacena.

- Siempre que nos veíamos nos contábamos nuestras penas. Cuando tuvo unos veintiún años, conoció a la hija de un terrateniente venezolano que, después de hacer fortuna volvía otra vez a Gran Canaria. Primero llegaron su hija y su mujer. Bartolomé se enamoró perdidamente de esa chica, Gloria, más bien tendrían que haberla llamado Infierno.

La vieja prendió la cocina de gas y se sentó al lado de su nieta, y continuó.

  • Gloria lo único que quería era jugar con él. Lo toreaba y lo hacía sufrir. Le hacía promesas que en un futuro se casaría con él pero tenía que esperar por el padre. La madre vio todo el juego de distinta manera, pensando que su hija estaba también locamente enamorada de Bartolomé. Y como siempre, estas madres piensan que un pobre obrero no es digno de su princesa. Quiso quitárselo de encima. Habló con Bartolomé pero se mantuvo firme, estaba locamente enamorado de aquella chica.

Sofía suspiró y miró a su nieta. La cafetera bufó y el aroma a café recién hecho las invadió. Sofía se levantó, apagó el fuego y buscó unas tazas.

  • Sigue abuela.
Dijo la niña ávida de saber cómo continuaba la historia.

  • Doña María, así se llamaba la señora, mediante una de las criadas que tenía a su servicio supo de mi. Y esta se prestó a pedirme un conjuro para solucionarlo. La sirvienta me visitó y me contó el problema sin decirme quienes eran. Que a la hija de una amiga la rondaba un hombre. Que era pura inocencia. Que aquel sólo quería deshonrarla. Que ya había violado alguna que otra jovencita. Me lo describió como un animal sediento de niñas. Por aquel entonces era inexperta y confié en aquella alcahueta. No pregunté nada y pensé que aquel animal debía recibir un castigo. Preparé un brebaje y se lo di. Invitaron a Bartolomé a cenar en casa de su querida Gloria, y después regresó a su casa con la promesa de que cuando llegara el padre se casarían. Él no supo lo que había pasado. A la mañana siguiente se despertó así como lo ves ahora. Corrió a pedir ayuda a Gloria, y presente la madre, esta se burlaron juntas de él. Las dos reían una satisfecha de lo bien que había salido la jugada y la joven de las deformidades. En Telde todos los vecinos se horrorizaban al verlo. Los críos le tiraban piedras. Comenzó a salir sólo de noche. Semanas más tarde apareció por aquí, llorando sin saber que hacer. Inmediatamente comprendí todo y lo idiota que yo había sido. Sin pensarlo esa noche fui a la casa Gloria. No usé ningún tipo de conjuro. Esto no se trataba de magia. Lo hice igual que una persona, sin mis poderes. Entré con sigilo a la cocina y allí estaba la sirvienta. La estrangulé. Intentó gritar y sonaba como el cacareo de un pollo hasta que se ahogó. Agarré una sartén y pillé por detrás a María en camisón. La golpeé en la cabeza y la arrastré a la cama donde la até. Luego busqué a la hija, estaba durmiendo, la llevé a la alcoba y la amarré junto a su madre. A la madre y a la hija les saqué los ojos con una cuchara. El ojo derecho de la madre, luego el derecho de la hija, para que se vieran, luego a la madre el izquierdo y por último el izquierdo de la hija. Luego las solté. Las vi arrastrarse. Incendié la casa con ellas dentro. Y regresé a mi cueva satisfecha, pero me quedaba una cosa por hacer. Fue lo más duro. Contarle a Bartolomé que yo fui quién le deformé. Lloró amargamente, en un principio me pidió que acabara con su vida. Luego la ira se apoderó de él. Me dijo que estando así, qué mujer querría estar con el engendro en que se había convertido. Expié mi culpa y le dije que yo lo sería. Lo hice mi hombre y me quedé con él. Durante años, le hice compañía. Le di todo el amor que una mujer como yo, sin alma, puede dar. Después de unos años, me perdonó y se marchó a vivir lejos. Pero lo que nunca supo es que me había dejado embarazada de tu padre, él es tu abuelo, Eva.
    Me hacía falta su ayuda por eso contacté con él. Ahora, creo que después de todos estos años, se merece una alegría. Me gustaría que seas quién le des la alegría de decirle que eres su nieta.

  • ¿Cómo pudiste hacer eso? Las asesinaste. Mi abuelo.
  • Hay cosas que no me enorgullezco. La venganza es el camino por el cual las brujas nos quedamos sin alma.
  • Eres un monstruo y ¿mi madre?
  • Hay cosas que no se pueden cambiar. Circita. Soy tu abuela y tu mentora...
  • No quiero escucharte... Quiero irme de aquí.

Dijo Eva y se levantó perpleja. Miró aterrada a su abuela y salió al patio cabizbaja. La abuela la siguió hablándole.

  • Circita, tienes que comprender que nosotras no somos como los demás. Nuestra casta se rige por un destino que hemos de cumplir por eso te estoy enseñando nuestras artes. El día de mañana... ¡Circita! ¡Escúchame, ven!

La dejó con la palabra en la boca y se alejó corriendo hasta llegar al lugar donde estaba Bartolomé. Se detuvo delante del hombre y lo miró. Bartolomé levantó la vista y miró a la chica.

  • ¿Qué desea su alteza?

Eva se quedó en silencio durante unos momentos. Sofía llegaba a su lado.

  • ¿Eres mi abuelo?

Bartolomé miró extrañado a Sofía y esta cerrando los ojos movió la cabeza asintiendo. Le salió una lágrima que corrió por su mejilla. Nieta y abuelo se abrazaron. Sofía miró el horizonte apartando la vista del viejo y su nieta y disimuló sus sollozos dándose palmadas en las caderas como si de un pingüino se tratara.

  • Bueno ya está bien de ñoñerías. Cada uno a hacer lo que tengamos que hacer.

Se quedaron abrazados sin hacerle caso a la vieja que viendo la situación dio media vuelta y se marchó de nuevo a la casa pero antes de entrar gritó a Eva.

  • Eva, No tardes. Tengo que enseñarte algo muy importante. Nuestros Secretos.

Sofía, dentro de la casa apoyó la frente en los azulejos de la cocina. Pensó que era la última cosa que le quedaba para intentar revivir un alma que ya ni existía. Cerró los ojos y comenzó a llorar en silencio.





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